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Memorias hispanoirlandesas

JUAN CARLOS SIERRA | En la página 312, casi al final del libro Un carmen en Granada. Memorias de un hispanista irlandés, su autor, Ian Gibson, escribe lo siguiente: “Ninguna biografía es completa, todas son una aproximación, más o menos lograda, según el caso, a un misterio. Al misterio que es el ser humano, incluso para sí mismo”. En concreto, este entrecomillado se refiere al proceso de escritura de su biografía sobre Salvador Dalí, después de haber trabajado de forma más o menos obsesiva anteriormente en la de Federico García Lorca y más adelante en las de Antonio Machado o Luis Buñuel, por mencionar quizá las más relevantes. Pero también podría apuntar, aunque fuera algo de soslayo, a la tarea de autobiografiarse, como hace Ian Gibson en este libro que le ha valido el XXXV Premio Comillas. Si existen zonas de sombra en la tarea de escribir sobre otros, especialmente si median el tiempo y la muerte, cuando uno decide abordar su propia historia, su propia biografía, supuestamente todo debería estar en su sitio, bien atado, sin hilos sueltos; sin embargo, a Ian Gibson la escritura desde sus memorias le ha desatado la urdimbre, si es que no partía ya de esa premisa, y han aparecido las dudas acerca de si lo que cuenta sobre sí mismo no tendrá también algún misterio irresoluble, algún rincón en claroscuro, especialmente en lo relativo a lo más lejano ya, la propia infancia.

No me resisto a incluir una de mis referencias preferidas cuando se trata de hablar de la memoria, la constatación de José Manuel Caballero Bonald en La novela de la memoria de que los recuerdos que uno construye contienen un alto porcentaje de ficción. Y no me refiero al hecho de que cualquier hecho, propio o ajeno, en primera o en tercera persona, se convierta automáticamente, una vez que es atravesado por lo literario, en materia de ficción, sino a que a veces esos recuerdos pretendidamente vividos y vívidos no son más que construcciones ficticias. Por eso Ian Gibson en Un carmen en Granada pregunta siempre que puede a los que también vivieron los hechos narrados si lo que recuerda fue así como lo cuenta, hasta dónde se ajustan sus evocaciones de tiempos pasados con la realidad. No deja de ser este un ejercicio de honestidad con uno mismo y con sus posibles lectores.

        Creo que es precisamente esta palabra, honestidad, la que mejor caracteriza la escritura memorialista de Ian Gibson. En este sentido, sobresale cierta radicalidad a la hora de abordar asuntos muy privados y, sobre todo, aquellos que pueden dejar al autor y protagonista en mal lugar. Supongo que cuando uno escribe, como creo que hace el autor irlandés, desde la más absoluta sinceridad para no traicionar al género al que te has entregado, no queda más remedio que sobrepasar ciertas fronteras que no todo el mundo está dispuesto a saltarse por el riesgo más que cierto de salir feo en la foto o, cuando menos, desenfocado. De modo que a la honestidad de la que hablábamos en el final del párrafo anterior, se suma la que despliega respecto al propio género literario elegido por Ian Gibson. Aunque uno ya no sabe si en este aspecto es antes el huevo o la gallina, o qué es el huevo y qué la gallina. Lo cierto y seguro es que al escritor dublinés se le podrá acusar de algunas cosas –de hecho, en el libro cuenta algunas infamias que han caído sobre él-, pero por lo que tiene que ver con el ejercicio de escritura de Un carmen en Granada, nunca se le podrá reprochar que se haya comportado como un gallina.

        Más allá de esto, el libro tiene otros puntos de interés. En primer lugar, desde el rincón metodista, ciertamente fundamentalista, del que procede Ian Gibson se retrata a la Irlanda mayoritariamente católica de los años 40, 50 y 60 del siglo pasado, sus relaciones ciclotímicas respecto a la antigua metrópoli y sus territorios al norte, el Ulster, -entre la admiración y el desapego-, sus contradicciones como país joven y viejo al mismo tiempo,… Por otra parte, el contacto casi ininterrumpido de Ian Gibson desde los años 60, gracias a su obsesión por Lorca, con la España del tardofranquismo, de la Transición y de lo que vino después ayuda al lector a hacerse una idea de aquel país que a veces no coincide demasiado con la que ofrecen los manuales de Historia; además hay que añadir en este sentido una virtud que viene involuntariamente de fábrica: se trata de un extranjero contándonos a los españoles, lo que en principio es garantía de una mirada más limpia, menos cainita. En este aspecto, quizá lo más valioso de esa perspectiva sea el dedo en la llaga que pone el irlandés en relación a la gloriosa Transición y especialmente a sus consecuencias en forma de las insoportables contradicciones presentes del país: “Me preocupa hondamente la situación política española actual, sobre todo la mentalidad de las derechas, todavía incapaces de reconocer y asumir la criminalidad del régimen franquista. (…) Me quedo con la esperanza de que un día llegue, aunque yo no la vea, la gran España dialogante, reconciliada y en paz. La España mestiza, palimpsesto de culturas, capa sobre capa, la España soñada por la Institución Libre de Enseñanza y su hijuela, la Residencia de Estudiantes. La España con tanto que contribuir a Europa y al mundo. Ojalá –permítaseme recurrir al árabe- sea pronto.” (página 325 y fin de libro). En esto también se nota –y se agradece- que el autor mire en cierta manera desde fuera, a pesar de sus muchos y productivos años entre nosotros y de su nacionalidad española: a un español quizá le habría costado bastante más trabajo formular la última frase como un deseo cargado de su correspondiente esperanza.

        Finalmente, todas estas circunstancias históricas hipanoirlandesas se ven reflejadas en el personaje que cuenta y se cuenta, todas influyen en el yo que narra y que es narrado, de modo que el relato de Un carmen en Granada no cae en una sucesión más o menos curiosa de anécdotas, sino que como en una buena novela de formación el lector asiste a la construcción de un personaje –de una persona en este caso- con todas sus aristas, observa como espectador privilegiado su evolución a través de la historia y de la Historia, atravesado por los países y los idiomas, por las culturas y la cultura, por el deporte y la literatura, y, por supuesto, por el amor y el deseo. A esto además hay que añadir que el libro está bien escrito, que su prosa es ágil, amena, a ratos divertida,…

        Un carmen en Granada tiene muchos ingredientes, pues, no solo para conseguir merecidamente un premio como el Comillas, sino para despertar el interés de cualquier lector, independientemente de si se dedica a la filología, a la historia, a los estudios estéticos y artísticos, a la literatura,… Por eso muchos esperamos que, en caso de que Ian Gibson tenga ganas y tiempo, el hispanoirlandés se enfrasque en desmenuzar el último capítulo de estas memorias, el titulado «Después…» para conocer con más detalle en qué quedó el aprendizaje de aquel niño acomplejado por su tendencia a ruborizarse y con una necesidad imperiosa de llamar la atención.

Un carmen en Granada. Memorias de un hispanista dublinés. (Tusquets, 2023) | Ian Gibson | 327 páginas | 21.90 euros | XXXV Premio Comillas de Historia, Biografía y Memorias.

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