JUAN CARLOS SIERRA| Si no me traiciona la memoria, fue Miguel de Unamuno quien, en medio de una de tantas polémicas alrededor de las esencias de la novela, dijo aquello de que una novela es todo aquel libro en cuya portada aparezca la palabra ‘novela’, dejando zanjado el asunto hace más de un siglo. O eso creíamos, porque aún seguimos a vueltas con el mismo tema y con otros extra que se han ido añadiendo por el camino de los años: que si la novela ha muerto o se encuentra en vías de extinción –dicen los apocalípticos-, que si más bien todo lo contrario -afirman los integrados-, que si está perdiendo su esencia porque se diluye en otros géneros –fenómeno que parece hacer honor al signo de los tiempos que corren-, que si hay que reivindicar el modelo decimonónico –modelo más o menos canónico-, que si es absurdo dedicarse a la novela y es preferible optar por el ensayo dentro de una lógica literaria utilitarista y pragmática –otro de los signos de estos tiempos- porque en él se concentran los saberes necesarios, que si la novela se verá arrastrada o arrasada por la novela gráfica,… En fin, que ahí andamos otra vez dándole vueltas a qué es o no una novela, como hizo Unamuno, e incluso hemos avanzado un paso más allá llegando a cuestionarla tanto como para casi enterrarla en el cementerio de la cosa literaria.
Sin embargo, es un hecho incuestionable que la novela es el género más exitoso comercialmente hablando y que, a pesar de los augurios nefastos de los habituales aguafiestas y de algunos eruditos –si es que ambos términos no funcionan aquí como sinónimos-, la gente sigue empeñada en leer y escribir novelas. En esa tarea siamés ha estado siempre Jabo H. Pizarroso y fruto de ella aparece ahora tras muchos años de trabajo Errekaleor. Y quizá precisamente por esa costumbre placentera del lector de novelas le ha salido en esta época de incertidumbres narrativas una novela de novelas. Me explico.
Para empezar, debemos hacer hincapié o dirigir la mirada hacia la ‘novela de la memoria’, porque Errekaleor es, por encima de todo, la narración de los recuerdos de un personaje, Tomás, hijo y nieto de emigrantes extremeños en la Vitoria de la Transición y más allá. En este sentido, el barrio donde se desarrolla gran parte de esa memoria, y que da título a la novela, funciona como un nuevo Macondo ‘euskadizado’ –perdón por el palabro- y no solo por el mero recurso memorialístico, sino porque, como sucedía en las novelas de García Márquez donde este desarrolla su territorio mítico, en la narración de Jabo H. Pizarroso también hay una suerte de realismo mágico, de mezcolanza de realidad y ensoñación que se encuentra en el tuétano de la condición memorialista del relato.
Es este quizá uno de los puntos más sobresalientes de la novela, el más conscientemente trabajado por el autor. Los recuerdos propios o ajenos, vividos o escuchados, adquieren en Errekaleor una condición medio fantasmagórica en muchas ocasiones, como es el caso, por ejemplo, de la muerte de Romualdo Barroso en los sucesos del 3 de marzo de 1976, acontecimientos que lindan con la verosimilitud de una realidad más o menos creíble y verosímil: parece mentira que sucedieran cosas así, tan desmesuradas, tan fuera de la realidad en la Vitoria de 1976, porque eso solo ocurre en la fantasía más o menos desbocada -o disparatada, más bien- de un narrador. En esa línea fronteriza y frágil se sitúa la narración de Jabo H. Pizarroso.
Para producir en el lector esas sensaciones de irrealidad e incidir en la naturaleza memorialística, en Errekaleor se ha suspendido el tiempo o, más bien, la lógica cronológica, de manera que los hechos aparecen y desaparecen sin una necesaria continuidad. A esto se puede añadir uno de los aciertos más sobresalientes en la construcción de la novela: el tratamiento especial de las intervenciones de los personajes que recuerdan el pasado. La voluntaria omisión de signos lingüísticos convencionales en las intervenciones de los personajes, la sucinta y casi imperceptible introducción de verbos de habla –decir, afirmar, explicar,…-, el orden ligeramente desordenado de estas intervenciones y la estructura narrativa en sí confieren al relato una coherencia respecto a su condición de construcción desde la memoria difícil de conseguir en manos de un autor menos dotado. Y todo esto envuelto o desarrollado además por una voluntad de estilo muy destacada, una manera de narrar muy cuidada, atenta al detalle sintáctico y léxico, al cuidado de la verdad del lenguaje de los personajes, ya sean de origen extremeño o vascos euskaldunes –o ambas cosas a la vez-, e incluso aportando un lirismo nada complaciente sino creativo, novedoso, tanto en su imaginería como en la propuesta de neologismos sorprendentes y necesarios en la narración.
Como ya puso de manifiesto José Manuel Caballero Bonald de forma más o menos intuitiva en los tres volúmenes que forman su libro La novela de la memoria, el relato que surge de los recuerdos es pura ficción. Así que no hay que fiarse demasiado de la supuesta veracidad de las autobiografías, ya que de todo lo experimentado y vivido se espiga, apartando todo aquello que no sirva para establecer nuestro relato, nuestra verdad. Esa intuición ha sido confirmada por la ciencia en los recientes estudios sobre el cerebro. Yuval Noah Harari cita en su libro Homo Deus las investigaciones de Roger Walcott Sperry y Michael S. Gazzaniga como prueba de que “el hemisferio izquierdo del cerebro es la sede no solo de nuestras capacidades verbales, sino también un intérprete interno que intenta constantemente dar sentido a nuestra vida, utilizando pista parciales con el fin de idear narraciones plausibles”. Es decir, que el cerebro actúa con su particular “yo narrador” para establecer un relato que se pueda encontrar bastante alejado de lo realmente vivido por el “yo experimentador”.
Todo esto viene a propósito de otra de las novelas que se encuentra dentro de Errekaleor, la ‘novela de tesis’. Pues sí, Errekaleor propone acerca de lo que se ha llamado el conflicto vasco un relato en pugna entre el yo narrador y el yo experimentador, con esa mezcla de ficción y positivismo de la que hablábamos antes. Errekaleor tiene su opinión sobre todo eso, defiende una tesis, con la que se puede estar de acuerdo o no. Pero en Errekaleor hay sobre todo honestidad, porque las vendas han caído de los ojos, porque su autor es consciente de todo lo apuntado en el párrafo anterior, de la ficción de la memoria, ya la defienda Caballero Bonald literariamente o Yuval Noah Harari desde las últimas investigaciones neurocerebrales. A todo esto hay que añadir que Jabo H. Pizarroso también tiene muy presente en su novela otra de las variantes objetivas en torno al conflicto vasco, un componente contemporáneo esencial: la necesidad de ganar la batalla del relato a propósito de todo lo que finalizó con la declaración de alto el fuego definitivo por parte de ETA el 20 de octubre de 2011 (página 278).
En el momento de la novela donde hallamos toda esta reflexión encontramos también otra de esas teselas novelísticas de la que está compuesta Errekaleor. En la última sección del libro, la titulada “Nada”, Jabo H. Pizarroso nos aparta de la novela más convencional para hablarnos de ella en una suerte de ‘metanovela’ o de cruce de géneros, tan en boga ahora, dándole voz a alguien que está pero no está en la narración. A través de esta voz se realiza un interesante, aunque a veces excesivamente artificioso, ejercicio de revisión crítica de la novela, de diálogo con lo ya narrado, que los malpensados atribuirán a la necesidad del autor de responder a sus propias dudas como narrador, de ponerse a salvo de críticos maledicentes o a una estrategia planificada para aclarar algunos asuntos que a lo mejor no han quedado demasiado claros en la narración. Sea lo que sea, aunque lo estrictamente narrativo, el relato en sí, queda perfectamente cerrado, emotivamente resuelto en la página 263, el añadido titulado “Nada” del que hablamos no debería desgajarse del entramado narrativo como si fuera un apéndice prescindible, ya que en esta novela de novelas que es Errekaleor tiene un papel nada baladí.
Finalmente, en un plano más pegado a los personajes y a su construcción, Errekaleor también se puede apuntar a la ‘novela de formación’. A través de los relatos recordados, de las conversaciones, las visitas, los juegos, el barrio y sus personajes, la historia en mayúsculas,… los lectores de Errekaleor vamos viendo crecer al niño Tomás. Lo observamos primero como espectador que absorbe como una esponja la realidad que le ha tocado en suerte, pero según avanza en edad va adquiriendo más protagonismo, más voz propia, al tiempo que le llega el momento de tomar decisiones determinantes. Este viaje narrativo por el personaje de Tomás es de ida y vuelta, ya que así como observamos cómo avanza y evoluciona el personaje, al mismo tiempo la narración le sirve a este para conocerse, para indagar en sí mismo, para escarbar en su memoria y poder explicar su presente.
Errekaleor es esto que hemos intentado explicar aquí y muchas cosas más, como no puede ser de otra forma en una novela de novelas. Como la vida, algunas novelas son casi inabarcables por su riqueza. Y, como en la vida, hay quienes la enfrentan con honestidad, que suele ser sinónimo de valentía. Errekaleor pertenece a esta estirpe.
Errekaleor (Libros.com, 2019) | Jabo H. Pizarroso | 288 páginas | 18 euros
Es una novela basada en la realidad de la época en que llegaban a Vitoria gentes de provincias de la España sedienta de un buen vivir y con gran esfuerzo lo lograron.
Basada con original realidad la vida de un barrio típico de migrantes de la misma nación