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Lo más bonito es la vida

Portada_Tu-no-eres-como-otras-madres-350x538CAROLINA LEÓN | Historias de la vida real. Testimonios directos. Textos que reciben extra de atención por ser “verdaderos”. La “autenticidad” de la exploración biográfica. Una hija escribiendo acerca de su propia madre. Judíos perseguidos en la Segunda Guerra Mundial y…

Son grandes argumentos, y aún así. A pesar de que todos estos elementos pudieron ser parte del apartado “Fortalezas” en el análisis de los primeros editores (cosa que sucedió en Alemania en 1999), no explica del todo que la historia de Schrobsdorff, la relación de la vida y hechos de su propia madre, lleve cuatro ediciones en español en sólo cinco o seis meses. ¿Y qué tiene, entonces?

A medida que lo leía -lentamente, son 592 páginas-, iba retransmitiendo a mis compañeros de librería: “Es algo lento al principio, me está contando la infancia de su madre en los comienzos del siglo XX, típica familia de la burguesía comercial judía berlinesa” (apenas comenzaba).

“Hay que darle tiempo, se está poniendo más interesante a medida que la mujer desafía a su ambiente social”… (iba por la 60).

“¡Es una pionera! Transgrede las convenciones y se monta una pareja abierta a pesar de sus padres, de su marido y de sus hijos. Vive en Berlín para el placer, para la alegría de vivir, comparte a su marido, tiene un amante…” (más o menos en la 125).

“Se le desmorona el mundo, ni ella ni los de su alrededor se han dado cuenta de cómo desaparecía la Alemania en la que creían, tomaban el ascenso nazi por un mal pasajero y no hicieron nada salvo tratar de seguir de fiesta…” (cerca de la 252); un momento antes de eso leía: “La vida era bella, el amor era bello, uno mismo era bello, y más en aquellas noches que no volverían”.

Y así me fue ganando, y en lo sucesivo de sus páginas ya no pude desasirme de ellas.

Tú no eres como otras madres podría parecernos a priori un relato oportunista con todos los elementos que citaba al principio, porque desde luego hay hambre de testimonios de desgracias y primeraspersonas de la Historia, pero es un libro que se engorda solo de sentidos y capas. En lugar de ser un lugar al que llegar a redimirse -por contraste-, se trata de un extraño y dulce caso de narración que celebra lo bello, que no oculta lo horrible, y que desea que sus lectores se queden en cada pliegue de cada frase y lo hace a fuerza de hacerlo bien.

Pero, a medida que iba leyendo, se lo estaban leyendo otros cientos de personas y se lo estaban contando en directo a sus seguidores en twitter o a sus conocidas en la sala de espera. Porque no se puede detener su lectura, aunque por momentos resulte algo lenta o tediosa. Porque arrastra.

Y todas ellas saben ya que es difícil reducir la amplitud de esta historia (sus capas) en unas pocas frases, pero cuando lo recomiendo suelo quedarme con este par de cosas: no sólo toma la autora el personaje de su madre, Else, un auténtico avatar de múltiples dimensiones, para retratar a una sociedad y a una época que pasaron a otra vida con el paso del nazismo sobre Alemania; además explora al personaje de su madre como escritora, no tanto como hija, y a través de ella retrata a un personaje/símbolo confundido, ansioso, complejo, pasional, egoísta, entregado y cobarde; un personaje en mitad de dos mundos y en el morir de una época; que le sirve, lo sepa o no, como metáfora de lo que pasaron y vivieron las mujeres que se atrevieron a desafiar una, o una docena de normas, en el extinto siglo XX.

También de lo que han podido vivir, en toda Europa y más allá, tantas mujeres que sufren las consecuencias de las guerras sin participar en ellas (véase La guerra no tiene rostro de mujer de S. Alexievich), aunque a Schrobsdorff no le interesan las metáforas y sí su madre.

Y, si aún no los he convencido y me permiten un par de minutos más, trato de hablar del magnetismo de Else. O mejor dicho, de la equilibrada justicia que le dedica su propia hija/autora. El enorme tema de la literatura madre-hija, en esta novela, adquiere otra dimensión. Pondré el acento en ese increíble pulso que se establece entre la hija y la escritora, entre la que conoció a su madre en un papel y la que trata de abordar al personaje en todos los demás aspectos que lo conforman, nunca con desapego, pero tampoco con un juicio exacerbado por la cercanía o la obligación.

La Schrobsdorff te presenta así a su sujeto: “Me he interrogado una y otra vez sobre el secreto de su fascinación, se lo he preguntado a personas que tuvieron amistad con ella. Pero nadie, ni yo misma, ha sabido dar en el clavo”. Y va pasando de etapa en etapa buscando ese secreto, desde la Else jovenzuela que se siente constreñida en el mundo de sus padres y tíos, comerciantes y artesanos judíos, y cree descubrir “lo radicalmente distinto” a través de un cristiano, del que se enamora; la Elschen que crea alrededor de sí un mundo de placeres y que no se niega uno solo, tiene un hijo con su primer marido, se engatusa de un segundo hombre, de un tercero, decide tener un hijo con cada hombre al que ame; la Else a la que se le cae el mundo alrededor a medida que los nazis cercan con decretos -democráticamente todo- a los judíos en la ciudad, en el país; la Else que ha de atravesar las fronteras como refugiada y vive el exilio al mismo tiempo que el abandono, la vejez y la soledad; la Else amiga de tantas, hasta de la que se convirtió en la nueva mujer de su primer marido… Todo eso, sin permitirse el mínimo atisbo de idolatría, así como tampoco el mínimo ajuste de cuentas.

