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El fallo del jurado o la biografía a medias

JUAN CARLOS SIERRA | Dicen los que saben de estas cosas que uno de los peligros de las narraciones que precisan un importante trabajo previo de investigación -como, por ejemplo, la novela histórica- es verse devorado por los resultados de esta. Puede deberse a un tic altruista y generoso del escritor para con sus lectores –no se van a perder lo mucho que el autor ha aprendido a lo largo del proceso de creación- o, tirando de cierta maldad en la interpretación, puede que, como el vigoréxico yonqui de gimnasio, ciertos narradores necesiten enseñar sus bíceps documentales, aunque solo sea durante el trascendental momento en que uno de sus personajes se dispone a subirse al autobús tras comprar una barra de pan. Como todo en la vida, imagino, la virtud se encuentra en el aristotélico punto medio, en el equilibrio.

Pues bien, también imagino que en cualquier trabajo ensayístico hay que saber medir bien entre lo que ha sido materia de noches sin dormir y lo que se va a proponer como lectura, es decir, como obra cerrada. De hecho, a todo doctorando esta enseñanza le llega en algún momento de su formación, literal o alegóricamente: hay que saber cortar durante el periodo de investigación y, consecuentemente, hay que saber dosificar lo aprendido y lo que finalmente queda negro sobre blanco, si se aspira a alcanzar el cum laude o simplemente a no acabar seriamente trastornado. Si, fuera del estrecho ámbito académico, además se aspira a conectar con los lectores también se ha de dosificar la información, equilibrarla para no abrumar, para no aburrir, para no ahuyentar al potencial lector. Este sí que es un gesto de generosidad, de humildad, de honestidad intelectual; lo contrario se acerca demasiado al exhibicionismo intelectual gratuito, a la pedantería.

Toda esta parrafada viene a cuento del ensayo de Yolanda Arencibia Galdós. Una biografía, que ha sido merecedor, según el jurado compuesto por José Álvarez Junco, Miguel Ángel Aguilar, Francesc de Carreras y Josep María Ventosa, del Premio Comillas en su trigésima segunda edición. Según reza la solapa del volumen, este jurado “destaca la ambición de totalidad de un texto que pone ante el lector un exhaustivo y riquísimo bagaje de conocimientos acerca de la creación literaria y el contexto histórico y cultural de un escritor cuya modernidad mantiene su plena vigencia hoy, cuando se cumplen cien años de su muerte”. A estas consideraciones del jurado poco hay que objetar, porque efectivamente era pertinente una obra como esta en el año 2020, cuando se cumplía ese centenario galdosiano, y al trabajo de Yolanda Arencibia no se le pueden restar méritos en cuanto a exhaustividad, detalle, profundidad, enfoque caleidoscópico,… Pero hay un detalle que a lo mejor se le pudo pasar al jurado en su legítimo afán galdosiano de honrar al escritor canario. Me refiero a que se supone que, tal como indica el subtítulo del libro de la profesora Arencibia, el lector va a disfrutar de una ‘biografía’ y en este sentido hay mucho que discutir.

Quizá en los primeros capítulos del libro, los dedicados a la infancia de Benito Pérez Galdós y a su primera juventud, sí se pueda hablar de biografía en el sentido más apropiado del término, pero a partir del traslado adolescente del escritor a Madrid para estudiar Derecho la materia de este libro va a cambiar mucho. A partir de aquí el volumen que nos ocupa deja de ser lo que promete en su subtítulo. No solo se convierte en una bibliografía exhaustiva del Galdós escritor (periodista, novelista, hombre de teatro,..), sino que además se invierten párrafos y párrafos al análisis de cada uno de los escritos del canario, como si el lector en lugar de una biografía estuviera leyendo un tratado literario, filológico,… Como tal no tendría tacha el libro de Yolanda Arencibia; o quizá sí, porque faltaría lógicamente más profundización. Como biografía, que es lo que se nos promete a los lectores en la portada, deja bastante que desear.

En este camino complicado que ha pretendido recorrer Yolanda Arencibia con una obra como la que ha escrito, donde es difícil establecer los límites entre biografía y bibliografía, entre vida y obra de un escritor, necesariamente relacionadas, creo que un modelo reciente plausible y del que la autora de Galdós. Una biografía podría haber tomado nota es el libro de José Luis Ferris Miguel Hernández. Pasiones, cárcel y muerte de un poeta (Fundación José Manuel Lara, 2016), en el que ese equilibrio biobibliográfico está plenamente conseguido.

