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Literatura y paternidad

JUAN CARLOS SIERRA | Hace poco que llegué a Galder Reguera. Mi mujer me había puesto en la pista de este colaborador de Àngles Barceló en la sección futbolera de los lunes en el ‘Hoy por hoy’ de la Cadena SER; mi despiste confundiéndolo con Ander Herrera, jugador del Athletic Club y ex del PSG, hizo el resto. ¡Un futbolista escritor y colaborador de un programa de radio tan prestigioso! Eso había que verlo, escucharlo y leerlo. Al final resultó que la fonética me confundió. En cualquier caso, entre ambos individuos existe una vinculación balompédica, en concreto el Athletic Club de Bilbao, uno como jugador -Ander- y otro -Galder- porque trabaja en la Fundación de este club de fútbol como responsable de proyectos tan interesantes como el festival Letras y Fútbol o el Thinking Football Film Festival.

De modo que llegué al Galder Reguera escritor por la puerta de atrás, si es que eso existe en esto de la literatura, por una parte de su obra que para muchos no sería precisamente la más literaria. Quiero decir que lo primero que leí del escritor bilbaíno entró tangencialmente por la puerta trasera de mi relativamente reciente interés por la relación entre fútbol y literatura, inclinación muy particular alentada en mí por mi agitada vida como padre de aprendices de futbolista en clubes más que modestos, y por alguna que otra lectura futbolera última como los artículos de Miguel Pardeza en el libro A pie cambiado,  pero especialmente por la novela de Carlos Marzal Nunca fuimos más felices. El libro de Reguera que cayó en mis manos se llamaba y se llama Hijos del fútbol. Lo leí con fruición e interés durante unos días de asueto en Madrid a principios del pasado mes de septiembre en la edición de Seix Barral de 2022, mucho más a mano en las librerías que la original de 2017 en Los Libros del Lince.

De aquella prosa autobiográfica, de aquel relato híbrido entre lo narrativo y lo ensayístico, salí fascinado; bien es verdad que venía ya motivado de casa. Así que cuando me enteré de que Galder Reguera sacaba nuevo libro, publicado quizá al mismo tiempo que yo terminaba su Hijos del fútbol, busqué un hueco en mi agenda lectora para hacerme con él. Vida y obra, que así se llama, también publicado en Seix Barral, ha significado la confirmación de lo que me atrajo de mi lectura ‘regueriana’ anterior, lo cual no puedo hacer extensible, como es obvio, al resto de la obra anterior de Reguera no leída por mí. De modo que, sabedor de mis limitaciones, me limitaré a dar fe de lo que para mí a día de hoy es el universo literario Reguera. Otros especialistas lectores orgánicos de la obra ‘regueriana’ confirmarán (o no) lo que viene a continuación.

Así pues y dadas las circunstancias, puedo afirmar que Vida y obra se lee con gusto, con un placer similar al que experimenté con Hijos del fútbol. La prosa de Galder Reguera se escurre de las manos o, mejor dicho, se nos escurre de los ojos, fluye por un sendero sin trampas, sin esquinas traicioneras, sin zancadillas al lector, por lo que quien se acerque a la novela estará dispuesto siempre a seguir leyendo. Y no solo por lo que se cuenta, que también, sino sobre todo por cómo trata lo narrado el autor bilbaíno, con una aparente sencillez cuya tramoya se trabaja y se monta en el secreto silencioso, paciente y quirúrgico de la mesa de operaciones del cirujano jefe. Así me imagino a Galder Reguera trabajando sus textos: escogiendo el instrumental lingüístico más adecuado para llevar amablemente al lector hacia el centro exacto de su sensibilidad.

Este trabajo delicado y preciso contribuye a que la novela discurra ante la atención del lector con total naturalidad. Este trabajo de composición, que según el epílogo/agradecimientos del libro no salió a la primera, se estructura a lo largo de toda la novela a partir de una especie de conversación o, mejor dicho, de un monólogo de Unai, el narrador, dirigido y dedicado a un tú muy concreto, a una segunda persona determinante en su vida y en la novela, su padre, el famoso escritor Cecenave Hernández, ausente de su vida desde su infancia, en concreto desde los diez años. Mantener el interés del lector en estas condiciones narrativas durante casi cuatrocientas páginas es un reto y una prueba de la que Galder Reguera sale bien parado, gracias, entre otras cosas, al habilidoso manejo de los meandros de la trama, al equilibrio en el reparto de los saltos en el tiempo de la narración y a la mesura en el uso del recurso narrativo principal, esa segunda persona a la que apela e interpela Unai, y a la que por momentos perdemos la pista porque el autor es capaz de introducir de forma absolutamente natural la necesaria tercera persona que nos explique orgánicamente el contexto completo de esta conversación frustrada desde hace demasiados años.

Todo este entramado narrativo resulta además tan verosímil y tan potente que es fácil que el lector se incline a pensar que se encuentra ante uno de esos relatos de autoficción tan de moda últimamente en la literatura española y más si, como es mi caso, ha leído antes Hijos del fútbol, por ejemplo. Esta sensación se ve avalada a ratos por elementos sacados directamente de la realidad real, como podría ser, por poner un caso bastante llamativo, la coincidencia con la novelista vasca Txani Rodríguez en el autobús que lleva a Unai de vuelta a Madrid tras unos días familiares en Bilbao; puede que esto le pasara en realidad a Galder/Unai o puede que solo sea un recurso literario para dotar de más sensación de realidad a la ficción o quizá todo se corresponde con la realidad pero se quiere hacer pasar por ficción o… El juego de la literatura desde Cervantes.

En cualquier caso, más allá de lo cercano o no a la realidad que se encuentre lo narrado en Vida y obra, lo interesante es que la novela funciona y no solo desde un punto de vista estructural, estilístico, lingüístico,… porque tiene alma, porque la técnica sin alma no sirve para nada, porque lo escrito se dirige al centro de la sensibilidad del lector, como decíamos hace unos cuantos párrafos. El alma de esta novela se parece mucho, por cierto, a la de mi otra lectura de Galder Reguera; en ambas el protagonista principal es el ejercicio de la paternidad.

Dejando a un lado al amor con todas sus complicaciones, quizá el asunto estrella de nuestra literatura occidental, el que más puede llegar a tocar la fibra sensible del lector sea la familia, porque al fin y al cabo todos pertenecemos a una, al menos según los parámetros occidentales en los que nos movemos los potenciales lectores de Reguera. De modo que Vida y obra acierta en la diana de la familia, pero afina el tiro en uno de sus ejes decisivos, la figura del padre, asunto este también central en Hijos del fútbol -en este caso una paternidad contextualizada en torno al poder educativo de este deporte-. A lo mejor esta es una de las constantes en la obra del escritor bilbaíno, pero no me arriesgaré a aseverar algo así con mi pobre bagaje lector, como ya advertí. Lo más interesante en este sentido es que lo relativo a la familia y a la paternidad como asuntos centrales de Vida y obra salen bien paradas en manos de Galder Reguera, ya que el buen oficio narrativo del escritor las salva de la banalidad, el melodramatismo o la empalagosería, peligros en los que fácilmente caería un autor menos dotado.

Por otra parte, si nos centramos en la problemática de la paternidad -recordemos que la novela se fundamenta en la conversación sin retorno de Unai con su padre ausente desde su niñez- no se aprecia un posicionamiento rígido que pueda determinar definitivamente la mirada del lector, ya que la misma voz narrativa que cuenta la relación paterno filial es capaz de desdoblarse o, más bien, de distanciarse de sí misma para poder cuestionarse así algunas de sus convicciones aparentemente más firmes, algunos de sus juicios más severos.Y es que en el fondo y al fondo de la novela lo que palpita son preguntas que no tienen una respuesta unívoca, cerrada: cómo se es un buen padre, qué es eso de ser un buen padre, en qué consiste exactamente, se puede ser un buen padre y un mal padre sin solución de continuidad, qué piensan los padres de sus hijos y los hijos de sus padres y los hijos cuando son padres acerca de sus propios padres, y sobre sus propios hijos,… Preguntas todas estas, por cierto, que ya andaban flotando en el ensayo autobiográfico Hijos del fútbol; preguntas aquí y allí a las que cada uno de los lectores desde su posición de padre, hijo o ambas a la vez deberá resolver tras la lectura, si le apetece, le cuadra y le viene bien.

En un nivel quizá algo más profundo de lectura, todas esas preguntas en Vida y obra se sintetizan en las contradicciones que nos plantea una existencia capitalista, objetivada en la novela que nos ocupa en su vertiente más creativa (¿más amable?), más artística, más literaria -recordemos que padre e hijo son novelistas-. Es entonces cuando surge la disyuntiva que lo abarca todo y complica las relaciones familiares: lo público frente a lo privado, el trabajo frente a la familia, la responsabilidad y el compromiso profesional frente a esa misma responsabilidad y compromiso para con los tuyos, la notoriedad pública y/o profesional frente a la presencia privada y/o familiar, la obra frente a la vida -o viceversa-,… Indagando en esta vía interpretativa quizá también podamos hablar en Vida y obra de una novela generacional sobre la paternidad, una narración que cuestiona el ejercicio de esta desde el patriarcado, que no deja de ser una forma de práctica capitalista encuadrada dentro del horizonte ideológico burgués clásico que deviene de las primeras revoluciones liberales.

No sé. A lo mejor me estoy dejando llevar y me estoy excediendo en el plano hermenéutico. Puede que sea así porque Vida y obra invita a ello, porque concede al lector una libertad de movimientos en la cancha de la narración que le permite fluir por sus páginas sin determinarlo a una lectura cerrada.

Vida y obra (Seix Barral, 2024) | Galder Reguera | 384 páginas | 20.90 euros

admin

3 comentarios

  1. Me apunto el de «Hijos del fútbol» a ver qué tal.

    También soy padre y mi hijo está haciendo sus primeros pinitos en el fútbol, su primer año jugando en el cole. Supongo que tus hijos son más mayores y llevan ya unos años. Conozco a muchos padres que no quieren que sus hijos vayan a fútbol por el ambiente que hay en los partidos (insultos, vulgaridad, etc.). Yo jugué muchos años y es cierto que había algunos partidos desagradables, pero recuerdo que en general lo positivo superaba a lo negativo. ¿Qué opinas?

    Un saludo.

    • Querido amigo, que juegue, que disfrute, que se lo pase bien, que haga amigos,… Los que jodemos el invento del fútbol entre los niños somos los adultos, en concreto algunos entrenadores y padres/madres frustrados o con una percepción distorsionada y miope de la realidad: solo un 0,1% (siendo generoso) de los críos llega a algo importante y, ya te digo yo, que no van a ser nuestros hijos.
      Saludos.

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