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Locura por Jesús Carrasco

la-tierra-que-pisamos-de-jesus-carrasco-seix-barral-2016JOSÉ M. LÓPEZ | “Linsanity” (“locura por Lin”) fue un vocablo que se adoptó en el mundo del ‘basket’ profesional americano para definir el exitoso inicio de carrera de Jeremy Lin, que, durante sus cinco primeros partidos como titular, llevó a los New York Knicks a la victoria, promediando la friolera de veinte puntos y siete asistencias (récord para un debutante). Los seguidores de la Gran Manzana quisieron ver en este joven base a su particular Jordan asiático. Sin embargo, y tras este feroz arranque, sus números, aunque buenos, se moderaron, y los del Madison volvieron a encauzar la senda de la derrota. Al año siguiente firmó un contrato millonario con Houston. La temporada no fue mala, pero cada uno de los seguidores de la NBA juzgaba al jugador con el rasero de esos cinco primeros y celestiales partidos con los Knicks.

El debut en la narrativa de Jesús Carraco también fue triunfante. Su primera novela, Intemperie, fue premiada con numerosos galardones: Libro del año otorgado por el Gremio de Libreros de Madrid, el premio de Cultura, Arte y Literatura de la Fundación de Estudios Rurales, el English PEN Award y el Prix Ulysse a la mejor primera novela, libro del año también por El País, y The Independent lo seleccionó como uno de los mejores libros en lengua extranjera del Reino Unido en 2014. A día de hoy, la novela ha sido traducida a una veintena de lenguas. Y en mi opinión, esa pequeña y brutal epopeya bucólica que conforma Intemperie merece todas y cada una de esas distinciones. El problema radica en cómo afrontar un segundo libro (su escritura, su edición o su lectura) tras un inicio tan exitoso. Y creo que lo más justo hacia el autor, pero, sobre todo, hacia mí mismo como lector, era desprenderme de todas las pesadas alforjas que en mi retina había dejado su primer libro, y evitar el continuo análisis comparativo entre las dos obras. Y Jesús Carrasco contribuye a llevar a cabo esta tarea de limpieza mental, ya que, aunque en este segundo libro encontramos ciertas concomitancias estilísticas básicas con respecto al primero, estamos ante dos obras muy diferentes en fondo y forma. Es decir, no esperéis hallar aquí un Intemperie II, lo que hubiera sido legítimo, aunque quizás menos atrevido por parte del autor.  

La tierra que pisamos posee, por ejemplo, una mayor complejidad narrativa y estructural: se entrelazan dos historias con un protagonista común pero en dos momentos distintos de su vida. Estas dos tramas se intercalan en el libro, en un primer momento, claramente diferenciadas, pero más tarde se irán fundiendo, sucediendo y confundiendo incluso dentro de un mismo párrafo de una manera estilísticamente más osada. El inicio de la primera narración es subyugante e hipnótico. Realmente me atrae la historia narrada por esta mujer madura, esposa de un general al que ha acompañado, siempre en un segundo plano, en cada una de sus aclamadas victorias en representación de un Imperio (inventado) que ha logrado dominar gran parte de la tierra. Pero su marido se encuentra hoy día en estado vegetal debido a una enfermedad, y ambos viven retirados en un pueblo de Extremadura, en un cortijo que el Imperio les ofrece en uno de esos paraísos naturales de uno de los territorios conquistados. En el momento en que parte la trama, los sentimientos hacia su marido están más cercanos al odio y al asco que al cariño, quizás por verlo como el principal causante de ese papel de florero que ha ido ejerciendo toda su vida, y, seguro, porque también lo hace responsable de la prematura muerte del hijo en el campo de batalla. Este estado de aletargamiento físico y emocional se rompe con la irrupción de un extraño mendigo que acampa en la huerta de su cortijo, y con el que crea un extraño vínculo. Este hombre silencioso es el protagonista de la segunda narración, ya que la mujer, debido a su extraño mutismo, decide ir reconstruyendo su pasado, primero echando mano de su imaginación, y en otras ocasiones completándolo con testimonios de personas que lo conocieron y que le sirven para ir completando el puzle que conforma este interesante ejercicio meta narrativo, donde presente y pasado se funden, donde lo que la verdad no aporta lo hace la imaginación, donde realidad y ficción se alternan y se necesitan.

