0

Los picos doblados y la tradición

JUAN CARLOS SIERRA | De un tiempo a esta parte, cuando leo un poemario, tengo la costumbre de doblar las páginas de los poemas que más me han gustado. Antes me armaba de bolígrafo de varios colores o lápiz grueso azulgrana y muy buenas intenciones estético-filológicas –cierta prepotencia más bien, diría de un tiempo a esta parte-, para subrayar, señalar, tachar o resaltar con signos de admiración o de interrogación –según el caso- aquello que mi criterio certero y firme decretara que se encontraba entre lo sublime y lo abominable, entre la obra maestra y la charlotada. De modo que antes valoraba pictóricamente un poemario, pero ahora quizá por indolencia o porque el tiempo me ha bajado los humos –o por ambas cosas a la vez- el peso y el poso de un poemario lo mido por el grosor resultante después de su lectura: cuanto más abulte en su ángulo superior derecho, más aprecio le tendré a ese libro.

       Digo esto porque, tras leer Cingla, el último poemario hasta la fecha de Constantino Molina, y dejarlo sobre la mesa, he comprobado su grosor y, por lo que puedo apreciar, ha debido de convertirse en uno de mis poemarios favoritos de los últimos años. También he rescatado de las estanterías de casa Silbando un eco extraño (Hiperión, 2016) y he comprobado exactamente lo mismo, pero de paso me he dado cuenta de que alguien a quien no logro poner nombre y mucho menos cara aún no me ha devuelto Las ramas del azar (Rialp, 2014), al que le supongo un grosor similar al de los otros dos libros. Así que, sin temor a equivocarme dado el método infalible, fiable y altamente científico que utilizo en la valoración lírica, puedo afirmar que estamos, al menos para mí, ante una de las voces poéticas más singulares del momento, de su generación, de la poesía en español, de…

Entiendo que alguien pueda pensar que esto no es serio, porque no se puede uno fiar de un fulano que mide la calidad de los poemarios que lee por el número y densidad resultante de páginas dobladas por el pico. Es más, estoy por darle la razón. Así que, antes de que abandone la lectura de esta reseña –si es que no lo ha hecho ya-, intentaré explicarlo y explicarme.

Cingla es un viaje, una huida, una búsqueda. Como toda mirada hacia adelante, existe un pasado del que se escapa, del que se reniega en cierto sentido, y un futuro, un destino, una meta, un cambio. Sin embargo, en el libro de Constantino Molina el pasado es el futuro o el futuro se convierte en redescubrimiento de un pasado al que quizá se renunció erróneamente. Ahora, pasado el tiempo del pasado más remoto y del más reciente, el personaje poético es consciente de esta situación.

Ese pasado también es poético, porque la poesía más honesta, más revolucionaria –por tanto-, suele dialogar con la tradición; es como si fuera necesario dar un par de pasos atrás para coger el impulso suficiente para avanzar más allá de lo convencional. En este sentido, emerge poderosa a lo largo de Cingla la figura del enorme Claudio Rodríguez. Su influencia en este poemario que comentamos es evidente más allá del ruralismo escenográfico. El tono en el decir poético se revela decisivo, fundamental; las concomitancias son llamativas en poemas como, por ejemplo, ‘Voy en fiesta serena’ (pág. 20). El ámbito de celebración, más allá también de la ‘ebriedad’, empapa al poemario. No obstante, esta influencia se encuentra matizada en Constantino Molina por cierta ironía o, dicho de otro modo, pendulea entre la transcendencia y la distancia higiénica que desemboca en un humor irónico, que a veces se decanta hacia la autoflagelación o el exceso de modestia o el autoajuste de cuentas para ponerse uno mismo en su lugar. Así pues, podemos apreciar que, mirando al pasado poético más reciente, Constantino Molina sostiene su poesía en una tradición que confiere a su último libro una mirada novedosa.

Pero este diálogo va más allá del siglo XX español y entronca con maneras que se enuncian en latín: sermo humilis, locus amoenus, beatus ille e incluso el famoso carpe diem. Constantino Molina da un salto como poco al Renacimiento y, como mínimo, a Horacio, Virgilio, Ovidio y compañía. La búsqueda de las raíces, de la naturaleza, ha de ir acompañada coherente e inevitablemente, pues, de una retórica muy poco retórica, de un estilo sencillo –que no vulgar o chabacano-, de una métrica concisa que juguetee con el fraseo clásico sin demasiados corsés, de un lenguaje transparente, humilde, incluso cuando se interna en el ámbito de lo simbólico.

En este ambiente clásico y moderno a la vez también cabe la vena antiacademicista, antirretórica y anti otras muchas cosas de la urbe, la esfera antagonista a la que se canta en Cingla. El propio título del libro apunta a un término real y rural o real en lo rural –por tanto, en vía de extinción-, al que la Academia (léase el Diccionario de la Real Academia Española –DRAE-) le niega el pan y la sal de su realidad. En este sentido, el título y el poema homónimo (página 21) revelan y condensan el proyecto ideológico de Constantino Molina, lo fertilizan y lo enraízan. En este mismo ámbito discursivo, podrían caber también los dardos dirigidos a los funcionarios de la poesía, a los especialistas –filólogos y críticos fundamentalmente-, a los que se enredan en la retórica vacía, en el ruido estruendoso del artificio por el artificio, al mundillo literario en general.

Para escapar de todo esto, Constantino Molina se lanza por una carretera comarcal de Castilla-La Mancha (‘CM-3209’) buscando lo sencillo, lo simple, lo despojado, lo desnudo; en definitiva, todo aquello que identifica con la alegría y la celebración (otra vez Claudio Rodríguez). En esta búsqueda el personaje poético se implica decisivamente, porque realmente a quien está buscando es a él mismo, su identidad, su verdadero ser en el mundo, su sentido.

En ese itinerario, en ese viaje a lo rural, a la naturaleza, que también es un viaje por varias tradiciones literarias, como ya se ha señalado, hay que añadir una más a esta lista; quizá la más profunda, la más inconsciente, la menos retórica y, en cierto sentido, la más ingenua. Me refiero al sustrato de nuestra Modernidad, aunque andemos, según dicen, en los tiempos de la Posmodernidad -sea eso lo que sea-: el discurso romántico y rousseauniano del hombre bueno por naturaleza pervertido por la civilización o la sociedad. Aunque, posmodernidades aparte, es bastante evidente que esta filosofía ha quedado muy superada por la realidad misma, en Cingla dicha dialéctica parece prevalecer: unas veces apuntando a la ingenuidad propia de este discurso, como en el poema ‘Eran tiempos’, donde aparece esplendorosamente el ‘buen salvaje’ (como si en el pasado reciente y en el ámbito rural no existieran en materia amorosa y sexual diques de contención ideológicos, religiosos,…), y otras –las más- como clavo ardiendo al que agarrarse, como posible mapa del tesoro de una identidad diluida en la gran ciudad.

Cingla es un libro con muchos perfiles, con muchas lecturas. A mí las páginas dobladas me han llevado por estos derroteros. Que cada cual pruebe a leer y releer su propio Cingla utilizando, si gusta, el método algo pedestre de los picos doblados. El mínimo común múltiplo de todas estas lecturas, me atrevería a asegurar, desembocará en una experiencia gozosa.

Cingla (Visor, 2020) | Constantino Molina | 64 páginas | 12 euros | Premio de Poesía Hermanos Argensola, 2020

admin

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *