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Mitologías del agua

ElSilencioDeLasSirenasLUIS MANUEL RUIZ | Descubro sin sorpresa, por una entrevista, que Beatriz García Guirado se hallaba enfrascada en la lectura de Jung cuando redactaba El silencio de las sirenas. Los motivos de dicho reconocimiento son múltiples: en primer lugar, la propia estructura de la novela, menos articulada en torno a un argumento que construida, a base de ecos u ondas en el agua, sobre la repetición y amplificación de unas cuantas imágenes fundamentales. En diversas partes de su obra, más esotéricas o menos, Jung estableció que toda invención humana, en cualquiera de sus formatos, no consiste más que en la refacción y la reiteración y la reacomodación de un puñado de mitos primitivos, que tienen que ver con la autodestrucción, la oscuridad, el renacimiento, la gloria, la conquista de la identidad. Por mucho que nos revolvamos, el sabio suizo considera que estamos encadenados a estas figuras primigenias de andróginos, doncellas, sombras y monstruos de feria, y que todo lo que hagamos en el futuro dependerá de ellas como la copia depende del original o el yeso de su modelo: la originalidad sólo consiste en añadir nuevos matices de color o énfasis a este o aquel rasgo. Algo que, sin duda, García Guirado ha conseguido con rara, y desasosegante, pericia.

El mito elegido en este caso, en esta novela, para el arte de la variación infinita es el del agua. El fluido originario en el que todos flotamos en la penumbra de nuestra madre, el caldo remoto en que se formaron los primeros gérmenes de vida, la némesis que ahoga al marino a la vez que le arrastra a su destino, el fondo turbio donde relumbran tesoros hundidos y continentes que desaparecieron. En un hermoso libro que recoge tradiciones seculares, Gaston Bachelard habla de que el agua, en cualquiera de sus formas (la del grifo, y la del lago, y la del mar, el agua roja y salada de nuestras venas, la de nuestra saliva, la del rocío y la lluvia) posee una doble naturaleza: es a la vez fuente y sumidero. Metáfora del caos del origen (Leviatán, Tiamat, el diluvio universal, la «arjé» de Tales milesio), es la placenta donde se gesta nuestro cuerpo antes de salir al mundo y cobrar rasgos, pero, a la vez, la ruta incierta que conduce al navegante al otro mundo y, finalmente, el manto que lo sepulta. Por eso, quieran o no, entiendan o no, los hombres no puede dejar de mirar el mar.

La novela de García Guirado consiste en un catálogo extensivo de todas las formas que el mar puede adoptar en las cisternas del subconsciente. Hay buceadores, hay, sí, sirenas, hay apnea, hay la búsqueda de un primer océano, Panthalassa, en el que todas las aguas eran una. La trama (si puede llamársela así) corre, aproximadamente, del siguiente tenor: un teleoperador sueco llamado Oless Svalbard visita una zona de Baja California asolada por un maremoto, donde en su día falleció la esposa que le traicionaba; durante una inmersión, cree cruzarse con una sirena, o una criatura que se le parece, y que quizá es esa esposa; emprende el rastreo de dicha criatura a través de una grabación de internet; en cierto momento, Oless Svalbard es quizá otra persona, o una parcela de alguien; la historia se adensa, se extiende, anega la vida del propio Svalbard para apropiarse de la de muchos otros. La sensación que la crónica deja en el lector es la de haber nadado agotadoramente, alejándose de la costa, en pos de esa isla final que es Avalón y la Atlántida: la residencia de los muertos, la fuente de la última verdad, borrada de la faz de la tierra por un cataclismo primigenio.

Parece evidente que la autora ha vuelto a pensar en Jung a la hora de armar su ambicioso experimento narrativo. Porque la acción, sobre todo en los capítulos finales, renuncia explícitamente a la ilación causal para decantarse por aquella otra que el psicoanalista llamó «sincronía», y que consiste en una ordenación de los eventos no por su lógica sucesiva, sino por su similitud o el eco que cada uno despierta en su consecutivo. En la novela, una metáfora lleva a otra y una imagen convoca a la siguiente, sin que  a veces contemos con aliento para hacernos cargo de la inmersión: Svalbard es un teleoperador sueco pero es también sicario a sueldo de un cártel y un profesor loco obsesionado por las sirenas y un marine que hace turismo cuyo hijo muerto, que quiere ser escritor cuando crezca, acaricia el siguiente proyecto: “Escribiré una novela sobre un hombre que cree haber visto una sirena, pero en realidad está encerrado en un manicomio y bebe un vaso de agua detrás de otro”. En última instancia, a lo que parece que se nos invita es a realizar una reflexión sobre las resbaladizas fronteras de la identidad y del pasado y las aguas que las bañan. Un buceo onírico, sin duda exigente, cuyo éxito depende, antes que nada, de un lenguaje muy bien escogido y una sugerente capacidad para encajar los símiles. En suma: una apuesta riesgosa que nos ofrece antiquísimos mitos del origen en el formato del futuro.

El silencio de las sirenas (Salto de Página, 2016), de Beatriz García Guirado | 152 páginas | 15 €

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