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Lerele

ILYA U. TOPPER |

—Usted, señor Umbral, ha escrito por lo menos treinta libros…
—No. He escrito cien libros.

El periodista, ligeramente avergonzado, toma nota: cien.
—¿Y destacaría alguno en concreto, como su preferido?
—Todos.
—¿Todos?
—Todos.

Es la conversación literal que un periodista —yo mismo— tuvo en 1995 con Paco Umbral y así consta transcrita, igual de literalmente, en la entrevista que publicó a los pocos días el Cádiz Información. Más tarde tuve oportunidad de leer un modesto porcentaje de esos cien libros, y de convencerme de que, por ejemplo, Travesía de Madrid (1966) es una obra cumbre de la literatura española del siglo XX.

No es una obra cumbre Lola Flores. Sociología de la Petenera (1971), y ni yo le creo a don Paco que tenga el librito en la misma estima que Travesía, así me lo jurase por su bufanda roja. Como explica Juan Bonilla en el conciso prólogo, fue una más de las muchas breves biografías que la editorial Dopesa le encargó al entonces joven y prometedor literato y este por supuesto aceptó —para hacer caja, apunta Bonilla— y metió un folio blanco en la Olivetti. Digo Olivetti porque en el imaginario común heredado en esa España de los noventa que estaba descubriendo la informática, todo periodista que se preciara escribía en una Olivetti y no una Underwood, Remington, Olympia o Adler, no me pregunten por qué. Yo ni siquiera recuerdo la marca en la que escribí mis primeros reportajes del Cádiz Información: la entrevista con Paco Umbral ya la tecleé en el ordenador de la redacción.

En el ordenador puedes volver sobre la línea y corregirla, ajustar algún adjetivo, mover un párrafo para que todo encaje mejor. En la máquina de escribir no. Cuando Paco Umbral mete un folio blanco en la Olivetti y empieza a aporrear las teclas, no puede equivocarse, salvo que quiera arrancar el folio a medio emborronar, meter otro y empezar de cero. Algo que no se puede permitir un escritor que sabe que tiene que escribir tres libros al año para llenar el cupo: prefiere decir que tal y como está, está bien. Que para eso es Paco Umbral. No corrige. No lima. No refina. No le hace falta. Puede saltar atrás y adelante, repetirse, irse por los cerros de Úbeda o salir por peteneras: para algo tiene que servir el talento. Casi siempre se sale por peteneras. “Un García Lorca malentendido y un Romero de Torres entendido demasiado bien pueden fraguar el mito de una Petenera, de la Petenera nacional”. Ya tiene la fórmula. La repetiría una vez, otra. Junto al lerele. “Es la movilidad, la heterodoxia, la improvisacion, la filosofía española del Lerele”. “¿No ha hecho Baroja novela lerele frente a la gran novela de Balzac y Stendhal? ¿No ha hecho Dalí surrealismo lerele frente al surrealismo ortodoxo de Bretón y Aragón?”

Paco Umbral escribió para un lector cómplice, porque no se detiene en ningún momento a explicar quién era la Petenera, aparte un palo flamenco. Y tiene suerte de hacerlo antes de llegar la época de internet, en la que el lector, con la oscura sensación de que realmente no sabe quién era la Petenera, se puede meter a investigar, solo para averiguar que no es el único, porque nadie sabe si la Petenera existió alguna vez y, de haber existido, quién era. A Umbral no le importa: de tanto repetirlo, de juntar la Petenera con el mito de Don Juan y con Agustina de Aragón y con la Zarzamora —ella que siempre reía y presumía de que partía los corazones— y Lola Flores, consigue hacerte creer que tú sabes quién es la Petenera. Al igual que contraponiendo a Dalí a Breton te hace creer que sabes qué es el lerele, que no viene en ningún diccionario. Y eso que Dalí era mucho mejor que los ortodoxos. Como pintor. Eso no lo dice Umbral. Lo digo yo.

No sabemos ni quién era la Petenera, ni qué es el lerele, pero Umbral nos convierte en lector cómplice: sus rápidas asociaciones de ideas, tiradas al papel en una momentánea inspiración que dura tres frases antes de ser relevada por la siguiente, sorprenden, aturden, apabullan y fascinan. No hay una teoría elaborada, no hay un análisis de Lola Flores: hay ganas de llenar cien folios escritos a máquina con algo que gire en torno a Lola Flores, la homenajee, la critique, la desmenuce y la describa, a ella y de paso a todo el resto de la sociedad española, la contemporánea y la eterna. Repartiendo mandobles por ahí al aire que podrían quedar desfasados y desde luego incomprensibles porque ni sabemos contra quién iban dirigidos. Si no fuera porque son atemporales, válidos siempre: “Ha habido toda una época, en el país, de sustitución de la crítica por la glosa. Todo el mundo lo glosaba todo, y cierto crítico ilustre titulaba su sección “Crítica y glosa” para reservarse el derecho a glosar y a no criticar. En el reservorio de oro de la glosa vivimos todos por entonces. No había ganas, ni ciencia, ni libertad, ni fe para criticar”. Coño, ni que hubiera leído las peleas que nos traemos en Estado Crítico por ese hábito tan español que es solo hablar bien de los contemporáneos —De vivis nil nisi bene— a falta de valor para hacer como Dorio de Gádex, que presumía de no leerlos.

Hay que quitarse el sombrero: Paco Umbral, con su bufanda roja y su Olivetti, ha nacido para inmortal. Hasta en las obras menores hechas con retales de la bata de cola de Lola Flores. Qué pena, por cierto, que aún faltasen trece años para la igualmente inmortal anécdota en la emisión de La Clave de José Luis Balbín; así en el libro Umbral lógicamente no pudo meterla. La bata de cola.

