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Los peligros del descontento

CAROLINA EXTREMERA | Muchos en mi generación empezamos a leer vorazmente en la adolescencia gracias a una saga de libros de fantasía llamada Dragonlance. Su calidad podría discutirse, pero lo cierto es que nos enganchó de forma irreversible. Yo recuerdo muy nítidamente la experiencia de su lectura y cómo le daba vueltas a la trama, a los artefactos mágicos y, por supuesto, a los emparejamientos. Cuando iba por la segunda lectura – los releí montones de veces – me di cuenta de que me habría gustado que las cosas terminasen de otro modo. Cierta muerte que podría haberse evitado, cierta pareja que no me gustaba, todo eso tenía arreglo. Así que me puse manos a la obra y escribí mi propio final.

Años después, ya en la era de internet, descubrí que ese concepto, el escribir tus propias historias basadas en una obra ya publicada, se llamaba fanfic (como apócope de Fanfiction), y que hay páginas y páginas web dedicadas a que los fans publiquen sus historias, la mayoría de calidad tan baja como la mía. Hay fanfics de Expediente X, de Crepúsculo, de Harry Potter – porque es totalmente inasumible que Hermione y Ron terminasen juntos – y también de juegos de ordenador. Y luego está la liga mayor, esto es, cuando un gran escritor decide “continuar” la obra de otro. Estoy bastante segura de que a eso ellos no les llaman fanfic, pero lo es. Me viene a la cabeza el ejemplo de La señora Osmond, una continuación de Retrato de una dama que mi amadísimo John Banville escribió solo porque sabe que me encanta Henry James. Si les gustó este libro, deberían darme las gracias a mí.

Podríamos concluir, entonces, que la escritura de este tipo de piezas proviene de la insatisfacción que deja a los lectores o espectadores el final de la obra elegida. Por ejemplo, Llámame por tu nombre, de André Aciman. Cojamos el libro o la maravillosa película de Luca Guadagnino. ¿Cuántos habrían querido ver a Elio y a Oliver juntos y felices? Tal vez usted no, ni yo tampoco, pero sí podemos ponernos en el lugar de los que buscaban un final más alegre. Y en el caso del libro, que avanza más hacia el futuro de forma aún más amarga, aunque muy real, un lector molesto podría oponerse con vehemencia a la manera en la que termina el último encuentro entre ellos.

El gran problema viene cuando ese descontento hace mella en el propio autor del libro y decide escribir una secuela donde enmendar lo que ha enfadado al público. En más de una entrevista, André Aciman explica que llevaba tiempo queriendo continuar la historia, pero que no sabía cómo hacerlo. Claro que no sabía cómo hacerlo, porque el final de Llámame por tu nombre ya era magnífico, sensato, lo que debía ser, y para cambiarlo ha habido que dar unos rodeos con muy poca lógica y situar la trama cuando Oliver ya tiene cuarenta y cuatro años. Además, como el reencuentro entre ellos se ha quedado en un relato corto, ha tenido que acompañarlo de otros tres relatos más, el primero de los cuales, dedicado al padre de Elio, tiene momentos en los que la calidad de la escritura es más o menos la misma que la de aquellos relatos de juventud en los que yo le salvé la vida a Sturm Brigthblade. Digámoslo sin paliativos: lo que ha pasado aquí es que André Aciman ha hecho un fanfic a partir de su libro anterior.

Encuéntrame se compone de cuatro relatos: Tempo, Cadencia, Capricho y Da Capo. El último de ellos es la pieza de fanfic que narra el reencuentro anhelado entre Elio y Oliver y que, en mi opinión, estropea muchísimo la idea que quiere transmitir Llámame por tu nombre de una relación pasajera aunque tremendamente determinante en las vidas de ellos. Capricho, si se lee suelto, es un relato muy hermoso, en el que se cuenta una fiesta que Oliver y su mujer dan en su casa como despedida, ya que él va a dejar de trabajar en Nueva York y van a volver a New Hampshire. El ambiente está bien descrito, al igual que las sensaciones y esa indolencia sexual de Oliver que se va apagando por la edad. “Me recordó a mí mismo cuando era más joven, cuando también yo asumía que a los demás no solo no les molestaría que me acercara a tocarlos, sino que estarían deseándolo”. Si no estuviera insertado entre los otros relatos y no supiéramos que todo lo que sucede en él es un previo para obligar a Oliver a querer reencontrarse con Elio, sería una historia interesante llena de matices y de elipsis. Capricho está protagonizado por el propio Elio a los veintitantos años, y no tiene nada de especial: un clásico de chico conoce a hombre más mayor y entablan una relación, pero el chico está triste y melancólico porque es así desde pequeño y porque echa de menos a su amor del libro anterior.

Y Tempo es directamente un desatino. Está protagonizada por Samuel, el padre de Elio, que a estas alturas está ya divorciado, desilusionado y rendido en cuanto a la vida. En un tren conoce a una chica muy joven que, oh misterio, se enamora perdidamente de él. Ella es muy resuelta, muy guapa, muy lista y llena de vida, de forma que todas las iniciativas las toma ella. Es como si le hubiera tocado la lotería. Las conversaciones que mantienen son profundísimas desde el minuto uno y todo encaja a la perfección. “Su forma de abordar temas íntimos y encarar con franqueza las barreras entre extraños en un tren resultaba seductora al tiempo que desarmaba. Quizá quería saber lo que sentía un hombre que doblaba la edad antes de ver a su hijo”.

Después de este relato, sin embargo, seguí leyendo. Podría haber dejado de leer, pero no lo hice, porque esperaba, como cualquiera que haya leído la primera parte, ver de nuevo a sus protagonistas. Sin embargo, no creo en absoluto que la decisión de escribir esta secuela a toda costa haya sido acertada. Llámame por tu nombre es una gran novela, escrita con mucho más cuidado y dedicación que estos relatos. Elio y Oliver merecían otra cosa.

Encuéntrame (Alfaguara, 2020)|André Aciman| Traductora:Inmaculada Concepción Pérez Parra| 272 páginas| 18.90€

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