JESÚS COTTA|He llegado a esa edad de mi vida en que la lectura que más disfruto no es ensayo ni novela, sino poesía de la buena. Y cuando me llegan libros buenos de buenos poetas buenos (y aquí sí vale la redundancia), me regocijo, y los reservo para la noche, después de la cena. Pocos placeres hay en la vida como ese, tan íntimo y nocturno.
Eso es exactamente lo que me ha pasado con Inclinación de mi estrella, de Enrique García-Máiquez, con una ilustración del poeta José Mateos y primorosamente editado por Los Papeles del Sitio, de Abel Feu, y con ejemplares numerados. El poemario está dedicado a su hermano Jaime, también poeta.
Cada poema es una joyita por el guiño literario con que sorprenden (como ocurre en “Provenzal”), por sus vuelta de tuerca (como “Dedos de una mano”), por el planteamiento novedoso que hace de los temas de siempre (como el «Beatus ille» con que abre el libro), por la transparencia y sencillez con que plantea sus esperanzas religiosas (como el magnífico “Manual de uso para la Resurrección”) o por el doble juego de conceptos con que da relieve al poema, como ocurre en este tanka:
Suena el reloj
en la plaza apacible
y las palomas
huyen despavoridas.
Saben lo que es el tiempo.
Además, el autor se revela aquí otra vez como un maestro de la métrica: igual que los buenos bailarines consiguen hacernos creer que a ellos no les afecta la ley de la gravedad, así también los buenos poetas miden sus versos sin que se les noten las matemáticas. Muchos poetas no se atreven a salir del endecasílabo blanco porque creen jugar en zona prestigiosa y neutral y tienen el prejuicio de que la rima y otros metros de la tradición española adolecen de un soniquete anticuado o recuerdan demasiado al estilo de autores clásicos que no tiene sentido que un poeta actual imite; y ese riesgo es real, pero solo para quien no sabe desenvolverse en la métrica; el que sabe es capaz, como Enrique, de hacer coplas de pie quebrado, como nuestro Jorge Manrique, sin que suene por eso a Jorge Manrique, sino a Enrique García-Máiquez; y sigue siendo él, y mucho, tanto en la copla la copla y el romance como en el alejandrino.
La tradición métrica del español es tan amplia y tan rica, que es un verdadero desperdicio quedarse solo en el endecasílabo. Y por fortuna cada vez hay más buenos poetas cultivando las formas métricas que una tradición áurea e ininterrumpida de poetas bien conocedores del idioma ha ido destilando como las más apropiadas para sacarle al español sus máximas posibilidades sonoras y ofrecer al poeta una amplia gama de posibilidades métricas y estróficas según el tema y el tono que se adopte. Los poetas excelentes se preocupan no solo de tocar con la punta de sus versos el misterio y la belleza para tocar así nuestro corazón y nuestra sensibilidad, sino también de conocer todos los menesteres del oficio y del material con que trabajan, el lenguaje y la prosodia, para ponerlo a la altura de lo que quieren expresar.
Esa doble ocupación está en Enrique García-Máiquez.
Algunos poemas son un prodigio de concisión y maestría: no se puede decir de modo más sencillo y gráfico una idea compleja, como en el poema de “Inspiración”, donde expresa en siete versos de arte menor una idea tan mayor como esta: antes de que la inspiración visite nuestra consciencia, ha estado trabajándonos en nuestro subconsciente con miles de pruebas y experiencias que, de un modo misterioso, acaban revelándose en el momento de la inspiración, que no depende de nosotros, pero que nos conoce bien y sabe sacar de nosotros lo que ni imaginábamos.
Como me han dicho que las críticas parecen poco sinceras si no se echa una cal y otra de arena, reconozco que hay poemas que veo más flojos y con finales menos redondos, como “De una vez”, o “Nocturno”, o el de “Hexámetros”, donde hay más virtuosismo métrico que mensaje poético. A veces también echo en falta en sus poemas algo de desgarramiento. Pero quizá este último reparo sea un fallo mío de apreciación, porque siempre he tenido preferencia por poetas hiperbólicos. Él no lo es y, sin embargo, me gusta. Doble mérito suyo.
Uno de los grandes atractivos de su poesía es arrancar de una simple imagen o una idea trivial un chispazo genial que la convierte en una reflexión profunda que con su apariencia de nimiedad produce un efecto gozoso de extrañamiento estético, intelectual o existencial.
Por eso he disfrutado tantísimo sus haikus, en los que es un maestro, como este sobre el “Otoño”:
Uno que cruza.
Se pensará también
que yo voy solo.
Inclinación de mi estrella (Editorial Los Papeles del Sitio, 2022) | Enrique García-Máiquez | 56 páginas | 24euros