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Lo que importa es la poesía

Casi
Rodrigo Manzuco
Visor, 2013. Colección «Visor de Poesía»
ISBN: 978-84-9895-844-7
74 páginas
10 €
XI Premio Emilio Alarcos
Antonio Rivero Taravillo
Hay poetas que se quitan años por coquetería (Cernuda o Gil-Albert) y otros que se los añaden para aparentar, junto a la mayor edad, más entidad, más cuerpo. Esto último es lo que sucede con Rodrigo Manzuco, quien, puesto a ser joven, lo es mucho más de lo que pregona la nota de contracubierta: 1988. En cualquier caso, vamos a los poemas, que es lo relevante. Y aquí hay algunos excelentes entre muchos buenos.
Se agradece en ellos el desenfado, la capacidad de evitar solemnidades, mediante imágenes frescas. La noche “se rasca en las esquinas del alba / como dos cuerpos que se aman.”En otro lugar leemos: “Explicar sentimientos es abrir los regalos / antes de darlos, es / describir la rosa hasta agotarla / de puro aburrimiento, es arrancar sus pétalos / para hacerla entender.”
Se aprecia aquí un humor hermano del de Enrique García-Máiquez, con sus travesuras con el lenguaje, como en el breve “Mirad las aves del cielo” con su “marear la perdiz” y su cita del evangelio de Mateo.  “Yo ya te” es por su parte un delicioso poema sobre el amor lleno de titubeos y confusión propio de la edad del pavo. “Paisaje azul”, ambientado en Tarifa, es otro de los mejores del libro: en él se nos dice que un desierto de dunas “era un mar / disecado”. Y concluye: “Nos lo pasamos bien aquel verano. Lástima / no haberse ahogado como altivos héroes trágicos.” Quizá este final, más que el poema “El final de la luz”, justificaría la dedicatoria a Juan Antonio González Iglesias. El verano y sus goces, la plenitud que representa, ilumina también otras composiciones.
Con alejandrinos (en la elegía, que también la hay, a la madre muerta), con versos fracturados o el casi ‘haiku’ “Faro de Adra”, el autor despliega una pericia no necesariamente atada a la métrica y pendiente sobre todo de las metáforas y las sorpresas, como en “Desahuciados del paraíso”, donde tras declarar que “todos los meses deberían ser julio” y abominar del tic-tac, escribe: “deambular por las horas / mirando el sitio donde estaba el Swatch / para vernos la marca tatuada / del dios Sol en la muñeca nívea, / su marca inmaculada sobre la marca negra.”
El ingenio a veces juega malas pasadas, “Uni-verso” es un poema malo, aunque al menos, ateniéndonos a lo que se establece dos páginas antes en “Breve tratado de Literatura”, “Si malo y breve, pues menos mal”. Dialoga el poeta a menudo con otros a través de referencias veladas o explícitas, como en “No más Belleza”, donde, tras una cita de Abraham Gragera, escucho un eco de W. B. Yeats (The Man and the Masks según Richard Ellmann) y su “No Second Troy”. Manzuco dice: “qué astutas las imágenes de Homero / con la verdad agazapada dentro, / como caballo de Troya / a punto de destruir la impenetrable ciudad”.
“Nata líquida” y “Soñar despierto” (no así su apéndice “Soñar”) son también estupendos poemas, ya en la recta final del libro.
Manzuco, y discúlpeseme el juego de palabras, comparte mucho con el Man del título de Ellmann. Vale, chaval, decimos al cerrar su libro, devolviéndolo al limbo sin edad que habitaba antes de que leyéramos su obra. Pero le estamos agradecidos porque nos ha entregado más que muchos otros vates del común. Quiero decir, de carne y hueso. A fin de cuentas, lo que importa es la poesía.

 

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