Escarnio
Coradino Vega
Caballo de Troya, 2014
ISBN: 978-84-1545-140-2
144 páginas
14,90 €
Fran G. Matute
Casi todos los comentarios que he leído sobre la esperadísima segunda novela de Coradino Vega, titulada Escarnio, centran su mirada en la -llamémosla así- cuestión política, la que puede leerse en esta historia que narra el choque de realidad vivido por un tímido joven “de provincias” (sabed que cada vez que un “centralista” dice esto, muere una cría de lince salvaje) que, por estudios, abandona su Huelva natal camino de la capital del Reino, con la maleta llena de voluntad y unas cuantas buenas y nobles ideas preconcebidas sobre lo que ha de ser la convivencia civil y los valores que la inspiran. Carlos García, aplicado estudiante de futuro prometedor, siente la presión sobre sus hombros, siente que está obligado a trascender, que ha sido elegido para romper con el estatus de clase trabajadora que siempre ha acompañado a su familia. Una losa ésta, más que una responsabilidad que poder ondear al viento con orgullo, que arrastra Carlos sobre su conciencia de comprometido y cumplidor hijo aparentemente llamado a tareas mayores que las de sus padres.
La lectura política, más allá del sustrato de “desclasamiento” que puede extraerse de lo apuntado anteriormente, se hace más viable si cabe al conocer que el destino de Carlos no es otro que un colegio mayor universitario, de corte religioso, en el que el protagonista de Escarnio se topará de bruces con otras “verdades” que, por situación geográfica o social, le quedaban fuera de su radar vital. Es fácil leer aquí, a través de los ojos del Carlos más inocentón, la crítica velada (y no tanto) a este tipo de instituciones tan elitistas, a los hijos de los “privilegiados” que se mueven con impunidad por el mundo, a las “castas” (me perdonarán la palabra de moda), en definitiva, que gobiernan la cosa.
Por otro lado, no ha de disociarse esta lectura política del momento histórico en el que transcurre la novela: finales de 1994, en los últimos años del gobierno socialista de Felipe González y con el empacho de las Olimpiadas y la Exposición Universal sobrevolando la maltrecha economía española, que se asfixiaba entonces entre corruptelas con su primera gran crisis económica en democracia. Es una época de desencantos, de promesas incumplidas, de sueños rotos. De despertares. Y a Carlos García, acostumbrado a vivir en esa burbuja de cristal que sus padres le habían construido durante su infancia y juventud, le tocará padecer todo este período de crispación social y existencial por la vía rápida, a través de la violencia del enfrentamiento.
No digo yo que la lectura política de Escarnio sea superficial, pues el texto es innegable que contiene pasajes que llaman la atención sobre esa «tensión social» que sufre el protagonista de la novela, pero sí que considero que quedarse en este tipo de lecturas puede llegar a empobrecer lo que de literario (en el sentido más amplio) tiene esta obra que no solo está excelentemente escrita (donde unos ven sencillez en la prosa yo veo una voluntad casi heroica por alcanzar la tan artificiosa “naturalidad” narrativa) sino que, personalmente, me ha llegado al alma por cuanto de generacional y de identificable tiene para mí esta historia aun no habiendo vivido prácticamente ninguna de las situaciones en las que se ve envuelto el protagonista. Hay por tanto un halo invisible en la novela de Coradino que me mira a la cara, que me habla de tú, que me interpela de una forma que nada tiene que ver con la ideología o el posicionamiento político.
Creo que influye mucho en lo anterior el tiempo en el que transcurre la novela, un momento de la historia que, sin duda, olía a fin, el de una época que moría de éxito, a costa de renunciar a todos los principios sobre los que supuestamente se fundó. Corre en paralelo a este desencanto ideológico el del joven Carlos García que, en lo personal, mantiene su corazón virgen de inclemencias externas por culpa de la sobreprotección familiar y la asunción de maniqueos códigos éticos. Una pétrea disciplina que saltará por los aires al primer contacto con el mundo real. Todas esas bonitas ideas en la cabeza, ¿para qué? Tantos valores, tanto sermón acerca de cómo se hacen las cosas, que si el esfuerzo y la honradez, y luego llega el miedo, la vergüenza, la falta de autoestima (ese yugo cuyo origen no es otro que creerse inferior a los demás y, en este caso, por una mera cuestión dineraria) que, en definitiva, paralizan al ser humano, que lo convierten en un pelele incapaz siquiera de alzar la voz.
¿Son conscientes los padres de Carlos de que su hijo no está realmente preparado para el mundo exterior o el exceso de celo que aplican sobre él (y que, llevado al extremo, termina resultando paródico, como pone de manifiesto la hilarante visita al médico) no es más que una reacción a su propia inseguridad como padres? Los padres de Carlos quieren que su hijo «prospere”, sin pararse a pensar qué es lo que quiere él o de qué otras formas es posible hacerlo. Pero para una determinada generación, “prosperar” no era otra cosa que hacer lo que no pudieron ellos hacer durante su infancia o juventud, tuviera o no sentido. Ese anhelo vital, traspasado de padres a hijos, terminó convirtiendo las carencias de unos en las obligaciones de los otros.
Esta idea, que de alguna forma ya sobrevolaba El hijo del futbolista (2010), se precipita en Escarnio en el mismo momento en que Carlos participa del mismo juego de poderes que aquellos a los que ideológicamente critica. La nobleza de su provincialismo queda así hipotecada el día que “pide un favor” y se le concede. Y con independencia de las buenas intenciones que acompañan a las personas que tutelarán la educación de Carlos, lo cierto es que la deuda con el diablo se ha formalizado. Carlos aprenderá que nada se da gratis, que todo tiene un precio, y lo hará a las bravas, comprendiendo que los poderosos lo son precisamente porque alguien les pidió en su día un favor aparentemente inocente como el suyo. Que a los poderosos, más allá de linajes y prerrogativas, los perpetúan los débiles y pusilánimes cuando callan, cuando no denuncian, cuando no patalean. Y para sobrellevar esta vergonzosa inacción, Carlos se esconde en sí mismo, mira para otro lado, desoye el adoctrinamiento paterno para luego justificarse, precisamente, en ellos, en esa inocua misión que le han encomendado, la de “prosperar”.
Habrá quien considere que Escarnio es demasiado breve, lo que le impide desarrollar algunas situaciones o relaciones que se presentan en la novela y que saben a poco. Pero es que hay mucha finura en la forma en la que Coradino expone, por ejemplo, la relación de su protagonista con los padres, tan llena de matices, de miradas y gestos a través de los cuales comprendemos perfectamente qué papel representa cada uno dentro de la familia; hay mucha sutileza también a la hora de describir esos tórridos escarceos amorosos, con esa comida en la que los precios de la carta se convierten en el tercer invitado de la mesa. Y si lo anterior sabe a poco no creo que sea por su supuesta brevedad sino porque está tan bien escrito que uno se queda con ganas de más.
La única pega real que yo le pondría a Escarnio tiene que ver con el texto que aparece en su contraportada, pues predispone al lector en una dirección que pasa, además, por ser la menos interesante de todas. Porque la realidad, por mucho que uno se empeñe, no debería ser leída solo en términos políticos (y menos si el «consejo» te lo da una editorial alojada en uno de los grandes emporios multinacionales del sector y que pretende pasar por «marxista»). De hecho, la realidad, la de verdad, la que no es de izquierdas ni de derechas, la que está más allá del microcosmos del colegio mayor que plantea Coradino en su novela, se termina imponiendo al final de la misma, dejando a su protagonista huérfano de referentes. Cobra entonces todo su significado la figura del extraño compañero de habitación de Carlos en el colegio mayor, que con su individualismo de “mira zapatos” y su estética ‘grunge’ parece estar marcando el devenir de los tiempos que corren, en los que se impondrá, como una moda consumista, el mayor de los nihilismos. No hay que olvidar que Kurt Cobain se suicidó un 5 de abril de 1994, y el mundo corrió a comprarlo. De esto va para mí la breve pero brillante Escarnio de Coradino Vega. De ideas rotas, de promesas falsas. De asumir, de aceptar y de tragar, para nada.
Hola Fran:
Muy buena reseña.
El otro día vi en la Cuesta de Moyano este libro a mitad de precio y estuve a punto de caer (quizás debería haberlo hecho), pero me hice recordar mis estanterías del Ikea repletas de libros por leer; y me dije «aguanta, aguanta». A ver si para después de verano estoy más despejado.
Saludos
Gracias, David.
Bien sabes que a la vuelta del verano tus estanterías estarán igualmente a rebosar… Este libro se lee en un periquete, es muy adictivo, merece mucho la pena.
Un abrazo.