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Locura sin genialidad

Portada_Un_hombre_sencillo-350x540JOSÉ M. LÓPEZ | «Este libro no aspira a ser literatura: humildemente aporta algunas páginas más a la eterna historia del sufrimiento humano.«

Eso afirma el autor de Un Hombre sencillo acerca de su propio libro en una nota enviada a la editorial allá por el año 1925. Y bueno es saberlo antes de empezar a leerlo, ya que, efectivamente, esta novela no tiene un gran peso desde un punto de vista estrictamente estético. Es más bien un escrito algo caótico y deslavazado de los pensamientos de un hombre que aspira a la sencillez, a ser un tipo normal, pero que termina volviéndose totalmente chalado, y escribe estas notas en forma de cinco confesiones que realiza a un médico del hospital psiquiátrico del hospital de Salpetrière.

Y si en modo confesiones estamos, yo tengo que reconocer que el libro me ha dejado algo frío. Es cierto que el inicio apunta alto, hablo de las primeras líneas, que hablan de la obsesión de este hombre por encontrar la paz, la tranquilidad y el silencio para escribir, de una manera totalmente infructuosa. Este individuo, además de encontrarse en medio de un triángulo amoroso, es desestabilizado por todos aquellos elementos que le impiden sentarse relajadamente a practicar su oficio: el ruido de los niños al ir o salir del colegio, el del vecino cuando se rasca, los innumerables coches de París… Por eso termina dejando de lado esa ciudad, que considera inhóspita, y se traslada al campo. Se me olvida decir que también deja a una de sus amantes. Entonces su vida parece calmarse, e ir ya enfocándose, poco a poco, hacia su ansiada actividad de literaria.

También me parecen muy sugerentes ciertas reflexiones -del inicio y del final del libro- que lanza este colgado sobre su encierro en el manicomio: las enfermeras, los locos de las camas de al lado e incluso los prejuicios morales del médico que lo entrevista. Hasta ahí bien. Hasta ahí, el libro, escrito por un maniático poeta de la negatividad, me parece divertido y subyugante, incluso desde un punto de vista clínico. Pero eso no es más que el umbral y la puerta de atrás. El resto de las habitaciones de esta casa de ciento noventa páginas me han parecido demasiado aburridas e irritantemente repetitivas. Y es que el meollo del libro viene marcado por la aparición del personaje de Michette, hija adolescente de su pareja y por la que se obsesiona perdidamente. Su deseo carnal hacia ella y los delirantes celos provocados por sus relaciones con los demás parecen ser los motivos finales por los que el protagonista termina hundiéndose en la locura. Ya he comentado alguna vez que el tema de los celos me suele aburrir bastante  -con las escasas y honrosas excepciones de Otelo y Por el camino de Swann-. Pues lo mismo me sucede con el tópico de “Lolita” -vale, vale, a Nabokov también lo quitamos-. Lo dicho, si no quieres caldo, pues dos tazas. Y es que realmente me han llegado a provocar un enorme sopor e irritación, tanto que yo he sido quien ha estado a punto de acabar en un manicomio, estas continuas reflexiones de un viejo verde enrojecido por su lascivia hacia esta joven ‘femme fatale’. Tampoco he podido con los celos continuos que provoca en el protagonista el cariño que la bella ‘puella’ manifiesta hacia otros, como su padre o su hermana. Al final este tipo me termina recordando al exasperante Juan Pablo Castel de El túnel pero en pirado. Y es una pena, porque, ya digo, el libro podría haber conformado, como dice el autor, un divertido tratado sobre el dolor y la locura. Pero al final no es más que un conjunto de reflexiones deslavazadas de un colgado celoso, con alguno que otro hallazgo narrativo, como ciertos ingeniosos juegos de palabras, algunos esbozos de monólogos interiores con tintes absurdos, o como el desdoblamiento del narrador interno en dos o más personajes, todo fruto de la esquizofrenia y de la personalidad múltiple del enfermo protagonista.

André Baillon (Amberes 1875-Sant-Germain-en-Laye, 1932) perdió a sus padres y su hermano a los seis años. Se tiró al mar a los veinte después de una ruptura amorosa. Tras un traumático ‘menage à trois’ ingresó por primera vez en un hospital psiquiátrico. Años más tarde conoció al amor de su vida, Marie e Vivier, con la que intentó suicidarse al alimón. Finalmente, terminó ingiriendo una sobredosis de somníferos que acabó con su vida el 10 de abril de 1932. Dicen que la locura y la genialidad suelen ir de la mano. Desafortunadamente, este extraño e interesante libro se parece más a las irregulares notas de un desequilibrado que a la febril literatura de un gran novelista.

Un hombre sencillo (Errata Naturae, 2016), de André Baillon | 190 páginas | 16,50 € | Traducción de Vanesa García Cazorla

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