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Más pronto que tarde

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La vida muerta

Martín Sotelo

Alfabia, 2014

ISBN: 978-84-9425-524-3

240 páginas

18 €

 

 

 

Daniel Ruiz García

Lo que ya intuimos en su novela de debut, Bailes de medio siglo, se confirma ahora en toda su amplitud con La vida muerta, su segunda novela: Martín Sotelo es un escritor especialmente dotado para la creación de atmósferas. En este caso es además una atmósfera extraña, que a mí particularmente me ha retrotraído a pasajes del cine de Cocteau o de Buñuel, donde lo extraño se amanceba con una de sus principales derivaciones, el desasosiego.

En su primera novela, Martín Sotelo hacía gala de una sobriedad estilística muy efectiva, sin renunciar a momentos de gran brillo. Pero parece que en esta segunda novela haya querido ir aún más lejos en su propósito de pulido, llevando a cabo también la tala de la propia arquitectura narrativa visible. Y aclaro lo de visible porque en esta novela, Sotelo juega con los silencios, con las omisiones premeditadas, con el desvelo parcial de los objetos y situaciones, como un prestidigitador elegante, dejando al lector la estimulante tarea de completar los cuadros.

Los personajes descritos por Sotelo tienen en común ese punto de extrañeza que contagia a toda la trama y también su condición de perdedores, en cierto modo de malditos, pero un malditismo bastante elegante, poco tópico. Así, hay un barquero silencioso, que desplaza de madrugada a pasajeros a una isla, y que vive obsesionado por los recuerdos del amor virginal de su niñez; hay un médico que proporciona drogas a pacientes, y que sobrelleva con cinismo su condición de asesino; hay una estrella del destape venida a menos, que se prostituye en un local de carretera; está la esposa de un alcalde que lucha contra los símbolos que se asocian a su despreciable marido; y también un visitador médico, que es quien en cierto modo articula la mayor parte de la trama. Todos los personajes están más o menos relacionados, pero es un velo casi transparente. Más bien diría que lo que une toda la trama es precisamente la atmósfera, esa sensación extraña que sobrevuela durante la lectura supurando inquietud.

Por esta intensidad atmosférica, diría que La vida muerta es una novela más ambiciosa que su precedente. Sin embargo, desde el punto de vista narrativo, su debut me pareció más concluso, más resuelto. Ya que echo en falta en esta novela un desarrollo narrativo más decidido, una mayor evolución de los personajes. Para entendernos, ocurre como con el cine de Greenaway: el dibujo de los personajes es magnífico, la puesta en escena resulta inmejorable, pero falta desarrollo narrativo, una mayor decisión a la hora de querer contar una historia. Esto provoca que, si bien el arranque de la novela resulta deslumbrante, la narración avanza más bien poco, reduciendo la trama a postales e imponiendo un ritmo moroso que sólo es quebrado en el último tercio de la novela. El estilo fluido de Sotelo, entre lo poético y lo comedido, permiten sin embargo que, aunque la evolución de la historia es lenta, se lea con mucho interés y agrado.

Sotelo, no me cabe ninguna duda, tiene un enorme talento. No hay más que leer dos, tres páginas de esta novela para darse cuenta de que detrás de ese nombre hay una más que interesante voz. Quizá se trate ahora de lograr que esa voz encuentre una historia que esté a la altura de su talento. Estoy convencido de que eso ocurrirá más pronto que tarde.

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