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Ni frases hechas ni clichés

ub. la cruz del sur

JUAN CARLOS SIERRA | En Chocar con algo, el último poemario de Erika Martínez (Jaén, 1979), se advierte la posibilidad de que el libro arranque con una de esas erratas afortunada de las que hablara José Esteban en su célebre Vituperio (y algún elogio) de la errata, ya que el poema que lo abre «Mujer adentro» comienza con una aparente contradicción de género. El texto dice así: «Estoy convencido de que se escribe siempre desde algún lugar, aunque no se escriba en absoluto sobre él (una mujer toma impulso mirando la sombra que proyecta cada cuerpo que falta)…». La lógica de este poema y del conjunto de la obra inclina al lector a pensar que quien habla, ese ente a quien se le suele llamar personaje poético, es una mujer; y efectivamente así lo es, pero en este caso se trata de alguien que cuestiona los clichés y las frases hechas. Por esta razón quizá no estemos ante un desliz de edición, sino ante un intencionado deslizamiento en el uso del género que cuestiona desde los cimientos los estereotipos y las convenciones sobre lo femenino; un arranque radical de un libro que no se aviene bien con los tópicos.

Quien esté familiarizado con la obra de Erika Martínez sabrá que desde su primera incursión en el mundo de la lírica con Color carne el discurso poético de la jienense se ha situado en el terreno de la heterodoxia, de la contracorriente, de la puesta en solfa de los lugares comunes —«aquello que rebasa concierne a la lírica», deja claro la autora en el final del poema «Pruebas circulares»—, especialmente en lo concerniente al sujeto femenino.

Desde un punto de vista formal, Chocar con algo profundiza algunos de los rasgos de estilo que caracterizan a la poeta desde siempre: la mezcla del poema convencional con el poema en prosa, la inclinación en el fraseo hacia el destello del aforismo –ya ensayado en su libro Lenguaraz, de 2011 y que en ocasiones recuerda a cierto Benjamín Prado—, la mutilación de cuando en cuando de la sintaxis, la mirada fragmentaria o el gusto por construir los poemas a partir de collages de imágenes a priori inconexas que concluida la lectura encuentran su acomodo bajo una coherencia insospechada —es decir, el descubrimiento de un nuevo significado que alumbra de una forma alternativa la realidad—. Podríamos afirmar que Erika Martínez choca, entre otras muchas cosas, con las expectativas más comunes dentro del concepto generalizado de lo que es un libro de poemas, porque de una manera bien reconocible al cabo ya de tres poemarios —eso que se llama voz poética— ha apostado por un discurso que se sitúa incluso en el extrarradio de las afueras de la poesía.

Por otra parte, también resultarán familiares para quienes han frecuentado sus libros anteriores las inquietudes que aparecen en Chocar con algo y la perspectiva desde la que son abordadas. No obstante, en este último poemario no hay repetición excesiva de fórmulas poéticas anteriores más o menos exitosas. No parece que Erika Martínez se haya abandonado o haya caído en la rutina, puesto que aquí, como novedad, se intensifica o se extrema la idea del cuestionamiento del yo y de su despojamiento. No por casualidad, creo, el libro acaba con esta frase-verso —o viceversa—: «Adónde iré si le susurro a quien soy que se vaya». En esta línea quizá lo más interesante del poemario tenga que ver, como se ha apuntado anteriormente, con el cuestionamiento de la feminidad y/o de lo femenino, que lo abarca todo. De hecho, la estructura de Chocar con algo apunta, grosso modo, a tres aspectos de la figura femenina.

En la primera sección, titulada «Mujer agita los brazos», hallamos una revisión del papel de la mujer y de la propia autora en su condición de escritora. En este sentido, llama la atención especialmente el empeño por desetiquetar, por llamar a las cosas por su nombre y no por el que el patriarcado ha elegido tradicionalmente de forma paternalista. Un ejemplo singular de esto que apuntamos lo constituirían, por ejemplo, poemas como «La institución», «Pruebas circulares» o «El guardapelo de las poetisas» —en este último se escucha al fondo a Gloria Fuertes, que siempre insistió en ser poeta y no poetisa—.

La segunda parte del libro, «Desiertos», aborda la dimensión más social, histórica, familiar y política —entendida esta última como mujer en la polis—. A diferencia de libros anteriores de Erika Martínez, en especial El falso techo, el peso de estas preocupaciones se adelgaza en Chocar con algo y de ahí probablemente el hecho de que en el final de «Desiertos» la temática se vaya deslizando hacia el ámbito del amor para entroncar con la siguiente sección, «Nulípara», donde la figura femenina se contempla como amante y no-madre. Así van cayendo los poemas hasta que alcanzado el titulado «Estación» —o quizás incluso el anterior «El último demagogo»— se vuelve a la reflexión metapoética, cerrando el círculo abierto en la primera parte y dejando el resto del poemario como una suerte de epílogo.

«Diez intemperies bajo techo», que así se titula la cuarta sección de Chocar con algo, lleva de la mano al lector por una geografía urbana de espacios cerrados que lejos de proteger lo dejan, según la propuesta de Erika Martínez, desnudo, despojado, sin sujeción frente a un porvenir sin certezas. Todo está por construir, a la intemperie, empezando por la propia subjetividad.

Poesía, en definitiva, la de Chocar con algo que no plantea soluciones cerradas, sino preguntas aún sin resolver porque «…la verdad existe, / pero tiene algo de ectoplasma» —«Mirar a través»—.

 

Texto publicado en el nº 14 de Paraíso. Revista de Poesía

 

 Chocar con algo (Pre-textos, 2017) | Erika Martínez | 88 páginas | 16 euros

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