Si solo tengo una vida que vivir, pensaba, compadeciéndome de mí misma, ¿por qué tengo que vivirla aquí? Y entonces, claro, me acordaba de que me había casado, mi marido vivía en Washington, estaba enamorada de él y teníamos un hijo y otro en camino. Cuando mi matrimonio se acabó, comprendí que nunca tendría que volver a preocuparme de si en el barrio marginal donde vivíamos abrirían alguna vez una tienda de quesos. Era libre, podía volver a Nueva York, que no era solo la Gran Manzana sino la Central de los Quesos.
CAROLINA EXTREMERA | Cuando estaba en el instituto, mi madre solía decirme: “tienes que ser más frívola”. No se trataba de que no fuera divertida, porque lo era, además de tener mucho sentido del humor – aunque no del que se suponía que debíamos tener en los años noventa, esto es, el sentido del humor entendido como la capacidad de no enfadarte nunca jamás aunque te insultaran –. Incluso manejaba bien la ironía. La cuestión es que, efectivamente, era una adolescente que me tomaba las cosas en muy serio. Me gustaba pensar y me irritaban las películas muy comerciales y las personas superficiales. Supongo que hay que dejar a los adolescentes ser intensos y profundos, porque hay un momento para cada cosa y, ahora, cuando veo a mis alumnos tan pensativos y tan vehementes, me doy cuenta de la tentación que supone querer ahorrarles disgustos y comprendo a mi madre, pero los dejo a su aire.
Si mi yo adolescente hubiese tenido la oportunidad de leer más de dos frases de No me gusta mi cuello de Nora Ephron, se habría llevado las manos a la cabeza. El primer capítulo está dedicado al gran drama que supone tener arrugas en el cuello a partir de una cierta edad, y es el que da título al libro. Tenemos también capítulos sobre lo odiosos que son todos los bolsos en general (incluyendo un Kelly de Hermès que compra una de sus amigas) y el de la autora en particular o sobre la rabia que da dejar de ver bien de cerca. Todo lo que dice está cargado de ironía y de la habilidad interesante – cuando no eres adolescente – de tomárselo todo a broma y, sin embargo, creo que quiere imprimir cierta profundidad a muchos de sus pensamientos. Lo que ocurre es que los supuestos pensamientos profundos que alberga mientras nos hace reír son cuestiones que solo pueden preocupar a mujeres blancas con dinero. Cuando habla sobre el problema de los alquileres y la vivienda, se refiere exclusivamente a lo que le ocurrió a ella en un piso del Upper West Side de ocho habitaciones en un edificio donde el portero no abría la puerta a los repartidores.
Atención a esta frase, por ejemplo: “Quiero hacer una pregunta: ¿Cuándo y por qué la manicura se volvió absolutamente imprescindible? No tengo la menor idea, pero quiero dejar la pregunta en el aire como recordatorio de que, justo cuando crees saber con exactitud todo lo que hay que hacer en lo que se refiere al mantenimiento, de pronto puede surgir de la nada una cosa más que te quita un montón de tiempo de vida.”. Un problema del primer mundo que me recuerda que el otro día, en una de mis clases, a una alumna mía se le rompió una de esas uñas enormes que llevan ahora y exclamó: “¡Me ha sucedido la mayor desgracia de mi vida!”.
Tengo que admitir, sin embargo, que lo que me escandalizó tremendamente en mi alumna me ha parecido encantador en Nora Ephron. ¿Qué me ha ocurrido en estos años? ¡Es la edad! No me pregunten por qué, pero al leer estas páginas llenas de reflexiones absolutamente intrascendentes sobre cuestiones que solo preocupan a mujeres de cierta posición social he disfrutado una barbaridad. Me he reído con sus aforismos llenos de ingenio (y de ligereza), incluso de frases como “Si solo has elegido mal una tercera parte de la ropa que tienes, vas ganando la partida” y todavía estoy encantada con su narración sobre su experiencia como becaria de Kennedy en la Casa Blanca. En parte, se debe al talento de la autora para reírse también de sí misma y al hecho de que es muy consciente del tipo de artículos que escribe, sabiendo que no es profundidad lo que su público busca. Pero también hay otro motivo por el cual he devorado este libro: al final, la frivolidad me ha acabado encontrando.
Una de las cosas que más lamento – incluso más que no haber comprado el apartamento de la calle Setenta y cinco Este, incluso más que mi mayor descalabro amoroso – es no haberme pasado la juventud enamorada de mi cuello. Nunca se me ocurrió dar las gracias por mi cuello. Nunca se me ocurrió que tendría nostalgia de una parte de mi cuerpo que daba totalmente por sentada. Por supuesto, es cierto que los años me han vuelto sensata, sabia y serena. Y también es cierto que comprendo sinceramente qué es lo importante de la vida. Y ¿adivinan qué es? Es mi cuello.
No me gusta mi cuello (Libros del Asteroide, 2023) | Nora Ephron|Traducción de Catalina Martínez Muñoz| 176 págs. | 18.95€