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No es oro

RAFAEL CASTAÑO | Según la ley de conservación de la energía, a grandes rasgos, cualquier cambio en un sistema generará instantáneamente una contrapartida que equilibre de nuevo, en un nivel profundo, el estado en el que este se encontraba. Para un observador externo al Universo, si el planeta Tierra estallara, esparciendo nuestros restos por el espacio, algo cambiaría en algún lugar para que todo volviera a la normalidad. Nosotros no existiríamos, pero el observador seguiría gozando del orden que observaba.

Esa misma sensación es la que ofrecen libros como El triunfo del dinero, que ahora reedita Debate diez años después de su primera edición. Niall Ferguson recorre aquí la historia de las finanzas (que comienzan, en sus estados más primitivos, milenios antes del nacimiento de Adam Smith) con el optimismo de quien está convencido, como hizo en su día y a su modo Francis Fukuyama, de que vivimos en el mejor de los sistemas (que no en el mejor de los mundos). Si al ver la luz en 2008 Ferguson culminaba su repaso planteando una sólida hipótesis sobre las causas de la crisis global, hoy incluye dos capítulos en los que, por un lado, sigue el desarrollo de aquella crisis y, por otro, vuelve a tratar de adivinar qué es lo que vendrá, con leves menciones a las criptomonedas (de las que no parece un firme detractor, aunque centre sus elogios en las posibles aplicaciones de la tecnología blockchain) o una posible crisis en China, tesis ante la que es inevitable alzar la ceja: en los últimos diez o quince años Occidente (si es que este término no está obsoleto) lleva anunciando el inminente ocaso del gigante asiático. Se ha vuelto este augurio tan manido como la expresión “gigante asiático”.

Ferguson nos recuerda a ese observador externo al Universo, impávido ante la muerte de nuestra vida, porque alza el vuelo hasta ver, como una limpia línea, la turbulenta evolución de la economía mundial. Es cierto, sin duda, que las instituciones financieras son hoy mucho más complejas y aparentemente seguras que ayer. Las letras de cambio, la banca o los seguros son inventos tan importantes como la rueda, la imprenta o la máquina de vapor para el desarrollo económico del que hoy gozamos. Pero es también cierto que existen los riesgos, algunos inherentes a la creciente interrelación entre instrumentos y productos de muy distinta solidez, y que, mucho más importante que eso, muchos sufren por ello. Ferguson dedica muchas páginas a burbujas, a chiringuitos financieros, a especuladores o a algoritmos fallidos, y con ello parece cubrir su cuota de crítica para legitimar su mensaje, pero parece olvidar que el progreso se sostiene en los hombros de millones de personas, y que para el que pasa hambre o no puede pagarse un psicólogo no es posible hablar de años o décadas, sino de días y semanas. Se echa en falta esta perspectiva.

Por ello, es incomprensible cómo el historiador escocés, que demuestra contar con amplios conocimientos y con la capacidad, tan escasa, de divulgar con rigor y amenidad, opte por ignorar dos de los asuntos más importantes de nuestros días y de los días y años por venir: la desigualdad y el cambio climático. Son breves las menciones que hace a estos dos temas, y es por ello por lo que este libro, pese a funcionar como un excelente repaso a la historia de las finanzas y de los obstáculos con los que estas se han ido tropezando, y como una interesante exploración del futuro (acertó en 2008), parece cojear del lado que más importa.

Piensa hoy uno en Piketty, en Mazzucato, en Milanovic, en Raworth (no en Stiglitz o Krugman, a los que vapulea con gusto); es decir, en todos aquellos que, mayoritariamente desde el capitalismo, no se duermen en el entusiasmo de lo conseguido para enfrentarse a lo que queda por conseguir, que es mucho. En ningún caso Ferguson plantea enmiendas a nuestro sistema económico, y no es este de hecho el objetivo de su libro, pero entra aquí en juego una cuestión interesante: cuánta pertinencia tiene un libro que obvia hablar de lo que hoy más nos compete. Tal vez Ferguson sugiera que, del mismo modo que ayer la innovación financiera permitió protegernos de los riesgos de los viajes o los incendios, controlar algunas burbujas, crear empresas o emprender grandes obras de ingeniería, en el futuro nuevos inventos nos permitirán lidiar con los problemas que competen a nuestra generación.

Dicho todo esto, tal vez lo más interesante de esta nueva edición de El triunfo del dinero es precisamente lo que no estaba en 2008: el extenso comentario sobre el camino que hemos recorrido y la dolorosa comparación implícita entre la política monetaria y fiscal de Estados Unidos y la de una Europa de dos velocidades que durante años lastró el crecimiento de los países del sur con decisiones absolutamente incomprensibles o, al menos, miopes. Nuevos riesgos nos acechan (los mecanismos de expansión cuantitativa de los bancos centrales son, si no se vigilan de cerca, caldos de cultivo para una inflación desbocada), pero son otros muchos los que, tal vez con otro tipo de miopía, Ferguson ignora, dando tal vez por hecho que los superaremos, como siempre hicimos. Baña estas páginas una indefinida fe en el progreso. Caiga quien caiga.

El triunfo del dinero (Debate, 2021) |Niall Ferguson | Traducción de Francisco José Ramos Mena | 544 páginas | 24,90 €

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