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Negro sobre blanco


Trapos sucios

Ishmael Reed

La Oficina, 2012. Colección «BAAM»

ISBN: 978-84-940078-2-8

304 páginas

19,50 €

Traducción de Javier Lucini

Fran G. Matute

Vamos a comenzar con una afirmación controvertida: en Estados Unidos no quedan intelectuales. O, al menos, los pocos que puedan seguir llamándose así no comulgan ya con la tradición histórica intelectual. Sí, ya sé que algunos estaréis pensando en Noam Chomsky o Hilary Putnamo incluso Francis Fukuyama. Grandes pensadores, sin duda. Figuras de relevancia mundial dentro de su campo académico. Pero, insistimos, no creo que la gran aportación intelectual de los Estados Unidos haya venido del mundo de las ideas abstractas sino, más bien, de una modalidad de lo anterior que atiende al nombre de “pragmatismo”. Y en esto, los ‘yankees’ nos ganan a todos por goleada. Eso hay que reconocerlo.


Ishmael Reed bien podría haber sido uno de los pocos intelectuales afroamericanos que existen hoy día. Pero tras leer estos Trapos sucios (1993) nos vamos a conformar con considerarlo -más allá de como a un excelente novelista postmoderno, que es lo que esencialmente es- como uno de los grandes pragmatistas de color. Porque la realidad es que sus reflexiones no son tan profundas como parecen ni sus conclusiones tan elevadas. Y sin embargo uno percibe que detrás de sus palabras hay horas de estudio y razonamiento por lo que no son opiniones vertidas, ni mucho menos, a la ligera. ¿De qué habla Reed en esta colección de ensayos? De todos los temas que le interesan: política, literatura, música, deporte… pero siempre desde una perspectiva monocorde: el racismo.


El título de este volumen produce una imagen tremendamente elocuente de lo que hace Reed en sus artículos de opinión: aquí se airean los “trapos sucios” de mucha gente. Sobre todo, aquello que las clases altas blancas norteamericanas no quieren escuchar y pretenden ocultar bajo esa conspiración mediática que, según Reed, existe en los Estados Unidos y cuyo único objetivo es mantener arrodillada a la raza negra: “(…) aunque las cadenas de televisión emiten todo el día imágenes de camellos negros de poca monta, rara vez retransmiten historias de blanqueo de dinero, presumiblemente porque los bancos son algunos de los principales accionistas de las cadenas” (página 220).


Al margen de la evidente manipulación mediática que puedan sufrir las minorías raciales, no ya en EE.UU. sino en todo el mundo, lo que más nos preocupa del discurso de Ishmael Reed es el excesivo hincapié que hace, para justificar las carencias de dichas minorías, en la existencia de una fuerza externa opresora que se dedica a pisarles el cuello cada vez que un avance social o cultural se consigue. De tal forma que la tesis de Reed tiende a reducirse, si la caricaturizáramos, a una reflexión del tipo: por cada cosa mala que hace un negro, hay diez blancos haciendo cosas peores; cuando un negro hace una cosa mala sale en las noticias, pero si la hace un blanco no se entera nadie; los negros fracasan porque los blancos no les dan recursos… y así sucesivamente. Me van a perdonar que ironice con todo lo anterior, pero me hubiese gustado saber lo que opina Ishmael Reed de la escena de la “Operación Escudo Humano: escóndanse detrás del moreno” que salía en la película South Park (Trey Parker, 1999), pues imagino que sería para él como presenciar un momento epifánico.

El punto más extremo de lo anterior es el artículo dedicado a Mike Tyson y esa defensa indirecta (y patética) que hace Reed del boxeador, cuando fue acusado por violación en 1992. Un delito que, en palabras de Reed, no es que parezca justificable (aunque venga a despacharse este hecho con un simple “si esto es así, entonces el boxeador necesita ayuda”) pero que queda reducido a una nueva manipulación mediática de los poderes fácticos, celosos de no tener ya esa “gran esperanza blanca” en el mundo del boxeo. No siempre es así de radical Reed en sus puntos de vista y también reparte entre los suyos, a muchos de los cuales no perdona que hayan alcanzado el éxito académico para terminar disfrazados de empollones de la Ivy League, olvidando por el camino del aprendizaje sus señas de identidad y mimetizándose con las modas del hombre blanco. 

En cualquier caso, nos llevamos la impresión de que es la extensión de muchos de estos artículos de opinión lo que no permite a Reed, en ocasiones, concretar o desarrollar sus conclusiones. Y esto es así porque no puede ser casualidad que los ensayos que más nos hayan llamado la atención dentro de este volumen sean, precisamente, los de mayor extensión, como “Poesía americana: ¿existe un centro?” o ese exquisito ejercicio de Nuevo Periodismo que es “El cuarto Ali”. También puede parecer casualidad -pero no lo creemos- que estos dos ensayos sean los más viejos de la colección, escritos a finales de los setenta (mientras que el resto es, en gran parte, de principios de la década de los noventa), lo que también nos puede indicar que las ganas de explayarse de Ishmael Reed se han ido diluyendo con el paso del tiempo.

Mucho más sosegado e interesante nos ha parecido el Reed culto que, siempre sin perder de vista la reivindicación racial, nos regala una serie de semblanzas de hombres y mujeres de su tiempo, del mundo de la cultura, el deporte o incluso de los negocios, personajes admirados por el autor. Figuras importantes como Chester Himes, Langston Hughes, Ambrose Bierce (este no es negro, como ya sabrán ustedes, pero ya se encarga Reed de recordarnos que su abuela tenía cierta mezcla) o los Panteras Negras, son algunos de los retratos que se incluyen en la segunda parte de estos Trapos sucios. Pero el más interesante de todos nos ha parecido, sin duda, el de Jess Mowry, escritor que desconocíamos por completo y cuya obra, defendida en boca de Reed, nos ha llamado poderosísimamente la atención. Y también hemos constatado, tristemente, que no hay traducciones al castellano disponibles de este autor por lo que aprovechamos la recensión para enviar un mensaje al traductor, nuestro premiado Javier Lucini, y lo conminamos a que le meta mano a la obra de Mowry a la mayor brevedad posible. Garantizamos desde aquí, al menos, un lector. Del mismo modo que  estamos en disposición de confirmar cómo la calidad del trabajo de este traductor está cada día ganando más enteros pues ya me dirán si no es impagable que, para contextualizar un ‘slang’, te remitan, vía nota a pié de página, a una escena de la película Aterriza como puedas (Jim Abrahams, 1980), en un juego postmoderno que, creemos, haría las delicias de alguien como Ishmael Reed (siempre y cuando no se rían de ningún afroamericano en esa escena, claro).



Tras la lectura de Trapos sucios, primera referencia ensayística de Ishmael Reed traducida al castellano, nos hemos podido acercar un poquito mejor a este autor de culto poco reconocido en España. Parte importante de su obra de ficción se publicó en su día en nuestro país a principios de los noventa, si bien no parece que hoy la recuerde casi nadie. Sirva por tanto este nuevo intento por dar vida a la figura literaria de un grande de verdad, una ‘rara avis’ que construyó su prosa poética del mismo modo que los músicos abrazaron el ‘jazz’ modal. Un espíritu libre con un punto de vista único, obsesivo y guerrillero. No es necesario estar de acuerdo con el viejo Reed. Pero sí es necesario saber que existe y que ya es hora de que rescatemos del olvido a un escritor que el día que un conocido me habló de él por primera vez me lo vendió como el «Pynchon negro». Ahora me río porque, tras leer Trapos sucios, tengo la total seguridad de que a Reed esa definición no le hubiera hecho ni puta gracia.

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