“Porque para el soldado de fila, la batalla es siempre un caos y parece una inmensa confusión. Tienes solo la visión del ojo de un gusano; no hay manera de saber qué está sucediendo. En un momento dado, avanzas bajo el fuego; al momento siguiente te arrojas al suelo; después, estás en retirada. Recibes órdenes definitivas, que son revocadas inmediatamente; pocas veces ves al enemigo, y el fuego del cual eres blanco asume una sorprendente objetividad, como si fuera independiente de cualquier agente humano.”
Alvah Bessie.
Jabo H. Pizarroso| Primera nota de recuerdo para esta reseña.
No sé si fue por mayo o por febrero, allá siempre face la calor, pero lo que sí que recuerdo es el año: 1998. Estaba yo repantigado dentro -y no en- una africana en el hall de entrada de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, (EICTV), Cuba, cuando oí un murmullo de gentes a mi izquierda. Un grupo numeroso de personas entraba en la escuela de Cine de Cuba. Se trataba, se trata también hoy, de un lugar muy visitado por múltiples personalidades cercanas al mundo del cine, profesionales, visitantes de todo tipo, procedentes de cualquier lugar y condición, que, o bien, venían para dar una charla, un taller a la escuela, o bien se acercaban hasta esa remota finca de San Tranquilino, situada entre el pueblo textil de Ariguanabo y Guira de Melena, para conocer la escuela y para descubrir qué es lo que hacían allí, estudiantes de cinco continentes que trataban de aprender los rudimentos del lenguaje cinematográfico creado entre otros por George Meliés y John Cassavettes. Tarkovski, Néstor Almendros, Tomás Gutiérrez Alea y Jorge Sajinés.
Yo me encontraba sumergido en uno de los momentos más ataráxicos de aquellos tiempos. Me cubría del sol con un sombrero precioso que me había regalado Germán Monje, “Monky”, uno de los mejores cineastas que tenemos hoy en América Latina y que por aquel entonces bregaba con moviolas, cortes de películas de treinta y cinco milímetros y todo tipo de ideas en torno al nuevo cine latinoamericano. Fumaba un Montecristo número tres, que me había conseguido un familiar de uno de los trabajadores de la escuela, sacado, puro a puro, hasta completar una caja, de entre los obsequios que la empresa tabacalera Partagás, entrega a los torcedores de tabaco que con la manos fabrican ese objeto milenario que fumado consigue epifánicos momentos. Se decía que el humo del tabaco ahuyentaba unos insectos llamados guasasas que se cardumeaban en los ojos, cuando uno lo fumaba. Y en esas estaba, fuma que te fuma de la breva suave aquella, cuando escuché aquel murmullo que entraba a la escuela.
Me giré y ví a unas doce personas y entre ellas, alto como nadie, palmera real entre sus compañeros, caminaba erguido Al Lewis, el actor que en nuestra memoria siempre será el abuelo de la familia Adams. Al Lewis acompañaba a una delegación de ALBA, la organización que hoy sigue manteniendo la memoria de todos los brigadistas norteamericanos que se embarcaron en barcos como el Normandie, Nueva York, Southhampton, Havre, para apoyar dentro del contingente de Brigadistas Internacionales la causa de la libertad que defendía la República Española contra el asesino de Franco y sus secuaces entre los años 1936 y 1938.
Segunda nota de recuerdo para esta reseña.
Muchos años después, no frente a un pelotón de fusilamiento, pero sí frente a una olla de lentejas, una nochebuena del año 1999, hube de recordar el día en el que mi amigo Cristian Bércebal Weber me llevó a conocer a Oscar González Ancheta. Vivíamos en una casa cerca del Cine Chaplin, en La Habana, y Cristian me habló de un viejito de ochenta y tantos años con el que se había encontrado en medio de aquel oscuro zaguán del Vedado. Aquel hombre, del que en aquel momento desconocíamos gracia, o sea nombre, le preguntó a Cristian, ¿Sois españoles?, Os oigo hablar por las noches y tenéis acento español. Cristian le confirmó sus sospechas, a lo que aquel viejito le propuso: cuando quieras o cuando queráis, llamad a mi puerta que os invito a un café. Me gustaría hablar con vosotros. Somos vecinos. El caso es que pasados varios meses tras aquel primer encuentro, Cristian me contó de aquella conversación y ni cortos ni perezosos, ambos, salimos de casa y puerta con puerta, no tuvimos que andar mucho, nudilleamos la madera que cerraba la casa de aquel hombre.
Nos invitó a pasar. Nos preparó un café. Y en medio de una conversación sobre nuestros orígenes, el suyo, charla insustancial donde las haya, nos comentó: Yo me acuerdo mucho de un lugar, un pueblo de España. Gandesa. Y de otro: Borjas Blancas. Ni Cristian ni yo conocíamos aquellos pueblos. No, no concocemos esos lugares. Fue nuestra raquítica respuesta. Apuramos los buchitos de café y volvimos a nuestra casa. Semanas más tarde nos invitaron como jurado a Cristian a mí a Camagüey, a un festival de Cine. En una librería de aquella ciudad me compré un libro de Artur London, Se levantaron antes del alba. De vuelta a la escuela lo leí. Artur London fue un brigadista internacional que vino a España a luchar contra el fascismo en el año 36. En aquel libro hablaba de la Batalla del Ebro y citaba muchos pueblos. Entre ellos: Gandesa y Borjas Blancas. Con aquella revelación volví a Cristian.
Una cosa, mi hermano, le dije, el viejito que vive al lado nuestro luchó en la guerra civil española. Todavía puedo ver la cara de emoción, sorpresa y desconcierto de Cristian cuando me respondió: ¡No!, Sí, le contesté rotundo. ¿Cómo lo sabes?, me preguntó Weber. Porque la vez que tomamos café con él, nos habló de Gandesa y de Borjas Blancas, dos de los pueblos en los que se desarrolló la Batalla del Ebro. Estuvo allí, te lo aseguro.
Con esa deducción no del todo cierta, pero impulsora, volvimos a nudillear la casa del viejito. Nos abrió sonriendo. Parecía que llevara esperándonos muchos días. Sabía, solamente había que ver su rostro, que volveríamos a hablar con él. Nos puso café, y esta vez, como no, nos invitó a tomar ron. Señal de que había que celebrar lo que con tanta ingenuidad habíamos descubierto. Fue Cristian el que lanzó la pregunta: ¿Tú luchaste en la guerra civil española?, y Óscar González Ancheta, como si llevara años esperando a que alguien le hiciera aquella pregunta emocionada y emocionante contestó: Sí. Por eso os hablé de Gandesa y de Borjas Blancas. Estuve en la Batalla del Ebro…, y siguió contando. Aquella tarde nos sacó de su cuarto un diploma firmado por Negrín, medallas al valor otorgadas por el ejército de la república, objetos que avalaban su participación en la guerra. Pasaron las horas y de alguna forma Cristian y yo acabamos tableteando contra los fachas las ráfagas de una ametralladora Máxim en una de las colinas que se encuentran cerca de Mora de Ebro.
Tercera nota de recuerdo para esta reseña.
Barrio de El Pilar. Vitoria-Gasteiz. Yo soy uno de los maketos que asiste a una clase de séptimo de EGB en el colegio público Luis Elejalde, Calle Nicaragua 6. Gerardo, el profesor, acaba de dividir la clase en grupos de cuatro personas. Nuestro grupo lo componen Carlos Jiménez, Oskar Hernando, Jose Ignacio Ibáñez, y yo mismo. Gerardo, el profesor, nos entrega a cada grupo un boletín encuadernado que forma parte de una colección de Historia que se compra junto al periódico Diario16. A nosotros nos toca el cuadernillo titulado “Las Brigadas Internacionales”. Tenemos que leerlo y una vez leído realizar una exposición para toda la clase. Es la primera vez que me entero de que unos cuarenta mil hombres, de casi cincuenta nacionalidades, viajaron en el año 1936 a España para defender la libertad y la República Española.
Cuarta nota sin recuerdo. Nota-reseña.
