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Los puntos bien puestos

JABO H. PIZARROSO | A Mijail Koltsov le preguntaron si era conocido en España por Miguel, algo que ya sabían los interrogadores, los que le preguntaban, un tal Josif y un tal Yezhov, ¡Qué hijos de puta!

Corría el abril del año 1937. La legión Cóndor acababa de bombardear Guernica y los periódicos controlados por los “pancistas” acusaban desde sus manchetas a los separatistas vascos y a los rojos hijos de puta de quemar la villa vizcaína.

Mijail dijo que sí, que así era como le llamaban los compañeros españoles. Puede que aquella breve reunión le recordara…, bueno, no, seguro que no, porque no se sabía todavía, las llamadas a las dos de la mañana que recibieron algunos escritores tras las que nunca se supo mucho más de ellos. Zamiatín, por ejemplo, el autor de Nosotros. La clave estaba en eso.

Te despertaba el rinrineo del teléfono de madrugada y un funcionario proceloso, celeroso y eficaz, anunciaba al otro lado del aparato que, en unos segundos, el compañero Stalin hablaría contigo. No hacía falta decir más. Luego llegaban los interrogatorios en la Lubianka, los informes contra uno mismo y un par de tiros en la frente en una mañana de lluvia y olvido, dos puntos colocados en la frente de la literatura. Corrían tiempos en los que asesinar ingenieros del alma era construir el socialismo.

El destino de Isaak Babel está unido al de Koltsov. Ya no solo por su procedencia, los dos eran ucranianos, de la Rusia blanca, uno del norte, de Kiev y otro del sur, de Odessa. Si buscas en Google maps y haces una línea entre estas dos ciudades, la recta secante te sale perfecta.

Está claro que a Stalin no le gustaban mucho los rusos blancos, y mucho menos si estos eran judíos, como le pasaba a Isaak. Nada indica que fuera tan solo una causa la que llevó al asesinato de Babel. En un caso como este existió una abigarrada constelación de casualidades fatales, azares y afanes que provocaron el asesinato de este escritor. Se sabe que fue fusilado en enero del año 1941, un día antes o puede que el mismo en el que acabaron también con Mijail Koltsov.

Se conocieron en el Congreso de la Alianza de Intelectuales Antifascistas en París, en 1935. Hay una foto en la que aparecen junto a André Malraux, valedor de ambos e Ilya Ehrenburg. También hay otra foto en la que están en Peredelkino. Sin Malraux.

En aquel congreso, Babel ya llevaba años en silencio, desde el veintinueve. Se había convertido en una elefanta, Ehrenburg dixit.

Hay escritores conejas y escritores elefantas. Para definir a Babel, ya que apenas escribía, hay que decir que cada hijo-escritural suyo tardaba en nacer tanto como un elefantito, de manera distinta a la cantidad de conejos que escribían los autores fértiles, cosa que Babel no era.

En aquellos tiempos, Maiakovsky se había descerrajado un tiro en la frente tras volverse loco con las críticas a su obra de teatro El baño, y pasarse los días con una camisola amarilla en la que todos los bolsillos estaban llenos de jabones con los que se limpiaba una suciedad que le carcomía la mente a base de paranoias. (lean la novela de Juan Bonilla titulada Prohibido entrar sin pantalones, publicada en Seis-Barral).

Los manuscritos arden y ardieron, aunque Pasternak dijese lo contrario en El Maestro y Margarita.

Bibliotecas inmensas de obras destruidas desaparecerían en diez años de una vez para siempre. Los archivos del KGB se abrieron a finales de los años ochenta, pero investigadores como Chentalinski solo pudieron encontrar huecos llenos de olvido en páginas quemadas. Yo encontré los huecos de los huecos en el libro de Vitali Chentalinski que publicó Mario Muchnik en los noventa y que devoré en un rincón afásico dentro de una biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid.

Babel se convirtió en el maestro del silencio. Aquello era sospechoso. No podía ser que uno de los grandes escritores de la Revolución Rusa dejara de publicar tras el éxito de Caballería Roja. Se ganaba la vida escribiendo guiones de cine para gente como Eisenstein. Y tenía su dacha en Peredelkino, como no podía ser de otra forma.

A Babel le costaba escribir. No porque le faltara qué contar, sino porque lo que escribía, lo quería contar de manera perfecta, se parecía tanto a la perfección como esta explicación:

Una frase nace bien y mal a la vez. El secreto consiste en darle un giro apenas perceptible. La manivela debe estar en tu mano y calentarse. Y hay que darle la vuelta una vez y no dos. (cuento: Guy de Maupassant, pág. 121)

Isaak reescribía sus textos una y otra vez. Era un artesano de la piedra. Luchaba contra la resistencia del material, contra la dureza de las palabras, contra la rugosidad del lenguaje. Quería que cada punto fuera una estaca clavada en el corazón de los lectores vampiros:

Ningún hierro puede penetrar el corazón humano de forma tan heladora como un punto puesto a tiempo. (cuento: Guy de Maupassant, pág. 121)

Y lo consiguió.

Juan Benet, en un libro prologado por el genial y maravilloso Ignacio Echevarria, al que echaron del puto PAÍS, ese periódico para progres con alma facha, y editado en Lumen, tiene un ensayo fantástico acerca de las metáforas y las comparaciones.

En él dice que estas deben buscarse en elementos conocidos por todos, elementos de la naturaleza. Difícil es que una comparación que describa algo, una acción, un momento, tenga como segundo elemento iluminador y comparativo una referencia cultural, algo que es desconocido por la mayor parte de los lectores. Solo así las metáforas y comparaciones se vuelven epifaniosas y esto sucede en cada uno de los cuentos de Babel, donde las comparaciones son como los finales de las películas de Andrei Tarkovsky, detonantes de la eternidad.

Todo esto no es más que una excusa retórica para hablar de la gran edición que Páginas de Espuma ha hecho de los cuentos de Isaak Babel. Maravilloso. Enhorabuena. Por fin. Ya era hora de que a las literaturas que se forman se les otorgue regalos en forma de semillas de futuro. Este libro, permanecerá ya no solo en las bibliotecas de las nuevas y los nuevos autores, sino en la memoria de todos y todas las que leímos una vez a Babel y todavía no cerramos las heridas de su lectura, y aún seguimos aprendiendo con él.

Gracias, Juan Casamayor, por tu pelea contra el tiempo y el olvido. Y gracias también a Jesús García Gabaldón, Enrique Moya Carrión, Amelia Serraller Calvo y Paul Viejo. Sin vosotros, esta transhumancia hasta lo ruso-babeliano habría sido imposible, aunque tengamos ediciones perdidas por ahí, que nada tienen que ver con esta.

Cuentos completos. Narrativa Breve. Reportajes. Diarios. Relatos cinematográficos. (Páginas de Espuma, 2021) | Isaak Babel |1110 páginas | 37,05€

admin

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