0

Letra de tiempo muerto y vivo

JABO H. PIZARROSO | Pongamos que hablo de Fernando Marías que es como hablar de un espacio y de un tiempo de Madrid, de un cronopio de la literatura española. Pongamos que Fernando acaba de morir y que Eduardo Cruz Acillona se acuesta y llora por dentro y no sabe si rendirse al sueño o abrir la ventana de su balcón y dar un grito sordo contra la bahía de Cádiz. Pongamos que hoy es sábado, que ahora es el día previo a la enfermedad de todos los domingos. Pero no, no es ahí.

Pongamos que antes de esta muerte-pérdida, que no es la primera, antes de los otros decesos de Marías, o en medio, una vez salvado de ellos, de ellas, Fernando está en Vitoria, aunque no lo esté, en Gasteiz y es, supongamos, el año 2003, abril siete para más señas y coordenadas.

Pongamos que el sol no ha salido ni por Antequera ni por Lekeitio ni por Villarrubia de los Ojos, y pongamos que el astro que nos calienta no es tampoco una estufa de butano ni hay un metro a punto de salir y lo que hay es tan solo un escritor que publicó su primera novela hace mucho, titulada La Luz Prodigiosa y ha seguido publicando durante todo este tiempo. Ahora presenta una nueva novela suya en esta ciudad. Aunque estamos en abril, hace frío. Muchos de todos los abriles de esta Atenas del Norte son desasosegantes y desapacibles, tanto o más que los eneros, que ahora mismo se parecen tanto a los abriles como un cubito de hielo redondo a otro cuadrado.

Pongamos que esta misma tarde, un siete de abril primaveral, Fernando presenta una novela suya, no sabemos cuál, puede ser La mujer de las alas grises o el Hijo de los Coroneles en un local de la ciudad del Norte, esa pequeña ciudad que se construyó entre otras cosas con el dinero de un negrero llamado Julián de Zulueta y Amondo.

Pongamos que sea, el buen recuerdo es como los libros buenos, la librería Arriaga, ahora Elkar, o La Casa del Libro, sita en la calle Arca, antes Axular. O puede que sea la Biblioteca que dentro de poco se llamará Ignacio Aldecoa, en pleno parque de la Florida. El caso es el siguiente: Fernando tiene una presentación de una novela por la tarde en uno de estos sitios, y sin saber cómo encajar el tiempo antes del fasto libresco, camina y camina y sale de la almendra, baja la cuesta por Portal de Arriaga, atraviesa Zaramaga, que en eusquera quiere decir basurero, y sin saber dónde está, lo único que hace es dejar que sus pasos le lleven hasta un lugar, una gran superficie propia, auténtica, señera del milagro español, el Boulevard, construido poco tiempo antes de que los pasos de Marías le hayan llevado a este espacio donde todos los comercios del mundo que son el mismo vende-basura tienen su asiento.

Esta misma mañana ha sabido que su compañera Verónica tiene un trastorno mental que ocultaba su alcoholismo y con esa mancha terrible en el cuerpo y en el alma se come un menú en la planta alta del Boulevar frente a un multi-salas donde se anuncian diez películas. Entra a una de ellas, pero se queda dormido.

Pongamos que horas más tarde va a una de aquellas librerías que antes se citaron y espera hasta la hora en la que la presentación de su libro debe realizarse. Espera. Espera. Espera. Espera. No llega nadie.

Entendemos que ha caminado dese Zaramaga hasta el centro de la ciudad y sabemos que llueve y sabemos también que se ha encontrado con casi nadie en el trayecto, con nadie, solitario camina Fernando y se reconcentra en sí mismo, en su haber y en su deber.

Una vez en el lugar de la presentación, con la noticia de su mujer todavía en la nuez de la garganta, espera a que lectoras y lectores lleguen para comenzar. Pero el tiempo no regala gente, porque no llega nadie y no hay nadie. Nadie en el centro donde ha comido, nadie en el centro de la ciudad visitada, nadie en el centro de la presentación de su libro, pero una mujer, su compañera, a plenitud se abre como un tsunami en el centro de su alma. Dejemos Vitoria. Porque Vitoria no está en Vitoria, también está en el imaginario Malasaña de Madrid.

Es por eso que Fernando cierra la puerta de su memoria-vitoria y sale al pasillo no muchos años antes de cuando sale a fumar porque está escribiendo. Arde este libro y ahora se encuentra cerca de abrir la puerta de su portal en la Plaza Tirso de Molina, pero algo le detiene, dos mendigos al otro lado de la plaza. Se detiene porque un no sé qué le punza el cogote. Se vuelve para mirarles con las llaves en la mano dejando irresuelta la acción de abrir el portal.

Uno de ellos, el hombre, de espaldas a ella, le masturba a su compañero con lentitud, mientras ella cierra los ojos. Fernando piensa que eso tendrá que escribirlo alguna vez, quizá en ese libro que comenzó hace unos días con una frase magnética, enigmática, porosa, destrozadora:

Te incineraron con una novela mía entre las manos. Por eso escribo este libro.

Y aquí se queda todo, y reposa acá todo el mundo muerto y maravilloso de Fernando, y toda su generosidad tiene asiento en la materia que nunca se destruye, sino que se transforma en otra cosa. Beso grande, Fernando.

Arde este libro (Alrevés Editorial, 2021) | Fernando Marías | 224 páginas | 20 euros

admin

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *