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Otro DeLorean

Elhombredemazapan

¿Y si Marty McFly hubiera leído la sección de cultura del Hill Valley Telegraph del 5 de noviembre de 1955? Del mismo modo que cambió su vida para siempre, ¿no hubiera podido también cambiar la historia de la literatura? Esto parece plantear nuestro estadista Daniel Ruiz García en su reivindicación de «El hombre de mazapán» (1955) de J. P. Donleavy.

DANIEL RUIZ GARCIA | Marty McFly toma de una papelera un número del Hill Valley Telegraph para comprobar, con pavor, que ha ido a empotrarse contra el año 1955. Eso ocurre apenas dos minutos antes de que, en el bar, se tope con su aturullado padre y todo se conjure para borrarlo de la foto y de la propia existencia para siempre. Mientras un coche de campaña del alcalde Red Thomas recorre la plaza del pueblo pidiendo ruidosamente su reelección (“El progreso es su última meta”, se desgañita el altavoz), McFly lee por encima los titulares de la portada, topándose con la noticia principal de que el reloj del Ayuntamiento ha sido descalabrado por un rayo. El periódico es del sábado día 5 de noviembre, y al pequeño McFly le basta con comprobar la fecha para dar por zanjada su lectura.

No hay tiempo para más detalle, porque la acción debe seguir, y en el bar empezará a cambiar todo, con la amenaza de un futuro distinto para McFly, su familia y quién sabe si para la propia humanidad. Pero en la página 48 del Hill Valley Telegraph de ese día 5 de noviembre, hay una noticia que también representa un indicio de un fabuloso detonante. Una información totalmente prescindible para la trama de Regreso al futuro, mucho menos obvia y espectacular que el reloj del Ayuntamiento herido por un rayo. De hecho, la información ocupa apenas diez módulos de esa página, la tercera de la sección de Cultura del día.

En la información, se explica que la indeseable Olympia Press ha vuelto a hacerlo. «Olympia Press, la polémica editorial fundada hace dos años por Marice Girodias en París –explica la información- vuelve a generar una sonora polémica con la publicación de un nuevo título impublicable en nuestro país. En esta ocasión, han ido incluso más allá. No bastaba con el revuelo provocado por Nabokov con su indecente Lolita, sino que ahora se dejan caer con un título abiertamente pornográfico. Se trata de El hombre de mazapán, de un desconocido que se hace llamar J.P. Donleavy.

Donleavy, autor norteamericano nacido en Nueva York en el año 1926, ha escrito una obra que, por soez, vulgar, malsonante y abiertamente sicalíptica, supera con creces las obras más zafias de Henry Miller. En ella se cuenta la vida cotidiana en Dublín de un personaje llamado Sebastian Dangerfeld, norteamericano borracho, mujeriego, maltratador y pendenciero que representa todo un acopio de los peores atributos del ser humano, pero muy lejos del lirismo de otras representaciones del bruto que autores cinematográficos como John Ford (Victor McLaglen en El delator, 1936) o muy recientemente Fellini (el Campanó de La Strada) han sabido cuajar con maestría. En cierto modo, el repugnante Dagenferld recuerda al personaje central de El hombre del brazo de oro, de Nelson Algren, libro que, con todo, encuentra su salvación en su fuerte realismo y su dimensión social (y que por cierto será llevado al cine el año que viene por el cineasta Otto Preminger).

No sabemos –concluye la información- hasta dónde será capaz de llegar la editorial parisina, que parece querer convertir la polémica en su sello de identidad, propiciando la publicación y divulgación de autores en lengua inglesa que en condiciones normales no tendrían cabida en el catálogo de ninguna editorial estadounidense. En el año de la concesión del Nobel a Ernest Hemingway, resulta lamentable comprobar que aún hay autores norteamericanos que prefieren el camino del ruido antes que el del prestigio para labrarse una carrera.»

La noticia de la página 48 del Hill Valley Telegraph del día 5 de noviembre de 1955 concluye ahí. Pero como si todos viajáramos en un DeLorean y el DeLorean fueran estos párrafos, podríamos ir más allá, recorriendo la línea del tiempo para comprobar que aun las noticias encerradas en diez discretos módulos pueden ser un síntoma, como la fotografía familiar de los McFly, de un cambio, de una mutación. En este caso, de la propia historia de la literatura.

Porque no parece casual que la publicación de El hombre de mazapán se produzca, como Lolita, en la editorial Olympia Press y en París, un ardid para huir de la censura norteamericana que ya había sido exitosamente probado por el padre del editor de Olympia Press en la extinta Obelisk Press, donde Jack Kahane, padre de  Marice Girodias, había publicado a autores en los que se reconoce un río común: James Joyce, Anaïs Nin o Henry Miller eran sólo algunos de ellos. Siguiendo río abajo, tras J.P. Donleav vinieron otros autores del calibre de Burroughs, Bataille o Southern. La influencia de todos ellos es indiscutible en la llamada Beat Generation, que a partir de finales de los 50 recogió la herencia de la Lost Generation para recorrer el camino que conduciría hasta el hippismo, primero, y hasta el punk, más tarde.

Para entonces, ya había otros autores que indudablemente habían leído a Donleavy. Cuesta leer a John Fante sin imaginar que antes leyó a Donleavy. A Fante lo leyó con fruición Bukowski. A Bukowski lo leyeron muchos otros. Bukowski también leyó a Céline, y casi intuitivamente debió reconocer el mismo río común al que se asomaban desde puertos situados a más de cincuenta años de distancia.

La Historia de la literatura, como cualquier otra historia que pretenda describir diacrónicamente la evolución de una disciplina creativa, es un DeLorean que viene y va, realizando saltos en el tiempo y el espacio, y en esa carretera espaciotemporal que recorre la travesía de la literatura maldita, esa literatura que gusta de hurgar en el lado salvaje, aberrante y sucio de la realidad, Donleavy ocupa una curva muy destacada. Donleavy representa la evolución pulida del expresionismo de Céline y el flujo de conciencia intuitivo de Joyce, dando como resultado un realismo sucio de raíz colorista, inflamado, casi podría decirse fauvista, frente a la escuela lacónica norteamericana. No en vano, aunque nacido en el Nuevo Continente, J.P. Donleavy es más bien un autor irlandés, o habría que decir un falso autor irlandés, un estafador, como en cierto modo lo fue Nabokov, el falso ruso.

El día 21 de octubre de 2015, McFly vuelve a toparse con la portada de un periódico, en este caso el Usa Today, para leer, en primera plana, la noticia de la detención de Martin McFly Junior. En este número, la sección de Cultura no lleva ninguna noticia reveladora. No explica, por ejemplo, que desde su deslumbrante y polémico debú J.P. Donleavy ha ido cimentando su carrera con nuevos títulos indispensables para la literatura sucia, como Las bestiales bienaventuranzas de Balthazar B. (1968), Cuento de Hadas en Nueva York (1973) o Nuestra señora de los váteres inmaculados (1995). No cuenta que Donleavy pertenece a la estirpe de los autores refractarios a los flashes y la fama, y que desde hace años vive retirado en un castillo en Levintong Park, en Irlanda.

El Usa Today no incluye en sus páginas de Cultura ninguna información reveladora sobre J.P.Donleavy, pero sí, corregimos, sobre el statu quo de la literatura del siglo XXI. Porque la sección se abre a doble página con un generoso y laudatorio reportaje dedicado a un tal Jonathan Franzen, que acaba de publicar Pureza, y que el medio define como la Gran Novela Americana. Desde que el mismo McFly abrió el Hill Valley Telegraph en el año 1955, a lo largo de los últimos sesenta años, se ha repetido muchas veces la misma noticia, alguien que ha escrito la Gran Novela Americana. Claro que eso daría para otro texto metacinematográfico. En él aparecería un meteorólogo interpretado por Bill Murray.

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