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Llega un jinete libre y salvaje

Fran G. Matute

A veces resulta algo frustrante constatar que las grandes lecturas del año son, esencialmente, rescates editoriales. Ocurrió no hace mucho con las exquisitas Stoner (1965) de John Williams y Dura la lluvia que cae (1966) de Don Carpenter, dos novelas que fascinaban por su sencillez y que compartían entre sí muchas equivalencias filosóficas y estilísticas propias, por otro lado, de lo mejor de la literatura norteamericana, sobre todo cuando se trata de reflexionar sobre los grandes temas de nuestra existencia a través de personajes secundarios que o bien son perdedores o sus vidas no muestran, aparentemente, nada fuera de lo común.

Enmarcada dentro de dichas coordenadas temáticas nos llega ahora, rescatada con buen tino por la editorial Gallo Nero, la obra de Larry McMurtry. En concreto, su primera novela, Hud, el salvaje (1961) y, su obra maestra, La última película (1966), ambas exitosamente traspasadas a la gran pantalla a cargo de Martin Ritt y Peter Bogdanovic, respectivamente.

Si bien estamos ante dos novelas que, a primera vista, no comparten excesivas similitudes (hablamos de un debut frente a una obra de consolidación, de una historia rural con escasos personajes frente a una urbana y coral… hasta podríamos afirmar que el tono con el que están escritas difiere sustancialmente), sí que nos ha parecido interesante realizar una recensión conjunta de ambas, pues algunos temas que interesan al autor confluyen en los dos textos.


Hud, el salvaje

Larry McMurtry

Gallo Nero, 2013

ISBN: 978-84-938569-7-7

235 páginas

18 €

Traducción de Regina López

A pesar de ser McMurtry uno de los escritores más populares y laureados de los Estados Unidos -basta recordar que recibió el Pulitzer en 1985 con el ‘best seller’ Paloma solitaria y en 2006 el Globo de Oro y el Oscar por la adaptación cinematográfica de Brokeback Mountain– su obra no había estado bien defendida en castellano. No es que no se hubiese traducido anteriormente pero sí que no se había hecho ni con el mimo con el que Gallo Nero lo está recuperando ni con su intencionalidad. Pues la parte de la bibliografía que ha llevado a McMurtry a ser una figura en su país mucho nos tememos que no es la más interesante desde el punto de vista literario, de ahí que la jugada de Gallo Nero parece ser la de recuperar, precisamente, sus títulos más enjundiosos literariamente hablando desde una perspectiva diferente, cercana a una sensibilidad ‘pop’.
Bajo dicha premisa resulta, por tanto, refrescante enfrentarse a un debut tan sólido como Hud, el salvaje que introduce un personaje incómodo como es el Hud que da título a la novela y al que es imposible no ponerle la cara de Paul Newman, por culpa de la magnífica adaptación cinematográfica que se hizo en 1963. Así, en el marco de una historia de vaqueros localizada en una apartada zona rural en el corazón de Texas a principios de los años 50, McMurtry ofrece, con escasos recursos, una sentida reflexión sobre el paso del tiempo y la obsolescencia de un mundo abocado a la desaparición.

Para ello propone una suerte de perpetuo enfrentamiento entre la tradición y la inminente modernización, entre el anciano trabajador que no quiere romper con el pasado y el joven ambicioso que pretende hacer rápida fortuna para dedicarse a vivir la vida. Y para ello somete la acción de la novela a una serie de tensiones narrativas (la epidemia del ganado, la violación, la muerte del anciano…) que se entrelazan con el lirismo de un paisaje que pronto perecerá, todo visto a través de los ojos de un chico.

Hud, el salvaje es un texto con fuerte arraigo en la tradición ‘western’ (como casi toda la obra de McMurtry) pero es cierto que introduce elementos extraños, que tienen que ver con esa modernidad que parece amenazar la inmutabilidad de la tradición, como cuando nos muestra a ese vaquero que, cuando no transporta ganado, trabaja en la factoría de Dr. Pepper que se ha instalado en la zona; o como cuando observamos a los jóvenes del pueblo devorando hamburguesas en un restaurante en cuya ‘jukebox’ cada vez es más difícil encontrar temas de Hank Williams pues el ‘rock and roll’ ya ha reclamado su trono.
Son estas contraposiciones -marca de la casa, por otro lado, como veremos al repasar La última película– las que dan vida al texto de McMurtry ya que permiten introducir interesantes reflexiones acerca de esos dos mundos que parece que terminarán colisionando irremediablemente. A modo de ejemplo rescatamos el siguiente párrafo que el autor pone en boca del joven narrador, que observa desde la distancia un baile celebrado en la feria del rodeo: “Me sentía ajeno a todo el mundo, ajeno a mí mismo también, allí tumbado sobre una lona en medio de un pastizal de vehículos. Solamente alcanzaba a oír la melodía, pero con eso bastaba: aquella canción se amoldaba a la perfección a esa noche, a la comarca y a mi estado de ánimo. Las pocas historias que los bailarines tenían que contarse ya quedaban dichas en las arrastradas letras de canciones como aquella; y su modo de vida, las pocas cosas que habían vivido y conocido, residían en esa melodía triste y estridente.  A la gente de ciudad tal vez le costara creer que existieran personas tan simples como para nutrirse de tales sentimientos; pero ellos no podrían entenderlo.” (página 197)

