0

No debería tener nada de extraño

61ROV16SkNLFRAN G. MATUTE | De William Kotzwinkle ya había leído aquella locura ‘post-hippie’ llamada El hombre ventilador (1974), que para colmo me había gustado mucho a pesar de lo trasnochado de su tono y temática. Viendo cómo se las gastaba en esa novela el amigo Kotzwinkle, El nadador en el mar secreto (1975) parece escrita por una persona distinta. Solo un año separa una obra de la otra, pero en un año pueden ocurrir muchas cosas como, por ejemplo, que se te muera un hijo, experiencia que es la que da pie a El nadador en el mar secreto. Sí, este es otro libro «de esos», pero juraría que es uno diferente, uno válido desde el punto de vista literario, que es lo único que nos deberíamos atrever a enjuiciar aquí. El por qué se publica ahora esta ‘nouvelle’ absolutamente olvidada en el tiempo lo explica perfectamente el periodista Alberto Gordo en este artículo, y a él me remito para no ahondar en lo ya dicho.

Creo que hay un distanciamiento muy sano en la forma que tiene Kotzwinkle de acometer su trágico relato, que va desde que la mujer rompe aguas hasta el inevitable (y no creo que haga ‘spoiler’ con esto) entierro del bebé nacido muerto. Mientras que las acciones que rodean al parto se exponen de forma fría y analítica, las descripciones del entorno (esa zona montañosa nevada) y de los propios sentimientos del narrador se encuentran impregnadas de cierta poética, siempre contenida, nada cursi, lo que ayuda a novelar el trauma. Es imposible no tragar saliva a medida que uno avanza en la lectura de El nadador en el mar secreto, pero lo hará por la belleza y el dolor atemperado de las imágenes nunca por su tremendismo. Ni siquiera en los momentos más morbosos (como en esa escena estremecedora en la que la pareja decide mirar a su bebé tras la autopsia), pues el tono con el que se narra esta historia es siempre el adecuado. Hay dolor, mucho dolor, también contenido, pero es la muerte a lo que se enfrentan: “no tiene nada de extraño”, se autoconvence la pareja en un momento de la novela.

Aunque haya referentes más evidentes, como el Mortal y rosa (1975) de Umbral, no he podido evitar, a medida que leía El nadador en el mar secreto, acordarme de otra ‘nouvelle’ de tintes autobiográficos que también lidia con la muerte, en este caso no de un hijo sino del hermano pequeño del autor: me refiero a El niño perdido (1937) de Thomas Wolfe. Ya dejé caer por aquí que ese título de Wolfe me había terminado pareciendo demasiado nostálgico y engolado, y que era precisamente ese exceso de (llamémosle así) “lirismo” lo que me había impedido conectar con él. Destaco esto por contraposición, pues todo en El nadador en el mar secreto parece estar despachado en su justa medida. Y esto, a mi juicio, es crucial en este tipo de libros.

Pienso que estas obras que nacen del trauma, de un trauma que no solo no se oculta sino que se airea, lo hacen viciadas desde el origen, ya que si no son capaces de trascender el mero ejercicio catártico el lector se encontrará ante ellas entre la espada y la pared. ¿Quién en su sano juicio se atrevería a decir, por ejemplo, que La hora violeta de Sergio del Molino o Lo que no tiene nombre de Piedad Bonnett son malos libros? ¡Sería de lo más cruel! Por eso aplaudo este texto de Kotzwinkle, porque permite al lector navegar junto a su hijo, sin cargo de conciencia crítica, por ese mar secreto tan maravilloso que le ha fabricado. Al fin y al cabo, estaréis conmigo, escribir sobre la muerte de un ser querido no debería tener nada de extraño. Ni tampoco criticarlo, llegado el caso.

El nadador en el mar secreto (Navona, 2014), de William Kotzwinkle | 96 páginas | 11,50 € | Traducción de Enrique de Hériz

admin

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *