
JUAN VARO ZAFRA | El aforismo es un género que siembra de trampas el camino del escritor: su aparente facilidad puede propiciar la mera ocurrencia, el capricho lírico o sentimental y, a menudo, el lugar común. El aforismo, como decía Galeno (en cita recogida por Sebastián de Covarrubias en su Tesoro de la lengua castellana o española, 1611), “es un cierto género de doctrina y método que, con breves y sucintas palabras, circunscribe y ciñe todas las propiedades de la cosa”. Por tanto, es un género determinado por la brevedad, pero también por la necesidad de completitud: una sentencia que dice algo sobre una cosa y que no deja nada por decir. Además, el aforismo, por su carácter enunciativo, siempre afirma algo; incluso en la expresión de una duda, por su carácter formular, resulta asertivo. Ahora bien, el aforismo afirma algo, pero, por la exigencia de brevedad, escatima al lector los razonamientos que han llevado a dicho juicio: ni aporta pruebas, ni pone ejemplos. El lector se enfrenta a un enunciado con el que puede estar de acuerdo o no, pero al que no puede preguntar o discutir. La discusión es siempre con uno mismo. Finalmente, el aforismo debe sorprendernos tanto en lo que dice (lo que supone evitar el lugar común, aunque también la extravagancia que expulsa al lector del texto) como en la forma de expresarlo. Estos son los retos que debe afrontar un escritor de aforismos. Tercer milenio, tercer libro de aforismos de Álvaro Salvador, tras Después de la poesía (El Gaviero, 2007) y La vida no te espera (Renacimiento, 2014), es un ejemplo excelente de lo que debe ser un libro de aforismos conforme a las coordenadas que acabamos de exponer.
De entrada, encontramos algunos elementos que nos son familiares porque ya estaban presentes en los libros anteriores: en primer lugar, el tono conversacional (precisamente Erika Martínez comienza su prólogo saludando a Álvaro Salvador como maestro del tono, tanto en poesía como en el aforismo) que se materializa en una dimensión coloquial que emparenta al autor con maestros de la conversación civil irónica y puntiaguda como La Rochefoucauld, como vemos en estos ejemplos “A cierta edad uno no tiene confianza en lo que escribe, pero tampoco en lo que lee”; “No te fíes de quien va peinado con la misma raya que le peinaba su madre”; o, el divertido “No lo dude, usted tiene algo que se llama intermitente”.
En segundo lugar, el uso de citas, lo que nos devuelve a los orígenes modernos del género. Los primeros libros de aforismos eran recopilaciones de citas de otros autores, como sucede en Tácito español ilustrado con aforismos de Baltasar Álamos de Barrientos (1614), primer libro de aforismos, en sentido estricto, en lengua española. Álvaro Salvador da una vuelta de tuerca a este planteamiento de dos modos distintos: la fórmula “oído en” introduce citas de películas y series de televisión, como, por ejemplo, “Oído a Samuel L. Jackson en Golpe en Hawai: «Dios es el amigo imaginario de la gente adulta»”; en otras ocasiones nos presenta la cita y, a continuación, su procedencia: “«Soy un accidente a punto de ocurrir». Michael Douglas en El método Nemonsky”. El recurso revela la cinefagia del autor, y un gusto posmoderno que se despliega la apelación a fuentes diversas de la cultura popular, incluso, en otro momento, a una pintada callejera. Este mecanismo produce lo que James G. Ballard denomina una “novela condensada”: “Escrito en un papel encontrado en un bolsillo: «Un extraño se embosca en el espejo. Sangre de tu sangre»”, en la que encontramos algunos elementos recurrentes de la novela de misterio: el manuscrito encontrado de misteriosa procedencia, el tema del doble, y la sangre. Extraídas de su contexto original, estas citas se resignifican en Tercer milenio, contagiándose del “tono” general del libro. Distinto procedimiento es la glosa: aquí no se trata de resignificar un texto ajeno trayéndolo a nuestro contexto, sino de trabajar en su sentido original o a partir de este. Tercer milenio glosa a Pío Baroja, Miguel D´Ors y Dylan Thomas. Esta última es quizá mi favorita de las tres: “Glosando a Dylan Thomas: ando solo entre una multitud de desamores.”