Eso es realmente notable, y si me dejan lo trato de explicar, se lleven o no se lleven el libro.

Su personaje/madre es falible, es casquivano, es débil a veces, es fuerte y es descuidada, es risueña y es controladora; y todo forma parte del mismo ímpetu de escritura, uno que se abstiene de juzgar a su personaje/madre y trata de rodearlo en todas sus dimensiones. Es un ímpetu que lleva a la autora, incluso, a ser tan implacable con ella misma como justa trata de ser con su personaje: Schrobsdorff no se concede la más mínima misericordia en su retrato de sí como exiliada en Bulgaria y adolescente quejica.

El título del libro es, en verdad, la primera cosa que me enamoró, aunque le pondría un corolario a mi pinta, algo así como “tú no eres juzgada como las otras madres”.

Y, más allá, si el posible comprador me acompaña al bar de la esquina, ya le explico: hay múltiples capas en la historia, gruesas y delgadas, y los acontecimientos se oscurecen solos, pero a través de todas ellas nos va quedando un poso vital. El Berlín mestizo y egoísta de los años treinta, la sociedad turbada y vuelta hacia sí misma de la burguesía alemana en el ascenso nazi, la generosidad de los búlgaros y de todos los aliados anónimos que encuentra la familia “judía-pero-no” en su huida, la incapacidad de la mujer para ayudar a sus hijas en su acceso a la vida… Y en las capas más finas de este relato de lo pequeño, de lo cotidiano, de la supervivencia, es donde está para mí lo más exquisito del libro; donde se escuchan a veces las voces de los hijos, diminutas o inarticuladas, como pequeños títeres que no saben qué papel juegan en la vida de una mujer tan fascinante; declaraciones que se cuelan a lo largo de la novela, y que merece la pena encontrar:

-Ay, mamá -dijo (Peter) cuando estaba acostado en la cama y Else se inclinaba sobre él- Lo más bonito es la vida y lo más malo, la muerte. Yo quisiera no morir nunca, quiero tener mi vida siempre”.

En la historia de Tú no eres como otras madres -más allá del intenso relato de un periodo tan transitado por la literatura, tan pocas veces desde este lado- lo que hay es, sobre todo y aunque resulte manido, un canto a la vida. A su confusión, a su ingobernabilidad, a su desorden y a su orden en el perdón.

Es una novela-trampa, con todo lo que la biografía puede tener de trampa(ntojo), que nace de unas circunstancias dadas y de un talento dado, que la autora ha sabido recoger como un curioso legado. Las memorias no lo tienen todo, no lo valen todo, por sí mismas. Eso es lo que intento contarles a los posibles lectores del libro, que todo bien con leer testimonios e historias “de la vida”, pero lo que prima aquí no es que sea “real” sino que es literatura. Enredada y altiva, fascinante y misteriosa, y viva como estuvo el personaje de Else.

Tú no eres como otras madres (Periférica & Errata Naturae, 2016) de Angelika Schrobsdorff | 592 páginas | 24,50 € | Traducción de Richard Gross

admin

5 comentarios

  1. Gracias por compartir esta crítica. Me queda, sin embargo, más allá de las palabras sobre el libro mismo y su autora, una pregunta que resurge de vez en cuando, demasiado a menudo, tal vez. Es la siguiente:
    ¿Por que nadie se refiere a Faulkner y García Márquez como el Faulkner y el García Márquez, y en cambio si escriben, y dicen, hombres y mujeres (como en este caso) la Woolf o la Schrobsdorff? No es una crítica, ojo, sino una pregunta, una duda, un detalle mínimo dentro de la confección casi perfecta de este inspirador artículo.

  2. Buen apunte, no tengo ni idea de por qué lo he escrito así. Voy a empezar a decir el Faulkner y el Chirbes (cosa que a veces hago coloquialmente), gracias por el comentario.

  3. Me da a mí que se trata de un intento de visibilizar el carácter femenino de la persona(je) al nombrarla por su apellido. También sucede con las actrices: «la Garbo», «la Hayworth»; y no «el Grant» o el «Cooper». Esto último sonaría coloquial (en ocasiones vulgar), ya que, al haber sido hombres los que de manera más popular han ejercido estas profesiones tradicionalmente, y por el consecuente carácter no marcado del masculino, el mero hecho de nombrar el apellido bastaría para marcar su carácter masculino. Es una mera hipótesis, ahí la dejo.

  4. Yo me hice esa misma pregunta hace unos meses al editar un texto sobre una artista italiana. Estaba por quitar el artículo. El autor me convenció de que, especialmente en Italia, era una forma tradicional de nombrar a las artistas (sólo a las mujeres) y que era una forma más bien cariñosa y de homenaje y cercanía. Tuve que dejarlo. Pero nunca me ha parecido bien.

  5. La explicación de José Manuel López es la correcta. Qué ganas de ver ideología en todo.

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