Si has llegado hasta aquí, bienvenido a la reseña. Acabas de viajar desde Nueva York, hasta Southhampton, y has desembarcado en el Havre, y como Alvah Bessie, viajas a París, y luego, tras unos días en distintas pensiones y hoteles amigos, te llevan hasta la frontera francesa con España y entras en tren en un país en guerra. Primero en el castel de San Ferran, donde recibes una instrucción básica, y luego en Albacete y Tarazona, donde te enseñan los rudimentos para poder manejar una ametralladora Maxim o un maúser, para cnseguir que seas capaz de ahuecar el cerrojo que prepara el disparo contra la trinchera que tienes en frente.
Alvah Bessie es un escritor americano, guionista de cine, que en el año 36, se enroló en los contingentes de la Brigada Lincoln que viajaron a España para defenderla República del golpe de estado de Franco. Tras su paso por España, tardó treinta años en darle forma a este libro. Publicado hace tiempo, hoy por hoy es una aventura conseguir uno de los primeros ejemplares de la traducción primera de este libro de memorias, pero se acaba de reeditar, en septiembre de 2018, por Ediciones B. Hombres en guerra es un libro inmenso, humano, terrible. Es un libro que recoge como en un ovillo deshecho las vivencias de su autor como brigadista en la guerra civil española. En la campaña de promoción podemos ver una cita de Hemingway alabando esta obra. Con el tiempo, este libro se ha convertido en uno de los testimonios más impresionantes escritos por uno de los muchos actores que tuvo la guerra civil española, que no acabó en derrota, sino en doma, y en esas estamos. Por eso hoy por hoy es fundamental recuperar la lectura de textos como este. Para entender un poco más este país que no acaba de asumir todas las piezas del puzzle que lo componen.
Alvah nos traslada al desencanto, al voluntarismo pleno de aquellos combatientes que se dejaron la piel como vanguardias de choque en las trincheras cercanas a Gandesa, en plena última ofensiva del ejército republicano para tratar de ganar una guerra que estaba perdida. Y lo hace con una destreza de guionista que nos relata una historia muy cinematográfica. Es como si estuviéramos leyendo Platoon, el guión de la película de Oliver Stone, o Apocalipse Now, el guión de la de Coppola. Luchadores con uniformes variopintos, desgajados y raídos, que pelean por cada cigarrillo como por cada bala, que no reciben cartas, que no saben muy bien cuáles son las órdenes y si hay o no hay órdenes, que mediante su entereza y su locura, su aplomo y su arrojo, tratan de evitar que el fascismo que a punto está de ganar la guerra en la España del 38 se extienda por todo el mundo, como ocurrió en los años que precedieron a este primer combate de la Segunda Guerra Mundial llamado Guerra Civil Española.
Hombres en Guerra| Alvah Bessie| Ediciones B (Grupo Random House), 2018| 336 páginas| 17,90€| Traducción de Omar Costa, 1969.
Un testimonio necesario. Y una reseña espléndida, Jabo. Muchas gracias por compartir esos recuerdos tan bien perfilados y el encuentro prodigioso con el viejito heroico y anónimo.
Magnífico relato de una parte de la desgraciada guerra civil española (el ritmo parece el de un guion cinematográfico) que sumió en el desastre a todo el pais y que con seguridad produjo abundantes casos como el del cubanito que vino a España exclusivamente a defender unos ideales que creía iban a ser pisoteados. La cantidad de historias que podrían contarnos aquellos valientes voluntarios de las Brigadas Internacionales compañeros del protagonista y que considero no han sido reconocidos ni recompensados o cuando menos suficientemente. Este tema de la Guerra Civil (para mi apasionante y que me hace preguntarme todavía hoy como es posible llegar a una aberración semejante) la tengo muy presente pese a los años transcurridos, por las historias que mi padre nos contaba de sus 3 años de penalidade sufridas en distintos frentes y con un objetivo único de encontrarse con su familia (mi madre, hermano de 2 años y el que suscribe de solo unos meses) a la que nos envió al pueblo de mi abuela en la provincia de Zaragoza desde el frente de Andalucía donde él había sido movilizado. Calamidades de todo tipo, hambre y prision hasta el fin de la guerra que por fin pudo reunirse con nosotros.
Mi sincera felicitación por la bonita narración y principalmente el modo de contarla.