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Los chupadores de sangre

MANUEL MACHUCA| El reconocido escritor ubetense Antonio Muñoz Molina publica este cuento de poco más de cien páginas, lo cual ya es mucho cuento, que, a decir de las de cortesía, culminó diez años atrás pero que, a buen seguro, ha ido pergeñando desde que comenzó su carrera de escritor. Leer El miedo de los niños me ha trasladado al universo de El viento de la luna, novela que se editó en 2006, y en la que el autor rememora su infancia y adolescencia en el marco del primer viaje con éxito al único satélite natural del planeta Tierra.

El miedo de los niños relata la historia de dos primos segundos, Bernardo y Esteban, unidos por una relación familiar mucho más estrecha que la que podría esperarse por sus lazos de consanguinidad, ambientada en la Andalucía rural de mediados del siglo XX. Esteban ha de cuidar de Bernardo, víctima de la poliomielitis en su más tierna infancia, enfermedad que le obliga a arrastrar su pierna, ya debilitada por la enfermedad y sometida a la tortura de unos zapatos metálicos y unos herrajes que la aprisionan con la esperanza de devolverle una fortaleza imposible de recuperar. A pesar de ello, Bernardo es el que cuida muchas veces de Esteban por su valor ante situaciones tenebrosas reales o imaginadas, y por su decisión a la hora de defenderse de los ataques de los demás.

El cuento recuperado incluye ilustraciones realizadas por la joven artista almeriense María Rosa Aránega, que capta de forma magnífica el oscuro mundo rural de la no menos oscura y tenebrosa España de los años de la posguerra, un ambiente que Muñoz Molina ha retratado de forma magistral en otras ocasiones y que entiendo que es una de sus grandes cualidades como escritor.

El texto rescata los miedos infantiles, las leyendas e historias que poblaban y pueblan sus imaginativas mentes, instigadas, cómo no, por los adultos. Las historias de tísicos, que bajaban al pueblo de noche para beberse la sangre fresca de los niños y así poder curarse la tuberculosis, constituyen un correlato extraordinario de una época terrible de nuestro país que muchos parecen dispuestos a ignorar, probablemente para que de esta forma pueda repetirse y así padecerlas de primera mano sin necesidad de que nadie se lo cuente. Y es que, para experiencias, como la de uno, ninguna. Y perdonen la cacofonía.

Es probable que las historias de miedo de los niños de cada época muestren como pocas la imagen de una generación. Los tísicos, el hombre del saco, la mano negra, el que te daba un caramelo a la puerta del colegio y, generación tras generación, la imagen de una furgoneta, de un camión oscuro repleto de niños secuestrados, víctimas de cualquier horror que la imaginación proyecte. Y detrás de todo, siempre, hombres. El mal con cromosomas X e Y. Niños perdidos que sucumben al engaño de un adulto tenebroso, envueltos en una atmósfera plomiza en la que atemorizar constituía, junto a la religión más castrante, la vía principal de educación y estabilidad política. No se me ocurre lectura más oportuna en este momento para quienes estén pensando en votar a la ultraderecha y quieran imaginar el futuro que nos dibujarán a poco que les demos pie a que regresen sus banderas victoriosas.

Bajo una edición muy cuidada en la colección Biblioteca Breve de Seix Barral, El miedo de los niños es una obra de la que gozarán de forma muy especial todos los incondicionales del escritor ubetense, tanto en su faceta más literaria como los admiradores de los artículos que publica en Babelia. Su prosa tan reconocible, sus temas más recurrentes, todo está en el interior de este relato largo sobre los miedos que los adultos inoculamos en los niños como primera herencia. Esos miedos y esos tiempos que ahora amenazan con volver por culpa de nuestra mala memoria y, claro está, por no leer libros que nos la refresquen.

El miedo de los niños (Seix Barral, 2020) | Antonio Muñoz Molina | Ilustraciones de María Rosa Aránega |112 páginas| 17,50 €

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