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Literatura ful

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El profesor de literatura

Christian Vera

Caballo de Troya, 2014

ISBN: 978-84-154513-1-0

128 páginas

13,90 €

 

 

Manolo Haro

Los profesores de literatura en los institutos patrios, acuciados por la urgencia de completar un programa de contenidos dictado por las administraciones, pocas veces entran a dirimir cuál es la función de la obra literaria. Se pasa de puntillas sobre una cuestión con la que se entretiene a los pre-filólogos en las facultades de Occidente, pero cuya respuesta la tienen los programadores culturales y los mercachifles disfrazados de editores: la función de la literatura es ayudar al éxodo de la realidad a cuanto individuo pazca por los pagos del aburrimiento contemporáneo y tenga además la extraña superstición de leer; es decir, la literatura ha de entretener. Si encima se llega al conocimiento de algo relativo a algún momento histórico –que un árido manual mostraría mediante meros detalles y datos–, mejor que mejor. Lo de hacer pensar al lector y dinamitar el estado de las cosas resulta excesivamente laborioso, aunque no imposible. Antes de colocar aquí la primera carga de dinamita, he de aclarar algo: tal vez yo no sea el lector ideal del libro del boliviano Christian Vera que aquí reseñamos. Aunque también me cuesta encontrar el hipotético perfil de un potencial degustador de este magro producto. El profesor de literatura ni entretiene, ni enseña ni socava ningún pilar de nuestras creencias, a pesar de que la idea del propio autor y de su editor sea esa misma: la de mostrar el acta de defunción de la formación de almas en la educación actual. 

La contraportada del libro aclara, de alguna manera, el por qué de la perentoria necesidad de esta obra: exponer mediante la ficción el hecho patente de que la escuela, tal como es entendida hoy día, resulta una “mortífera arma de destrucción masiva” por su métodos, principios y fines. Hasta aquí creo que pocas personas pondrán en duda tal pretensión. La escuela necesita de un cambio radical sustentado por el conocimiento pleno –comenzando por el auto-conocimiento de los docentes– de los individuos, su desarrollo y su biografía individual y conjunta. Pero, claro, a pesar de que el núcleo seminal ofrece una bien dispuesta mecha para prender el fuego, no por ello el resultado satisface las esperanzas del lector encandilado por una contraportada que entiendo como excesivamente épica. Y, además, haciendo un ejercicio de cazador de largas miras, no me topo con ese perfil de lector lo suficientemente naif para aguantar un contenido engarzado en un estilo del que tampoco gusto.

La obra de Vera narra la vida contenida en apenas una hora (de reloj) de un profesor de literatura que se psicoanaliza, escucha de manera compulsiva el Paranoid Android de Radiohead, le vende pastillas para el desarrollo neuro-sensorial a sus alumnos y cuyos movimientos vienen guiados por el afán de sabotear el sistema escolar del que es beneficiario a pesar de no creer en él. Ni siquiera realizando una lectura metafórica, la novela gana. El edificio donde sucede todo, anteriormente un hotel y una cárcel, envuelto en una nube de irrealidad, aparece como un espacio tan gaseoso como la personalidad de todos los actantes de esta historia. ¿Ante qué nos encontramos? ¿Una metáfora del presente, una puesta en escena del desencanto en la docencia, una lectura apocalíptica del camino al que nos conduce una educación gregaria o la exposición de la desconfianza en el género humano? No llego a tenerlo claro. Ni siquiera el estilo telegráfico, veteado por citas y lugares comunes, hacen que la novela gane y se pueda admirar como un ejercicio de composición novelística.

Cuando en el escenario de la ficción no llena el lugar que ‘a priori’ pertenece a la reflexión, vale más tirarse directamente a las estanterías del ensayo. Cualquiera de los libros que la estadounidense Martha C. Nassbaum ha publicado sobre la educación y los derroteros que está tomando ésta en los países necesitados a la vez de ciencia y esclavitud contribuye a plantear preguntas y a apartar algo de niebla sobre el futuro. Si al menos El profesor de literatura se acercara al humor de uno de los autores-reclamo referido en la contraportada –el talentoso Kurt Vonnegut–, algo de este librito podría salvarse. No es el caso. Ni tampoco provoca un deleite estético a la manera de un Vila-Matas inspirado ni crea un ambiente de irrealidad alegórica como alguna vez ha hecho Mario Levrero en su narrativa. De todas maneras, les aconsejo que vayan a una librería y hagan unas cuantas calas al volumen para salir de dudas.

Con Constantino Bértolo jubilado ya, la editorial Caballo de Troya parece que correrá la suerte de su paulatina desaparición, quedando todo al antojo de Random House, la empresa que insufla el gas para los neones de las pequeñas editoriales a su cargo. Si este retiro supone el canto del cisne del buque insignia de Bértolo, pienso que títulos como El profesor de literatura no hacen méritos para cerrar una vida de propuestas originales dentro de la narrativa contemporánea en español.

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