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Menuda juerga

loscincoyyoDANIEL RUIZ GARCÍA | Con las novelas de Antonio Orejudo tengo siempre la misma sensación: la de que, en lugar de leer un libro, estoy asistiendo a una juerga maravillosa. Disfruté de esa sensación lectora por primera vez con Fabulosas narraciones por historias, aquella cumbre de la literatura española con la que Orejudo hace ya más de veinte años despedazaba con imponente desparpajo a los santones de la literatura española de los años 20 -desde entonces, confieso que nunca he podido leer a Juan Ramón sin reírme-. Y la sensación se ha mantenido incólume a lo largo de los años, a través de sus sucesivas obras, la mayor parte de ellas –Reconstrucción es una obra enorme, pero la única que se sale de ese registro- instalada en esa intencionalidad de despiporre, que uno espera y agradece como quien está poco acostumbrado a la farra y anhela de vez en cuando tener una excusa para salirse del tiesto.

Por la portada y el título de su nueva novela, uno podría pensar que Antonio Orejudo haya decidido claudicar. Porque, en apariencia, todo invita a pensar en una novela de corte intimista y sentimental, un relato de iniciación, construido a partir del simbolismo de Los cinco, la popular serie de novelas infantiles de Enid Blyton, de la que Orejudo se declara seguidor. En efecto, eso es lo que aparentemente uno encuentra en las primeras páginas, con una escritura de tono confesional y reflexiva de gran fuste literario pero en la que uno no deja de avanzar con cierta desconfianza, y también proporcional sospecha: la de que en cualquier momento alguien va a llamar a la puerta con una caja atiborrada de bebidas y van a poner la música bien fuerte y todo va a acabar desmadrándose.

Y al final, claro, como siempre, como en todas las novelas de Orejudo, ocurre. Porque bajo el aliento testimonial, bajo su apariencia de artefacto propicio para el ajuste de cuentas con su memoria personal, palpita una fabulosa pirotecnia que muy pronto estalla en las pupilas, llevando la fiesta al corazón del lector.

Y entonces descubrimos que Orejudo se ha inventado -total o parcialmente, qué importa- su propia biografía. Y que en realidad lo que nos cuenta no es ni siquiera su libro, sino el libro de su amigo Rafael Reig, el ‘best seller’ After Five, donde entre otras cosas se narran las sórdidas desventuras de Los Cinco en su periodo adulto. Reig que es el mismo Reig «regordete y pedante» con el que comparte anhelos de inmortalidad literaria en las horas libres entre clases durante la Universidad y que se ha convertido, con los años, en la principal voz mundial acreditada en materia blytoniana.

En esta gran juerga literaria que es Los cinco y yo, Orejudo ejerce de gran celebrante. Y aunque prevalece el pesimismo, es un pesimismo que se vuelve del revés, resultando finalmente una suerte de canto a la vida y a la literatura, aunque ni una ni la otra nos lleve a ningún sitio. Así, Orejudo celebra su vida infantil, dominada por lo que él llama la «moral del fascículo«, caricaturizando su propia niñez como niño apocado y supuestamente mediocre que finalmente encuentra resguardo en los libros en medio de un entorno hostil. Orejudo también certifica, y tiene cierto aroma de vindicación, la memoria de los nacidos, como él, en los años 60, atrapados para siempre en la mediocridad e irrelevancia histórica, y por tanto deslegitimados para crear una simbología solvente sobre la que cimentar el orgullo de su generación. Y, por supuesto, también celebra -esta parte del libro es muy entrañable- el descubrimiento de una inquebrantable amistad, la que mantiene con Rafael Reig, ahora convertido en el principal experto mundial en Los Cinco. Ambos se erigen como cruzados en pro de una concepción de la literatura (y ahí se cierra el círculo) alejada del «modernismo anglosajón«. “Sí a Joyce -explica, refiriéndose al ideario del vanidoso Reig universitario, principal influjo de Orejudo-, e incluso a Faulkner, pero sí también a los programas y las series de televisión, a la novela policiaca y a la inteligente frivolidad del pop, que admitía lo alto y lo bajo, las bromas y las veras, lo sagrado y lo herético, todo, con tal de que no fuera aburrido”.

“Contra el aburrimiento”: ese podría ser un buen subtítulo para Los cinco y yo. El aburrimiento de lo literario y el aburrimiento del autor frente al hecho literario. Porque el libro funciona también como una radiografía de la relación de Antonio Orejudo con la literatura, después de más de veinte años de oficio:

Escribir -comenta el Antonio Orejudo narrador, mientras oye roncar a su amigo Reig, durante un viaje en 600 de Almería a Barcelona- ha sido siempre mi manera de pensar. Me sigo preguntando cómo contaría algo que me acaba de suceder o cómo describiría a tal persona. Lo que he perdido ha sido la fuerza y el entusiasmo. A veces estoy a punto de quedarme dormido cuando se me ocurre una idea. Antes me levantaba y tomaba nota. Pero ahora lo dejo ahí”.

Sin embargo, como un conjuro, la vitalidad y el aroma festivo que recorre el libro parecen desdecir con su ejemplo lo que el propio Orejudo narrador siente hacia la literatura. Porque es un libro festivo, original, diferente, efervescente: Antonio Orejudo en estado puro. Ojalá que siga aburriéndose del mismo modo, escribiendo. Así tendremos aseguradas un puñado más de inolvidables juergas.

Los cinco y yo (Tusquets, 2017) de Antonio Orejudo | 252 páginas | 18,50 €

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