El caballo amarillo
Diario de un terrorista ruso
Boris Savinkov
Impedimenta, 2009
ISBN: 9788493711085
184 págs.
18.20 €
Traducción de James y María Womack.
Como somos unas hormigas metidas en el puchero del bienestar occidental, a las que incluso agarran al puchero con la frivolidad y la estafa de la crisis, sometidas a las migajas algunas y gobernando otras la fuente de las problemáticas H1N1 y subprime que esparcen el miedo suficiente para no ver más allá del puchero, puede que no seamos capaces de ver determinadas cosas, en el caso hipotético de que esas cosas existan.
Me refiero a la similutud, en muchos aspectos entre varios acontecimientos de comienzos del Siglo XX, y lo que viene ocurriendo en estos albores del Siglo XXI, desde los aviones bomba del 11-S hasta la actualidad. Algún pensador afirma que si el XX empezó con la bomba al archiduque austrohúngaro y siguió con la Revolución Mexicana y la Rusa, este XXI ha salido del cascarón con las torres destruidas y filmadas y las dos revoluciones más temidas, el socialismo probolivariano y cheguevarista del XXI, de raiz teológico-liberadora cristiana y el fundamentalismo revolucionario de Al Qaeda, de raiz fundamentalista islámica. Cada siglo suponemos a veces que es un mundo aparte, aislado, pero en este caso, estos dos siglos se empiezan a parecer demasiado. Por eso mismo es curioso que se rescaten textos como El Caballo amarillo, Diario de un terrorista ruso, de Boris Savinkov, el burgués con una bomba en el bolsillo, en palabras de Lenin, nuestro amigo el terrorista en palabras de los moradores de Montparnase, fauvistas, surrealistas y demás fauna.
Savinkov junto a Asev se convirtió en el estereotipo perfecto para que Albert Camus le metiera cabeza y tiempo a varias de las glorias del pensamiento del Siglo XX, El Hombre rebelde, la parte que aborda el nihilismo místico de los rusos, la obra de teatro Los Justos, y sobre todo El extranjero. En El caballo amarillo George OBrien, el protagonista, el hombre que escribe el diario de un terrorista ruso, es un trasunto del propio Savinkov. A lo largo del libro tendrá otros dos nombres más, en virtud de las circunstancias y en función de sus necesidades clandestinas conforme la policía zarista vaya cercando sus pasos, hasta acabar anónimamente confundido, sin nombre, como una sombra que se hace fuerte y que traerá de cabeza a todo el siglo XX. Si Dios ha muerto, yo soy Dios. Hay una diferencia notable, dice Camus, entre los crímenes de lógica y los crímenes de pasión. El código penal los distingue por su premeditación y el siglo XX se convirtió en el receptáculo de los crímenes de lógica, apunta Albert. El germen de todo esto está en Boris Savinkov, en libros como éste que de alguna forma son el sustrato perfecto para entender los razonamientos políticos y las circunstancias que han llevado a muchos hombres a justificar el asesinato de otros en virtud de un ideal supremo y en base a un desprecio de sí mismos y de todos, un nihilismo despectivo y hoy deportivo.
Boris Savinkov, como bien apuntan los traductores en el pŕólogo de este libro, hace todo menos habiografiarse a sí mismo. Relata su autobiografía a manos de un narrador con nombre diferente, y lo hace sin dejar hueco a la autocomplacencia. Cuenta de manera objetiva sus ruinas al igual que sus deseos y de esa manera este libro se convierte en una placa de rayos x que permite diagnosticar el problema moral del asesinato justificativo en una época, no sé si aplicable a este momento. Entre Yelena y Erna, la fabricante de explosivos, modula su amor, su enganche con el mundo, algo que le pone un pie fuera de ese nihilismo egocentrista,. Con sus compañeros de «comando», Fiodor, Vania o Heinrich, realiza una puntillosa y escueta relación del proceso de confección de un atentado a lo largo de un diario frío, desprovisto de sentimentalidad y bello como un hueso limpio. Los recursos casi cinematográficos en los que apoya sus descripciones, y sus notas de ambiente recuerdan en mucho a las que poco después poblarían los cuentos de grandes narradores como Isaac Babel o del propio Hemingway.
El caballo amarillo, diario de un terrorista ruso, rescata por tanto el magma de pensamiento de algo que todavía hoy explica muchos nudos políticos en el mundoy otros tantos delirios. Es curioso verificar que todo el sustrato místico de los protagonistas de este libro esté anclado en el apocalipsis de San Juan y el mesianismo cristiano nuevotestamentario y en su proceso crucificador en aras de un hombre renacido y resucitado. La praxis teológica cristiana dio santos y dio muchos mártires, pero lo que nunca quedó claro es que diera tanto verdugo iluminado como demuestra este libro. Rusia siempre ha sido el campo de experimentación de este tipo de enredos político-sentimentales. Raskolnikov abrió el camino, despejó el miedo con el hachazo a la vieja, con la imprevisión de sus trescientas páginas posteriores, en las que está la ecuación que todavía no se ha acabado por resolver del todo. Un libro para los verdugos del mundo y para los que quieran acabar con los verdugos del mundo y para los que quieran entenderlos. En esa confusión estamos. La literatura sigue abriendo puertas al conocimiento de nuestra realidad. De eso se trata.
Es la primera vez que me entran ganas de leer las memorias de un terrorista.