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Los dioses sangrientos

homo_necansHomo Necans. Interpretaciones de ritos sacrificiales y mitos de la antigua Grecia.

Walter Burkert

Acantilado, 2013

ISBN: 978-84-15689-80-5

528 páginas

35 €

Traducción de Marc Jiménez Buzzi

 

 

Luis Manuel Ruiz

Muy cortésmente, el autor de este estudio previene en el prólogo de que “no se destacarán los aspectos edificantes de la religión y de la existencia humana, ni los rasgos ideales y más agradables de la civilización griega”. Por suerte, así es. Lejos del yeso y el arquitrabe, de la imagen conservada en urnas por generaciones de filólogos con agorafobia, la Grecia que Burkert presenta en el más completo de sus libros (los otros fueron Greek religion, de 1985, y El origen salvaje, también editado en castellano por Acantilado en 2011) es un lugar cruel, turbio, salpicado de sangre, donde se devora niños y se inmolan vírgenes violadas antes de que los ejércitos entren en batalla. La tradición que escarba en el subsuelo de la Grecia luminosa, la del Partenón y el conócete a ti mismo, se remonta por lo menos a Nietzsche y Rohde y ha ofrecido excelentes ejemplos de prospección histórica y antropológica. Todos sus afiliados suelen compartir la tendencia a buscar a ras de tierra, en hábitos familiares, conductuales, dietéticos, indumentarios, los motivos últimos de esa gran exhibición de genio que el mundo clásico ofreció en su cénit: por poner dos ejemplos de pasada, las filosofías presocráticas no fueron para Cornford sino el conjunto de supersticiones elaboradas por una tribu de santones de la costa asiática de Jonia, y la inspiración poética, según Dodds y Otto, consistiría en una patología transitoria en la que el vate quedaba aniquilado como bajo el efecto demoledor de una borrachera. Walter Burkert profundiza en esta veta irracional y materialista para explicarnos algunos de los rituales y mitologías más llamativos del antiguo culto helénico.

El punto de partida, o el entramado ideológico que sustenta la argumentación, se plantea así. Si el ser humano ha sido cazador durante la mayor parte de su historia biológica (“en comparación con este período, los 10.000 años transcurridos a lo sumo desde la invención de la agricultura son prácticamente irrelevantes”), es forzoso que algunas de las aptitudes, de los temores, las ansias, las tácticas y los vicios asociados al asesinato de animales y su posterior despedazamiento se hayan filtrado en su genética y pasen a formar parte subrepticia de la conducta del hombre civilizado. Desde este punto de vista, las ceremonias religiosas, sobre todo las más arcaicas, no tenderán sino a reproducir el viejo esquema mediante el cual la horda paleolítica se aprovisionaba de víctimas y pasaba a alimentarse de ellas despedazándolas y reduciéndolas a despojos. El hecho nuclear de las religiones antiguas es el sacrificio. Una cabra, un toro, una doncella son conducidos ante un altar en que arde una llama y degollados entre cantos de histeria, para, una vez vertida la sangre, ofrecer un banquete. Esto refuerza los lazos sociales entre los asistentes al holocausto y los convierte, como culpables comunes de una atrocidad a la que hay que buscar expiación, en integrantes de un círculo imposible de romper, reforzado por el rencor y la culpa, la milicia, el mundo adulto, los gobernantes, los padres de familia, los proveedores de sustento.

Resulta inútil tratar de seguir el número de afluentes en que se despliega la persuasión de Burkert, capaz de disculpar hechos tan aparentemente lejanos como el sometimiento de la mujer al varón en los grupos neolíticos y la ceremonia de la comunión de pan ácimo en la misa católica; el lector comprueba con perplejidad y vértigo que no hay fenómeno de la religión primitiva griega, por no hablar de las otras, que no quede cubierto por este argumento caníbal de la sangre y el destripamiento, al que seguirán el arrepentimiento y la busca de perdón. La devoración de Pélope y la fundación de los juegos de Olimpia, en que se rendía homenaje a un caldero originalmente nutrido de vísceras humanas; la licantropía en los cuentos paralelos de Liceas y Licaón, también vinculados a la antropofagia; la gran fiesta ateniense de las Antesterias, con su boda sagrada y la aplicación de la dialéctica de la caza al ciclo agrícola. Y sobre todo, la gran protagonista de la mayoría de investigaciones sobre la religión griega, que ha servido a centenares de estudiosos para fantasear y fomentar discordias no sólo de orden académico: Eleusis. Aquí el mito sacrificial por excelencia se convierte en una experiencia última que hace comprobar al iniciado qué inextricables nudos enlazan la vida y la muerte, el acto de arrancar el último aliento y el de entregarlo.

La Grecia de Winckelmann era un Apolo de mármol con los brazos armónicamente alzados en gesto de apaciguamiento; Burkert ha descubierto que ese Apolo tenía las uñas sucias, y que esos surcos negros habían sido en su día salpicaduras de sangre.

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