EDUARDO CRUZ ACILLONA | Ahí fuera, en los Jardines de Albia, en Bilbao, se debe de respirar el olor a tierra mojada, eso que Manu Espada, con su último libro de microrrelatos publicado en Cuadernos del Vigía, nos ha enseñado que se llama petricor.
Y digo “se debe de” porque yo estoy en el lado interior de los ventanales del Café Iruña y aquí sólo huele a café recién hecho. Junto a una botella de patxarán y dos vasos con hielo sobre la mesa de mármol, espero la llegada de Aixa de la Cruz, quien aparece puntual a la cita.
YO: Hola, Nere Basabe (le cambio el nombre por si alguien nos escucha y piensa que somos familia y que le estoy dando trato de favor en la revista)
AdlC: ¿Qué tal, Fran G. Matute? (veo que ha pillado la indirecta y me sigue el juego)
YO: ¿Hablamos de La línea del frente, su última novela?
AIXA: Encantada. Pregunta…
YO: Digamos para empezar y entrar en situación que, en su novela, una joven se aísla en el piso veraniego de su familia en pleno invierno para terminar de escribir una tesis doctoral sobre Mikel Areilza, un terrorista exiliado en Argentina que desarrolló una carrera literaria y fue protagonista de una obra de teatro. Además, pretende retomar la relación con su novio, que cumple condena en una cárcel cercana por su implicación en la kale borroka (lucha callejera).
AdlC: Efectivamente…
YO: Aunque la novela se ha vendido en no pocos foros como una historia sobre la violencia terrorista en Euskadi, creo que lo que prevalece por encima de todo es la intención de recomposición del pasado, su justificación y, algo que usted maneja con soltura y exquisita habilidad, la reconstrucción de personajes: sus vidas, sus miedos, sus anhelos, sus relaciones… En ese sentido, en la novela cuela la siguiente sentencia: “…las historias mutan, se simplifican para ser firmes, impera el relato y no la Historia”. Y ese es uno de los pilares básicos que, a mi entender, justifican la novela. El tiempo es un narrador subjetivo de la realidad, el pasado se adapta a nuestro presente de una manera ventajista. Señala así a la memoria, o lo que queda de ella cuando se contagia de olvido, y la forma en que la complementamos con el deseo y la ficción para acomodarla a nuestros gustos, creencias o intereses particulares.
AdlC: Bueno…
YO: No es gratuita la elección del lugar en el que se ubica la trama de la novela: un Laredo (Cantabria) invernal, gris, silencioso, vacío de turistas bilbaínos y de edificios de apartamentos con las persianas bajadas. Un escenario que invita al recogimiento, a la reflexión y a la melancolía, alejado del bullicio festivo del verano. “Vacío”, “silencioso” y “gris”. Tres adjetivos que podrían definir a la culpa, otra de las grandes protagonistas de la novela, presente de principio a fin como una losa y como una excusa para indagar en el yo. En un momento, Sofía, la protagonista y narradora de la historia, se define como “clarividente como un ciego sin bastón”. Una bella y ajustada definición de la culpa…
AdlC: Bueno, yo…
YO: La novela, por concretar, y como apuntábamos al principio, se mueve en tres registros diferenciados: por un lado, la reflexiva búsqueda de sentido de la protagonista sobre su pasado en un ambiente de violencia etarra; por otro, los extractos de los diarios del autor argentino y exetarra Mikel Areilza; y, finalmente, los diálogos teatrales que sintetizan los encuentros en la cárcel entre la protagonista y su exnovio. Tres alardes estilísticos que hacen más amena la lectura sin perder fuerza ni hilo conductor. Más bien al contrario, no sólo se complementan sino que se engarzan en una pieza común y completa.
El conjugar esos tres ámbitos, convertirlos en elementos de la misma composición con un encaje tan natural como necesario para que, al final, todo cobre un sentido unitario, es una de las claves que hacen de ésta una novela imprescindible. Y que consolidan de manera definitiva, permítame que lo diga aunque esté usted delante, la excelente y sólida trayectoria narrativa de la autora que ya venía certificando tanto con sus anteriores novelas (Cuando fuimos los mejores —Almuzara, 2007— y De música ligera —451 editores, 2009—) como en su libro de relatos Modelos animales, editado por Lengua de trapo en 2015.
AdlC: Vale, pero aún no has comparado mi novela con Patria, de Fernando Aramburu…
YO: ¡Has dicho Fernando Aramburu! ¡Txupito!
(…)
El editor arroja con cierto desprecio los papeles de la entrevista sobre su mesa. Su mirada transmite una sensación a medio camino entre la pena y el agotamiento de la paciencia.
EDITOR: Esto no es una entrevista. Y, además, te la has inventado.
YO: Verás…
EDITOR: Es inventada.
YO: Pero las fotografías son en blanco y negro, como os gustan a vosotros…
EDITOR: En las fotografías sólo sales tú. Y, por cierto, con la botella de patxarán cada vez más vacía…
Asumo la injusta derrota, me levanto en silencio y salgo de su despacho. Sospecho que la entrevista no saldrá publicada en la revista Jot Down. Me pregunto si colará como reseña en Estado Crítico…
La línea del frente (Salto de Página, 2017), de Aixa de la Cruz | 184 páginas | 16,90 euros