¿Y ya va a acabar? Oiga ¿usted no debería contarnos cómo refleja Umbral a doña Lola, si la deja bien o mal, qué cuenta de su vida? Pues lo siento, pero se me acaba el folio. Y esto no es una glosa ortodoxa. Es una crítica lerele.

Lola Flores. Sociología de la Petenera  (Zut, 2022)  |  Francisco Umbral  | 106  páginas | 12 euros

admin

5 comentarios

  1. Vaya! Compruebo en la red que ciertamente tiene una cantidad de obras considerable. Hace mucho leí «La forja de un ladrón» y «Las ninfas», de las que guardo buen recuerdo. Más recientemente «Travesía de Madrid», que me entretuvo y poco más, por caótica y repetitiva. No sé, quizás aquellos lectores que poblaron el Madrid que describe, a mí me coge muy lejos, la valoren más que yo. Esta que tan bien reseñas, no me tira, pero seguro que otros de Umbral caerán. Salud

  2. ¡Gracias! La verdad que el de Lola es solo para los incondicionales o bien de don Paco o bien de doña Lola. Yo tampoco soy de la época que cuenta ‘Travesía’, pero precisamente las repeticiones me dejaron impacto, huella.
    Y también depende siempre de cuándo se lee un libro. Yo estaba recién llegado a esa ciudad donde se cruzan los caminos: era un mundo grande, enorme, casi hostil, una ciudad sin mar.
    —¿Y desde ahí se puede ver hasta el mar?
    —Hasta el mar no, Lilí.

  3. Deslumbrante reseña, mr Topper, y disculpe por la glosa. La conjunción del Umbral vivo en sus respuestas impostadas con el morro inaudito de no corregir una línea, más la pretensión (a fogonazos alcanzada) de ser un dios uno -también único, o casi- y trino, como emanación mistérica y genial de la Santísima Trinidad Quevedo-Cervantes-Valle Inclán, es impecable, tan sutil como breve (gracias).
    Yo puedo aportar mi pequeño testimonio. Presenté junto al inmarcesible maestro -¡cuánto hubiera reído él con este epíteto tan falangista- y el ínclito César Vidal, otro que tal baila, en una trinidad que poco tenía de santísima y más de troika accidental, mi primer libro, ‘Serrano Súñer, historia de una conducta’, una novela psicológica sacada del devenir histórico y las contradicciones humanas, una biopic trabajada pues había estado seis años de conversaciones continuas -y larguísimas- con aquel ser tan fascinante como paradójico que fue don Ramón, cuando tenía 90 años. Planeta había sustituido la colección Espejo de España por La España Plural y nos adjudicó los primeros títulos a los tres mosqueteros que nos apretábamos en una mesa del Palace un día de abril de 1996. Curiosamente, yo fui el nº 1. Umbral estaba fascinado, me consta. Por mi personaje, por su debilidad por Carmen Díaz de Rivera (la ‘Musa’ hija natural de Serrano) y porque me conocía a través de Delibes y por una vez que eligió como jurado en Valladolid un artículo mío de El Norte de Castilla para el Premio de Periodismo Santigao Alba, en 1977.
    Esas eran todas sus referencias y con esos mimbres me llamó antes de la presentación para que nos conociéramos en vivo. Quedamos en el Gijón, bebimos un par de whiskies, nos reímos bastante, la verdad y nos fuimos al Palace, yo tan inocente.
    Hablé yo el primero -con Serrano sentado enfrente junto a mis padres y hermanos-, luego le tocó a César Vidal, a quien conocía mucho pues por entonces éramos colegas colaboradores en El Mundo y aún no había tenido la deriva protestante-hiperrreaccionaria que sufrió después (más o menos como Pedrojota). Por fin le tocó al magister, que publicaba ‘Los botines de Valle-Inclán- o algo así, o sobre su madre, ya no recuerdo muy bien, pero era lo mismo: verter una considerable vomitona de rencor y fantasís, primorosamente sazonada, sobre su infancia su idealizada madre y él mismo transfiguardo en el elegante Valle-Inclán, un buen panaché. Pero no habló de su libro, esta vez no, sino del mío y dijo, con toda su caradura que era legendaria, y su afán gratuito de llamar la atención, que era aún mayor y más evidente, que yo había escrito el libro al dictado de Serrano. La brutalidad de su denuncia in situ fue tal que me quedé mudo como un idota. No dije nada, hubiera tenido que interrumpirle y no era plan aunque ahora lo haría.
    Y esa traición, que pasó como acto de valentía, fue el navajazo ruín que recibí aquella tarde de toros astifinos en el coso madrileño del Palace.
    Buenas tardes, querido Ilya. Ya sabes que disfruto mucho con tus recensiones.

  4. Lamento la longitud. Ya sé que una respuesta debe ser de ‘faena corta’. Podía haber dado muchos más detalles o explicar por qué Umbral me parece un grandísimo periodista y un pésimo novelista, pero era lo que me cabía en un folio.
    (Perdón si hay errores o faltas. No me he dado cuenta y no lo he revisado antes de dar al botón de «publicar»)

  5. Nota al pie
    A pesar de que el concepto de ‘lerele’ es un pálpito intuitivo de difícil definición, arduo de comprender y sistematizar -como en el caso del término ‘rollo’- creo que el mero hecho de aislarlo y estudiarlo en términos de literatura, filosofía o sociología comparadas es una genialidad total, muy propia de don Paco, por más que también signifique una pretensión gratuita y frívola, como tantas otras suyas.

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