Yolanda Arencibia indica en el ‘Prólogo’ de su volumen que, como para cualquier otra narración de la vida de un escritor, el principio que rige su trabajo es “El hombre es la obra”. Aunque haya quien pueda discutir esta afirmación –existe, de hecho, una tendencia en ciertos estudios filológicos a desvincular objetiva y tajantemente vida y obra-, no parece una mala premisa de trabajo a la hora de afrontar la biografía de un narrador como Galdós. Si alguien no estuviera convencido de los vasos comunicantes entre vida y obra en el caso del escritor canario, el trabajo de Yolanda Arencibia lo demuestra sobradamente.

No obstante, en Galdós. Una biografía pesa más la obra que el hombre, especialmente, como ya se ha dicho, desde la mudanza a Madrid del protagonista del libro. En ese vínculo entre vida y obra de Galdós que se describe a lo largo de la obra de Arencibia, la balanza en demasiadas ocasiones se inclina gratuitamente hacia el resumen de argumentos de series periodísticas, de novelas -especialmente sangrante en este sentido son los dedicados a los Episodios Nacionales-, al análisis de ciertos personajes –a algunos incluso como trasunto más o menos peregrino de personas vinculadas a la biografía de Galdós-,… Dedicar, por ejemplo, cuatro páginas del libro (de la 171 a la 176) a explicar el argumento de Doña Perfecta y Gloria y a exponer algunas consideraciones filológicas a propósito de dichas obras sin vínculo alguno con el discurrir vital de su autor parece más una exhibición de músculo intelectual y documental de la autora que una contribución seria a entender la figura de Benito Pérez Galdós.

En este afán por establecer las conexiones entre vida y obra, Yolanda Arencibia ha realizado, en cualquier caso, una labor amplísima y, lo que me parece más importante, no ha trabajado de oídas, sino que ha intentado justificar con documentos cada una de las afirmaciones del libro, salvo, claro está, las que quedan al criterio de la interpretación de la autora, como las apuntadas acerca de la relación entre personajes de ficción y personas del entorno de Galdós. El amor y el respeto hacia la figura de don Benito se pueden traducir en números en este caso: dos álbumes jugosísimos de fotos (26 páginas en total), 25 páginas de bibliografía y 60 más de anotaciones minuciosas.

Sin embargo, con todos estos ingredientes y entusiasmos se cocina un ensayo fallido desde la perspectiva del lector interesado en Galdós y en su obra, porque, al contrario de lo que pretende y escribe la profesora Arencibia en el ‘Prólogo’, no es este un “texto claro y útil para un público amplio” en el que se haya logrado una “redacción ligera para resultar lo más amena posible de manera que atraiga a algunos y no asuste a casi nadie”. Muy resumidamente nos está indicando la autora de Galdós. Una biografía que su intención es construir un texto científico, riguroso, pero divulgativo. Sin embargo, se aleja bastante de ese concepto en la práctica de su escritura ya que, entre otras consideraciones, el ensayo divulgativo no se basa necesariamente en una “redacción ligera” que resulte “lo más amena posible”. La divulgación no es una cuestión de liviandad, de bajada del listón retórico. Se trata más bien no de reducir, sino de seducir sin faltar al rigor; pero, sobre todo, de no dar gato por liebre: si esto es una biografía, así deber serlo desde el primer al último capítulo.

En cuanto a la amenidad, entramos en un terreno muy personal, porque hay quien encontraba amenos los infinitos discursos digresivos de Fidel Castro. Para este público, el ensayo de la profesora Arencibia puede resultar ágil, agradable, entretenido, grato,… No se trata de establecer un paralelismo simétrico entre ambos públicos, pero sí que hay en el discurrir de Galdós. Una biografía una tendencia a despistarse por los cerros de Úbeda que no ayuda a centrar el interés lector de la obra, a no ser que uno disponga de una naturaleza dispersa y la disfrute.

No hay que confundir amenidad con interés, por otra parte. Es cierto que la fascinación por algo nos hace obviar escollos que la indiferencia o la animadversión convierte en muros insalvables -cualquiera que piense en sus años de formación académica puede dar fe de ello-. Si me acerqué como lector a la obra de Yolanda Arencibia fue precisamente porque me interesa hasta el extremo del entusiasmo la figura de Benito Pérez Galdós. Salté, por consiguiente, algunos obstáculos que para algunos serían insalvables, como las casi 900 páginas del tocho, me sumergí como niño con zapatos nuevos en su lectura y le puse por delante tiempo y tranquilidad. A pesar de todo, esta obra solo me ha resultado agradable, interesante, viva, entretenida,… en definitiva, amena en los pasajes estrictamente biográficos –menguantes, por cierto, según avanzaba el libro-. Así que, a modo de sugerencia lectora, antes de caer en la tentación de abandonar la lectura de Galdós. Una biografía, sugiero una arriesgada lectura a saltos, para cumplir al menos con lo que prometía la portada de este libro: una biografía.

Galdós. Una biografía (Tusquets, 2020) | Yolanda Arencibia | 869 páginas | 26 euros | XXXII Premio Comillas

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