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Mi persona favorita (verbal)

barnes

JOSÉ MARÍA MORAGA | Julian Barnes es como ese compadre al que vemos de tarde en tarde pero que cuando lo vemos nos da una alegría inmensa. Compartimos cervezas –o frappuccinos – y nos ponemos al día. Y así se restablece la ilusión de continuidad (la de confianza nunca la hemos perdido), y así hasta la próxima vez. Evidentemente, en cada encuentro con Barnes yo no le puedo contar a él mi vida ni él me refiere la suya, pero de cada nueva lectura del inglés extraigo una sensación equiparable a la arriba descrita: de gratificación y cercanía.

A estas alturas de la vida (la de él y la nuestra) nos llega Julian Barnes con acaso su vigésimo libro, una novela sobre el amor llamada La única historia. El título puede no impresionarnos (es un sintagma bastante ramplón) pero esconde una adecuación al contenido verdaderamente admirable. Por un lado, hace referencia a la idea de que “la mayoría de nosotros solo tiene una historia que contar […] solo hay una que importa, solo una que merece la pena contar.” No es que no nos pasen más cosas, es que según el narrador, las personas solo nos quedamos con una historia de amor de entre toda nuestra vida, y esa es la que se ha querido dejar plasmada en este libro.

Por otro lado, la ironía implícita en el título hace que una única historia sea, conceptualmente, una imposibilidad. Sabido es que ningún relato, por simple que parezca, puede reducirse a una única versión ni a un solo punto de vista, y que el mero acto de seleccionar y secuenciar los acontecimientos que se van a contar ya dinamita cualquier pretensión de objetividad que traiga el cuento. Por lo tanto, la “unicidad” de la historia queda desmentida al contarse en tres partes consecutivas cronológicamente pero que no terminan de encajar a la perfección (¿Y qué vida lo hace?). Si eso no fuera así, y la historia de la novela fuera única y simple y facilona, esta no pasaría de ser una vulgar novelita sentimental de (no pondré a ningún autor de ejemplo para no herir sensibilidades), pero estamos hablando de Julian Barnes. El hombre que investigó el loro (los loros) de Flaubert. El mismo que resumió la historia del mundo en diez capítulos y medio. El que imaginó una Inglaterra posmoderna de parque temático, y que últimamente nos aseguró que respecto de la muerte no había nada que temer.

En su última obra tal vez Barnes no vaya a revolucionar el canon de la literatura británica del siglo XXI pero nos entrega una historia muy sólida que no renuncia a la elegancia narratológica. ¿Qué es esto tan único que se nos cuenta? Es la historia de amor entre Paul, al principio un joven de 19 años, y Susan, un ama de casa de 48. Todo un escándalo que, lejos de constituir un affaire pasajero, será el comienzo de una larga relación con consecuencias de por vida para ambos. Por el camino, Paul intentará establecer una definición del amor, en ocasiones por omisión, lo que lo convierte en un delicioso ejemplo de narrador no fiable. Entre estos intentos de decir qué es y qué no es el amor (fracasados de antemano, pero ya sabemos que eso no les resta valor), el chico –el hombre después- tratará en paralelo de dotar de sentido a su propia vida, siempre desde el prisma de su amor por Susan.

En la primera parte, llamada lacónicamente “Uno”, Paul cuenta el inicio de su historia con Susan. Esta parte es la más extensa y la que sienta las bases de todo lo posterior. En este sentido, cobra importancia el concepto de “prehistoria” personal, muy presente en toda la novela. Todo el mundo llega con una prehistoria, una historia previa, que si no lo condiciona al menos ayuda a explicar cómo y por qué es como es y se encuentra en el punto actual. He aquí una de las claves de esta novela: la dicotomía entre determinismo y libre albedrío, ¿somos dueños de nuestro destino o acaso nuestras acciones estaban determinadas de antemano? El narrador parece sugerir una solución intermedia de compromiso: ni una cosa ni la otra, una cosa y la otra. La parte “Uno” está escrita en primera persona, lo que la dota de urgencia, de cercanía, de verosimilitud confesional.

“Dos” sin embargo está escrita en segunda persona, en lo que constituye un infrecuente ejercicio dentro de la tradición literaria inglesa. La historia continúa donde acabó la primera parte pero parece que se está narrando un caso diferente, tan diferentes son el tono y los acontecimientos presentados. Queda por resolver quién sea el “tú” destinatario de esa segunda persona verbal. ¿Será el lector ‘hypocrite’ y ‘semblable’ que decía Baudelaire? En realidad es el propio Paul, quien es interpelado para cuestionar la validez y solvencia de todos y cada uno de sus actos y pensamientos. En “Tres” (la parte más breve, casi una coda) el libro vira hacia la tercera persona, acaso por mor del desapasionamiento y una paulatina toma de distancia. Aunque hay esporádicos regresos a las personas primera y segunda (conviene estar muy atento a su valor), en esta parte final de su vida Paul pasa a ser un personaje narrado por otra voz; la historia continúa pero una vez más asistimos a importantísimos cambios y a una suerte de recapitulación que no me ha parecido lo mejor del libro pero que queda ampliamente redimida gracias a las brillantes escenas finales.

Estos cambios de punto de vista convienen a la novela como un guante, y aunque tal vez no sean recursos técnicos espectaculares, no hace ninguna falta. Barnes ya ha demostrado todo lo que tenía que demostrar: en este momento solo le pido que entregue libros muy buenos, y La única historia lo es. Es un libro para consumir con una cinética lenta, para ir degustando poco a poco su contenido, que se irá liberando y haciendo efecto en nuestro interior con la reflexión y con el tiempo. Más allá de su currículum literario y sus glorias pretéritas, espero con ilusión cada encuentro con el compadre Barnes, porque sé que aunque me defraude (como pasó con El ruido del tiempo), nunca me va a defraudar. Porque me gusta imaginar a Julian Barnes como ese colega que te alegra el día y que siempre va a tener una historia interesante que contar.

La única historia (Anagrama, 2019) | Julian Barnes | 240 páginas | 19,90 euros | Traducción de Jaime Zulaika

admin

Un comentario

  1. Todavía no le he hincado el diente a este, pero lo estoy deseando. Me encanta Barnes.

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