FRAN G. MATUTE | Reconozco sentir cierta fascinación por las historias narradas desde la infancia. Lógicamente, dicho así, podría estar hablando tanto de Claus y Lucas de Agota Kristof como de Manolito Gafotas de Elvira Lindo. Me refiero, por tanto, a aquellas historias en las que uno es capaz de empatizar con lo narrado, ya sea por cuestiones experienciales, generacionales u otras. Suele haber en esta geografía de la niñez, tan resbaladiza como rica en matices, muchos lugares comunes que en el mejor de los casos se han magnificado por culpa de la nostalgia. No basta pues con explotar, como recurso estético, las características discursivas propias de la edad (ese discurrir a mil por hora, esa propensión a la fantasía, esa incapacidad para gestionar los grandes sentimientos) para lanzar unas cuantas reflexiones sobre la pérdida paulatina de la inocencia o extrañarse ante la estupidez de la vida adulta. Se hace necesario dotar al conjunto de una “poética” (algo así como una intencionalidad, una visión particular del mundo) si no se quiere facturar algo inocuo, que es lo que por desgracia termina siendo este Somos una familia del italiano Fabio Bartolomei (Roma, 1967).
Que el niño protagonista de esta novela sea un (supuesto) superdotado da para mucho. Da para que pueda hablar sobre economía o política internacional con Casimiro, su amigo imaginario; da para que se crea tan listo como para arreglar el mundo de los mayores, mientras es incapaz de ver lo más elemental, lo que tiene ante sus narices: que su familia cada día es más pobre, una pobreza que recorre en paralelo la Italia de los años ochenta.
Vemos crecer al niño a lo largo de las décadas, feliz en su inopia, mudándose constantemente de sitio en busca de la casa perfecta, que es cada vez más pequeña, que está cada vez más situada en la periferia; y el lector tendrá que ir aceptando que a medida que el niño madura pierde perspicacia, pues el mundo de afuera no es tan simple de manejar como se pretende. Si a esta tenue trama le añadimos una galería de personajes con algún que otro apunte extravagante, se puede llegar a aceptar que estamos ante un retrato familiar costumbrista, con ciertas reminiscencias del clásico neorrealismo, y alguna que otra gota de acidez. Olvídense, eso sí, de las carcajadas que falsamente promete la faja publicitaria, porque no las van a encontrar.
El único punto de inflexión que ofrece Somos una familia lo marca la marcha de los agotados padres a una idílica luna de miel, que nunca tuvieron, en un giro narrativo que me ha traído a la memoria aquella estupenda película de Emir Kusturica titulada Papá está en viaje de negocios (1985). Y hasta aquí se puede leer sin comprometer el twist que pretende tener el final de esta obra. Uno de esos que además hacen de enmienda a la totalidad, pues justifica todo al tiempo que lo anula.
Termina así Somos una familia siendo una novela amable, sin aristas, entretenida. Inofensiva.
Somos una familia (Tusquets, 2015), de Fabio Bartolomei | 350 páginas | 19 € | Traducción de Juan Manuel Salmerón Arjona