En tercer lugar, Álvaro Salvador nos regala una serie de aforismos mundanos que, en cierto modo, se presentan como conclusiones de variadas experiencias vitales decantadas y a menudo desencantadas a lo largo de los años. No creo que la vejez sea la protagonista del libro; a mi juicio la protagonista es la vida. La vejez es el espacio desde donde se hace esta reflexión en forma de lo que podríamos considerar “aforismos crepusculares”. Es este un ámbito en el que Álvaro Salvador se desenvuelve con absoluta brillantez, también en su poesía, especialmente a partir del espléndido Ahora todavía (2001), a mi juicio su mejor libro de poemas. A veces, la vejez es abordada con notable sentido del humor: “Hay algo peor que ser viejo poeta cascarrabias: ser viejo poeta patético que se empeña en parecer joven poeta”; pero lo que predomina es la melancolía. Hay un aforismo que me parece estremecedor y que está entre los mejores del libro: “Hojear prensa atrasada es desalentador: todo el mundo desaparece antes de haber muerto.”: formulación perfecta de la vanitas humana, denunciada de forma constante a lo largo del libro.
Tercer milenio está dividido en tres secciones numeradas sin título. La primera se abre con tres aforismos axiomáticos que sientan las bases sobre las que se construye el resto:
“La mejor manera de acabar con nuestro Narciso es cumplir años”; “La única medicina contra el tiempo es el presente” y “La vida se define frente al miedo”. A partir de aquí, se desarrolla una intensa casuística del desengaño que penetra en todos los órdenes de la vida: la ideología, el amor, la muerte, la religión, la política… Se constata la indefensión ante el mal del mundo: un mal que, por momentos, es más ontológico que moral, y que se formula a modo de corolario en el aforismo shakespeareano que cierra la sección: “La vida se padece o se goza, pero definitivamente no tiene ningún sentido” y que da cuenta de la anteriormente aludida relación entre la vida y el miedo.
La segunda sección está dedicada a la vida cultural, la experiencia como poeta, y la poesía como pantalla ideológica: el campo literario en la clásica acepción propuesta por Pierre Bourdieu. De nuevo el desengaño es resultado de un estado de lucidez. La poesía está en una zona periférica sobre la que Salvador proyecta una mirada compleja, tal como leemos en los siguientes aforismos sucesivos: “Medir la creación artística con criterios éticos o religiosos es inútil, tanto para el arte como para los principios éticos o religiosos.”; “¿No será la Cultura una de las coartadas para justificar la explotación, la desigualdad, la tiranía?” El primero parece proponer la autonomía del arte, la necesidad de que este se rija por sus propias leyes, sin didactismos. El segundo, por el contrario, devuelve la poesía a la política, levantando sobre ella la sospecha ideológica, aspecto sobre el que abunda en algunos aforismos siguientes. Más adelante leemos: “Tierra de nadie: la Poesía”. Mi aforismo preferido de esta sección es: “¿Cuánto hay que esperar para llamar de nuevo?”, otra de las “novelas condensadas” del libro.
En la tercera sección encontramos los textos más personales y meditativos, escritos, al menos muchos de ellos, durante la pandemia. En dos imágenes contradictorias y, al tiempo, complementarias sintetiza la sensación de abatimiento y soledad de aquellos meses: “No hay lugar más triste que un parque infantil entre el cemento”; “Rectifico un aforismo anterior: no hay nada más triste que un parque infantil vacío, días tras día.”
En su recta final, el libro se adentra en los estragos del tiempo sobre el cuerpo, la ilusiones y las esperanzas, en una reevaluación retrospectiva de la vida, que no deja también de ser ella misma ilusoria: “Si nos pasamos el tiempo imaginando fantasías para soportar la vida, ¿por qué no vamos a fantasear también para soportar la muerte?”
Mientras van cayendo uno sobre otro, estos aforismos dibujan un territorio de precariedad, un ámbito en permanente peligro de derrumbe, un espacio en el que la estabilidad y la solidez del pensamiento siempre están a punto de irse al traste, y sin embargo, la simple enunciación aforística de estos juicios desolados, irónicos, perplejos y desengañados es por sí misma la mejor manera de conjurarlos. Esta es quizá, la mejor cualidad del buen aforismo. La literatura fue inventada para esto.
Nuestra firma invitada de hoy, Juan Varo Zafra, es profesor titular de Lingüística y Teoría de la Literatura en la Universidad de Granada y aforista.
Tercer milenio (Trea Ediciones, 2025) | Álvaro Salvador | 45 páginas | 12,00 euros