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Mirando atrás, sin el IRA

9788416291168

 

Recuerdos de un pasado que se desvanece

Aidan Higgins

Periférica, 2015. Colección «Largo Recorrido»

ISBN: 978-84-16291-16-8

304 páginas

19,95 €

Traducción de Carmen Torres García

 

 

Antonio Rivero Taravillo

A la localidad de Kinsale, en el condado de Cork, la abrazan antiguos lazos con España que se remontan a la famosa batalla en que nuestras armas y las de la aristocracia católica irlandesa se enfrentaron a las fuerzas de la Corona inglesa, allá en 1602. En el hermoso pueblo reside el escritor Aidan Higgins (1927), quien vivió una temporada en nuestra patria y llevó la experiencia a una novela no traducida, Balcony of Europe (1972, nominada para el Booker Prize ese año) que se desarrolla principalmente en Nerja y tiene ya como protagonista, un lustro antes, al Dan Ruttle cuyos recuerdos arman esta novela más o menos autobiográfica, Recuerdos de un pasado que se desvanece, aparecida como Escenas de un pasado que se aleja en traducción previa de Antonia Kerrigan (antes de ser la destacada agente literaria que es hoy) y Ángela Álvarez, en Alfaguara en 1987. En cualquier caso, parece preferible en el original ese Scenes from a Receding Past a los otros títulos mucho más planos que barajó Higgins antes de dar con el definitivo: Text and Pretext y All the Way.

El volumen se divide en dos partes que ocupan 37 capítulos o escenas. La primera parte es, en mi opinión, mucho más valiosa que la segunda, porque nos muestra con gran capacidad retrospectiva el mundo de la infancia y el paso a la pubertad y la adolescencia, con los descubrimientos propios del crecer y el alborear de la sexualidad. Luego, la narración pierde interés o no consigue mantenerse al nivel de la primera mitad, aunque hay escenas que llamarán la atención del lector, como esa en la que el protagonista se encuentra a William Butler Yeats por la calle y lo sigue y se mete tras él en el cine. La observación, los detalles, son verosímiles, y durante unas pocas páginas somos también nosotros testigos del Nobel. Sirve también este capítulo para evidenciar que hay ciertos anacronismos en el libro, o al menos desorden en la presentación de las escenas, porque Yeats murió en enero de 1939 y en el capítulo anterior se habla de la Guerra Mundial que no estallaría hasta septiembre, y a su vez el noticiero que se proyecta en la sala de cine antes de la película presenta a Franco tras la toma de Madrid, cosa que sucedió dos meses después de aquel día gélido sobre el que escribió W. H. Auden en “In Memory of W. B. Yeats”. Y es que la memoria, no ya la del poema sino en general, da saltos, se enreda, funciona de manera caprichosa. La novela es fiel a estas infidelidades.

Para la presentación de las memorias infantiles es un útil instrumento el empleo de frases cortas, de una sintaxis muy sencilla y que se sirve siempre del presente continuo. Un párrafo típico podría ser este, que además sitúa el primer tramo de la obra en el oeste de Irlanda, en Sligo: “El río va lleno de peces. El pueblo está lleno de chicas preciosas. Los días son largos. Veo las sombras de las ciclistas en la carretera. Sé decir qué hora es por los ángulos de las sombras. Por las noches resplandecen hogueras por todo Ben Bulben. El tojo se quema.” Esta geografía yeatsiana se refuerza con sus alusiones a la mansión de Lissadell y a linajes como el de los Gore-Booth o el de los Gregory. Higgins traslada a aquella región su población natal y funde paisajes, como confiesa en la “Nota del autor”.

El capítulo XV, bisagra entre la primera mitad y la segunda, se titula “El final de la inocencia” y efectivamente marca un cambio que se trasluce, de inmediato, en el uso del pretérito (casi omnipresente, valga la paradoja) en la segunda parte, que comienza con esta frase, en la que Dan haba también de su hermano: “A Wally y a mí nos enviaron a un colegio privado en el campo.” Luego siguen peripecias varias, incluida la vida sentimental de Olivia, la que será mujer de Dan. Y junto a un Dublín del que se nos brindan los pormenores de las líneas de autobús, el escenario cambia a Londres e incluso, con evocaciones del pasado de Olivia, a Nueva Zelanda.

En Recuerdos hay elementos que tienen puntos en común con el Retrato del artista adolescente de James Joyce y también con Me acuerdo de Georges Perec (hay aquí mucha memorabilia en la que se verán reconocidos los irlandeses de la generación de Higgins). No tantos con Nadan dos chicos de Jamie O’Neill a pesar de lo que escribía Manuel Rodríguez Rivero recientemente en Babelia. Y bastantes, por el contrario, al menos en lo que hace a la reconstrucción de la infancia, aunque décadas después, con la deliciosa El perro que ladraba a las olas de Hugo Hamilton. Respecto a estas últimas dos novelas, y a pesar de sus virtudes, Recuerdos tiene una desventaja: carece de tensión política y aunque hay alusiones a la historia el protagonista y su familia quedan al margen del nacionalismo que tanto pesó en la isla y que dejó su huella en un sinfín de otros libros donde abundan los veteranos del IRA y las turbulencias rebeldes. Tampoco se puede decir que haya trama y mucho menos intriga o suspense, pues hasta donde acaba la novela la vida del alias de Higgins no es particularmente movida ni reseñable: lo que tiene de interés pivota sobre la observación y la habilidad para recuperar el pasado.

Es lástima que esta buena novela de Higgins tenga que ser pregonada en su contracubierta con una frase laudatoria que en realidad corresponde a otra suya, la que para John Banville es su obra maestra: Langrishe, Go Down (1966), ganadora del James Tait Black Memorial Prize. “Sin lugar a dudas, la mejor novela irlandesa desde En Nadar-dos-pájaros y las novelas de Beckett” es lo que dijo de aquella –pero no esta– The Irish Times.

La traductora, Carmen García, ha hecho bien su trabajo, no siempre fácil, e incluso se podría decir que ofrece más notas de las necesarias sobre aspectos culturales. Tras la supresión del que iba a ser capítulo segundo (seis páginas tituladas “The Irish Lesson” que se conservan en los archivos de la canadiense Universidad de Victoria), la obligatoria lengua irlandesa que tantos quebraderos de cabeza ocasionó a los escolares del Estado Libre está prácticamente ausente de la novela (esas otras memorias noveladas de Muiris Ó Suilleabháin, Fiche bliain ag fás, se citan en su traducción inglesa, Twenty Years A-Growing), pero no estaría de más, ya que se ofrece tanta información, que el lector sepa que ‘a mhic’ (se dice dos veces y se deja sin traducir) es el vocativo de ‘mac’, “hijo”.

Periférica se ha apuntado un tanto al reeditar esta obra y presentarla de forma tan atractiva. Ojalá sigan otras del mismo autor, cuya estrella anda un poco de capa caída hasta el punto de que en las 720 páginas de Inventing Ireland. The Literature of the Modern Nation, de Declan Kiberd, Higgins no aparece citado ni siquiera una sola vez.

admin

Un comentario

  1. Ay, dejé fuera el primer apellido de la traductora en el cuerpo de la reseña (en la ficha está bien). Carmen Torres García, ese es su nombre completo. Mis disculpas.

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