A nuestro juicio, el párrafo anterior representa a la perfección toda la imaginería que McMurtry utiliza en Hud, el salvaje para plasmar una historia simple y llana sobre el paso del tiempo incorporando, a su vez, una nueva sensibilidad acerca del ‘cowboy’ moderno y su necesidad de adaptación. Y para reforzar el mensaje se atreve a introducir un personaje odioso como Hud, verdaderamente atípico en el género y que de alguna forma viene a representar también una obsolescencia de los valores que conformaron la vida rural en el Oeste.


La última película

Larry McMurtry

Gallo Nero, 2012

ISBN: 978-84-938569-4-6

328 páginas

19,95 €

Traducción de Regina López

Para el joven narrador de Hud, el salvaje, el único horizonte existente más allá de las hectáreas en las que pasta el ganado de su abuelo es la ciudad de Thalia. Y en ella se desarrolla la acción de La última película. Pero resulta curioso comprobar cómo si para los habitantes de las zonas rurales de Texas la ciudad más cercana es el punto de fuga con el que soñar, para los vecinos de Thalia no hay tampoco mucho futuro al que mirar a la cara.
Es este un punto de conexión entra ambas novelas. Pues si bien Hud, el salvaje lidia con el fin de una era que aspira a migrar a las ciudades, en La última película se ofrece, precisamente, un retrato sobre la vacuidad de los habitantes de dichas ciudades. De un lado, jóvenes atrapados en un presente inapetente y sin voluntad de progresión. De otro, adultos acostumbrados ya a vivir en un anhelo perpetuo por culpa de una juventud perdida. Y en la intersección de ambas realidades es, de nuevo, donde McMurtry encuentra el lienzo perfecto para desgranar, con ese ojo clínico que parece tener para dotar de psicología a sus personajes, el día a día de una pandilla de chavales literalmente atrapados en las calles de Thalia.

Aún no tratándose de un tema estrictamente literario, como elemento externo que puede llegar a moldear el impacto de la lectura, resulta casi imposible leer Hud, el salvaje y La última película sin recurrir a sus equivalentes cinematográficos. Pero en el caso de la película de Bogdanovic fascina comprobar la fidelidad de la adaptación. Pocas veces nos hemos topado con un texto tan exquisitamente filmado, conservando todos los matices de los personajes y plasmando en imágenes, con toda su fuerza expresiva, las escenas tan memorables que McMurtry, con su prosa limpia y directa, escribió en esta novela.

Sin embargo, el paso del tiempo sí que permite realizar una lectura más actualizada del legado de La última película. Nos ha venido a la memoria, mientras revivíamos en el papel las añoranzas de Sonny, Jacy y Duanne, aquel serial majestuoso que produjo la NBC titulado Friday Night Lights (2006-2011), basado en el libro de H. G. Bissinger que, en esencia, desarrolla los mismos temas que McMurtry expone en su novela, poniendo de manifiesto que la vida urbana en la Texas profunda no ha cambiado gran cosa en los últimos 40 años. 

Cobra así vida esa sensación de inmutabilidad que desprenden los textos de McMurtry. Ese apego a una tierra que no ofrece estímulos, que seca los sueños de sus habitantes a cambio de ofrecer una vida sencilla carente de emociones fuertes. Sólo los más atrevidos, los más sensibles, serán capaces de romper con ese yugo mental. Como hizo en su día Larry McMurtry, ese jinete de las letras, libre y salvaje, cuya vuelta ahora celebramos.

admin

4 comentarios

  1. Hola, Fran: No me ha quedado claro cuál de las dos te ha gustado más. De empezar a leer a McMurtry, ¿habría que hacerlo obligatoriamente por La última película? ¿Es realmente su obra maestra? Gracias. Un saludo.

  2. Sí. De las dos, la mejor y la que considero una lectura imprescindible es «La última película».

    «Hud, el salvaje» es un buen texto pero no hay que olvidar que es un debut y es algo más plano. «La última película» es una novela muy potente, dura, árida. «Hud, el salvaje», aunque tiene su lado oscuro, es más lírico, lineal.

    Pero obligatoriamente no hay que leer nada! 😉

  3. ¡Gracias por la aclaración! Pero jé con eso de que obligatoriamente no hay que leer nada: a mí a final de cada trimestre me viene a buscar mi antiguo maestro de Lengua y literatura del colegio (el hombre está mayor, le diagnosticaron demencia senil no hace mucho) a hacerme, vara en mano, examen de las lecturas leídas. Apunto esta.

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