El periplo que sufre este hombre desde que fue capturado por las fuerzas invasoras hasta su estado actual de entumecimiento es un viaje homérico y violento que el autor sabe describir con un estilo elegante, nervioso y conciso. Y es que uno de los aspectos que más me atrae de la forma de escribir de Jesús Carrasco es la manera explícita pero refinada con la que describe el dolor -también el físico- que sufren sus protagonistas. Este suplicio es producido, en ocasiones, por la despiadada mano del hombre, pero otras veces tiene su origen en una naturaleza bella y vil a partes iguales. El novelista extremeño posee el extraño don de conocer los escondidos  secretos que lo salvaje posee, y sabe, además, transmitirlos, con una sencillez y una hermosura que parecen provenir del meollo mismo de lo rural. En una reciente entrevista le lanzaban al autor preguntas de la índole de si vivía en el campo, si tenía móvil, si guardaba contactos con la civilización más allá de su retiro… Jesús Carrasco respondía que sí tenía móvil, ordenador y demás, que vivía en la ciudad, que sí, que el campo le gustaba pero que últimamente su contacto con lo rural se limitaba a las visitas periódicas a un pequeño huerto colectivo a las afueras de Sevilla. Sin embargo, veo lógico que se suscite este tipo de preguntas en sus lectores, pues  sus textos parecen transmitir la sensación de que estamos ante un tipo que posee una relación muy intima con la naturaleza.

No obstante,  y a pesar de estas virtudes, la novela no termina de funcionar, y creo que es porque le falta pulso narrativo. La historia va avanzando y no consigue engancharme ninguna de estas dos tramas que se entrecruzan. La relación de la mujer con el mendigo es demasiado estática, y, más allá de la atracción de la puesta en escena inicial donde ambos se encuentran, no avanza y va perdiendo interés. Tampoco lo hace la narración, real o recreada, de la odisea del mendigo, que empieza quizás, demasiado tarde, y que se ve completada por la aparición de personajes, como el general que lo protege, que apuntan alto pero que no tienen tiempo de desarrollar su personalidad e inquietudes. No sé si quizás hubiera sido mejor centrarse en una de las dos historias, o bien haber alargado la novela para desarrollar con más detalle cada una de estas (la segunda sobre todo) de modo que el lector hubiera tenido tiempo y espacio para implicarse emocionalmente en las tramas. Lo cierto es que, semanas después de haber leído el libro, pocos aspectos de la novela vuelven a mi mente con interés, salvo, quizás, la impactante escena del final en la que se descubre el porqué de ese estado de pasividad total del protagonista. Esta escena, a pesar de su carácter esperado, y más allá de las interpretaciones políticas que desprende, permanecerá incrustada en mi mente como una espina de cemento.

Jeremy Lin juega hoy día en los Hornets de Charlotte. Su equipo ha entrado en los ‘playoffs’, y tanto por números como por juego, se ha asentado como un magnífico base dentro de la liga. Poco a poco la gente va juzgándolo por lo que demuestra en cada partido, y no por la gesta de esos cinco primeros encuentros de su debut. Qué difícil resulta a un gran talento sobreponerse a un inicio sublime. Jeremy Lin lo ha conseguido a base de calidad y talento, cualidades que parecen sobrarle a Jesús Carrasco. Así que voy reservando las entradas para su próximo partido.

La tierra que pisamos (Seix Barral, 2016), de Jesús Carrasco | 272 páginas | 18 € 

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