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País padre

El regresoILYA U. TOPPER | “Mi padre me hizo la putada de morirse antes de que yo pudiera matarlo”, me dijo un gran periodista y mejor amigo un día que estábamos pasando revista a las relaciones familiares, utilizando el vocabulario – algo contundente, desde luego- de cierto psicoanalista austríaco que acuñó aquello de “matar al padre” como metáfora del paso a la edad adulta.

A Hisham Matar, su padre le hizo una putada mucho mayor: no morirse nunca. Desapareció. Se lo secuestraron cuando el chaval tenía 19 años. Eso fue en 1990. Y desde entonces, nadie sabe si Jaballa Matar está vivo o muerto.

Los hechos son conocidos: el exitoso empresario, ferviente patriota e incansable coordinador de células clandestinas, el diplomático libio exiliado Jaballa Matar, cuyo objetivo era derrocar al dictador Muammar Gaddafi, desapareció una noche en El Cairo, desde donde preparaba una rebelión armada (campos de entrenamiento en el Chad incluido). Los servicios secretos egipcios se lo entregaron a los libios en uno de esos dirty deal del que el mundo está lleno, incluidas naciones civilizadas.

Hisham Matar lanzó en 2009 una campaña pública para forzar al Gobierno libio de aclarar el paradero de su padre –o confirmar que murió en la tremenda masacre de la cárcel de Abu Salim en Trípoli en 1996, como es muy probable– pero cuando parecía, tras ímprobos esfuerzos, que el Gobierno iba a incluir ese punto en su ofensiva de buen rollo con los países europeos, apareció la Revolución. Esa que le dio la vuelta a Libia como un guante, o quizás en realidad solo fuera la continuidad de una dictadura militar con otros medios.

Un año escaso tras los primeros disparos en Sirte, Hisham Matar, el escritor que está en casa en Londres, El Cairo, Nueva York, París y hasta Nairobi, si le apuran, pero que no ha vuelto a pisar Libia en treinta y tres años –su familia se exilió cuando tenía nueve– toma un avión y se planta en Bengasi. Es marzo, florecen las colinas de esta costa que con un poco de esfuerzo consigue ser mediterránea. Y Hisham Matar, por fin, hace el duelo. O lo intenta.

El regreso es una novela de observación propia. Un cóctel de recuerdos de infancia, análisis de un reencuentro con un país que nunca dejó de ser suyo, crónica de una búsqueda devorada por los tentáculos de la política internacional. Digo novela, porque la editorial, Salamandra, lo ha encuadrado en la colección de narrativa. Pero no lo es. Fracasa a la hora de alcanzar el estado de gracia que debe buscar un escritor que decide interpretarse a sí mismo sobre el escenario de papel: dejar de ser autor y convertirse en actor.

No, quien sufre en estas páginas no es el personaje Hisham Matar. Es el autor Hisham Matar. Y el patriota libio que quiso derrocar al tirano y sufre secuestro y cárcel, no es Jaballa Matar: es meramente el padre del autor. Un autor que ha sido incapaz de aplicarle una sola pincelada negativa a ese personaje de padre. Todo en él es heróico, honrado, recto, artístico, culto, generoso, valiente, compasivo, firme. Así solo escribe un chaval al que a los 19 años le arrabataron el padre. Antes de que pudiera matarlo. Obligado ahora a santificarlo.

Si no es novela, podría ser ensayo. Podría arrojar luz sobre el mecanismo de las dictaduras, su hábito de utilizar la desaparición como herramienta política. Sí: los testimonios de los supervivientes iluminan plásticamente el submundo de una cárcel apartada del mundo de los vivos: Hisham Matar escribe bien, tiene garra, sabe transmitir, eso no hay quien lo niegue. Pero lo que no queda claro es qué gana el régimen ocultando datos, dejando incertidumbres. ¿Por qué hasta Seif al Islam Gaddafi, embarcado en una cruzada por limpiar el nombre de su país o, mejor dicho, por aplicarle una espesa capa de maquillaje comprado en Harrods, le regatea al hijo durante años una respuesta clara? ¿Solo por no confirmar algo de lo que ya ni siquiera duda el Foreign Office: que Egipto le entregó al disidente? ¿Por no violar una palabra dada entre dictadores? (Sí, en esos 20 años de desaparición, tampoco Egipto cambió de presidente: Hosni Mubarak llevaba 30 años en el poder cuando cayó en 2011).

Hablando del Foreign Office: es de aplaudir que Matar dibuja a sus integrantes –David Miliband, sin ir más lejos– sin piedad, al igual que a los cortesanos de Seif. Así son: es bueno saberlo. Pero echamos en falta una mirada igualmente crítica sobre el país que considera suyo: bien mirado, en este libro no salen libios. Salen familiares, primos, tíos, tías, primos segundos o terceros, una ramificación genealógica que parece extenderse a todo lo que abarca la mirada del autor.

La Libia de Hisham Matar se nos revela así como una nación más construida sobre el clan que sobre el territorio. Y ahí radica probablemente –es una pena que Matar no haya considerado necesario reflexionar sobre ello– la tragedia de una guerra civil que, si bien menos cruenta que la de Siria, se antoja mucho más irresoluble. Porque la ideología –intuimos– no depende de lo que elige uno, sino del clan en el que nace. Gaddafi echó a las mazmorras media familia de Jaballa Matar, que se había quedado en Libia, pero ellos formaban parte –confirma el hijo– de sus células clandestinas, preparadas para el golpe. Hisham Matar distingue con nitidez entre malos (Gaddafi y sus secuaces) y buenos (víctimas de la represión) pero ninguno de sus personajes plantea una ideología para diseñar una futura Libia liberada. De eso no se trata, parece.

Y nos hallamos, no hay manera de ignorarlo, «En un país de hombres» (ese, In the Country of Men, fue el título de la primera novela de Matar, traducida al español como Solo en el mundo (Salamandra, 2007). El regreso arranco con una escena en la que están la madre y la esposa del escritor, Diana Matar, fotógrafa. Son, a grandes rasgos, las mujeres que saldrán en la historia. Los recuerdos de infancia de la madre: el ama de casa perfecta. Cuando mucho más adelante sale una joven prima, tendrá un único cometido: es quien publica en Facebook las fotos de su hermano, el héroe de las batallas. Cierra el libro una anciana tía: haciendo pan. Hasta en las crónicas guerreras de Jon Lee Anderson, que realmente eran poco más que registros de tiroteos de trinchera, salía al menos una valiente abogada de Bengasi, Iman Bugaighis. El escritor, el embajador de una Libia culta, humanista, sabe dedicar dos páginas a las estaciones vitales de un arquitecto italiano que diseñó el paseo marítimo de Bengasi, pero no nos cuenta quién pasea hoy en él.

Quizás porque Hisham Matar no haya querido, en este libro, fijarse en Libia. Estaba demasiado ocupado en fijarse en sí mismo, escribir como quien hace terapia, justificándose a ratos ante el lector, como si nos importara. Tal vez tenga razón Alejandro Luque cuando dice que «no es bueno escribir desde ahí«. Por supuesto, se le respeta, se le acompaña, se aprende con él. Pero al final, el único deseo que nos queda al cerrar el libro es darle el pésame al autor.

El regreso (Salamandra, 2017), de Hisham Matar | 272 páginas | 17 euros | Traducción de Javier Guerrero

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