Los inmortales
Manuel Vilas
Alfaguara, 2011
ISBN: 978-84-204-1040-1
224 páginas
18,50 €
Alejandro Luque
Menuda ida de olla. Esto pensará más de uno al pasar la última página de Los inmortales, la última obra de Manuel Vilas, que marca una clara línea de continuidad con la anterior, Aire nuestro. Si ésta quería ser un zapeo alucinado, una sucesión de delirantes ‘sketches’ enmarcados en una imaginaria cadena de televisión, ahora lo que se propone es un viaje a través del tiempo, al modo de aquellos inmortales del cine encabezados (y luego descabezados) por Christopher Lambert.
Pero, así como la cadena Aire Nuestro confundía tiempo y geografía en una batidora demencial, de tal suerte que veíamos a Johnny Cash hacer turismo por España o a Dámaso Alonso paseando por el Purgatorio, ahora la minipimer de Vilas se aplica a fondo para mostrar a Picasso y Van Gogh disfrazados de Elvis en una orgía con señoras obesas, a Juan Pablo II en El Corte Inglés, al propio Vilas cenando con Juan Carlos I o al mismísimo Miguel de Cervantes de misión secreta en Tenerife.
Los inmortales se antoja a simple vista, en efecto, una monumental ida de olla, un torbellino lisérgico y desopilante. Y sin embargo, como en Hamlet, parece locura, pero tiene método. Lo que se propone Vilas es ni más ni menos que contar fielmente el mundo en que vivimos, por una vía distinta a la del realismo crudo al uso. Y ese mundo, queramos o no, está trufado de imágenes que se nos cuelan por todas partes –de ahí su obstinación en deslizar caprichosas fotografías en medio del texto–, de iconos populares, de marcas, de hamburgueserías y centros comerciales, de grandes figuras convertidas en objetos de consumo, de promesas de eterna juventud que contrastan con un profundo estupor ante la muerte. El mundo es así, no lo ha inventado él.
En el libro de Manuel Vilas hay, por otra parte, una fuerte voluntad desacralizadora, una concepción de la literatura como el laboratorio donde cuestionar a las divinidades, ya sean políticas, religiosas o culturales, obligándolas a poner los pies en la tierra y humanizándolas mediante un baño de realidad, o lo que es lo mismo, exhibiéndolas en los trances en que nunca los vemos: comiendo, comprando, fornicando, agonizando. De paso, también queda desacralizada la propia escritura, despojada de prejuicios e inhibiciones, liberada en suma.
A medio camino entre las salvajes narraciones del argentino Alberto Laiseca y las ácidas viñetas de Miguel Brieva, el discurso del aragonés puede seducir o espantar, pero no cabe duda de que responde a un planteamiento, como mínimo, meditado y valiente. Prefiere perderlo todo a quedarse mirando a la ruleta dar vueltas, y ahí está su apuesta. Se la juega. No obstante, quizá llevaría las de perder si se resignara a hacer desfilar a todas estas ‘celebrities’ en situaciones más o menos rocambolescas, en un remedo de Muchachada Nui, hasta despeñarlas por los barrancos del absurdo.
Todo lo contrario: como ocurre en la poética de Vilas –sin duda una de las más interesantes que ha dado España en la última década, plasmada en el volumen Amor–, el método recurrente es partir de la banalidad o lo anecdótico, de aquello que consideramos antipoético, para llegar a una emoción. Sólo ésta certifica la culminación del proyecto y da pleno sentido a la aparente humorada. Cuando logra tocar esa fibra –como el capítulo de la muerte del padre en Aire nuestro, o el diálogo del escritor con sus propios huesos en Los inmortales– tenemos la certeza de estar ante un escritor con mayúsculas. Sólo entonces colgamos lentamente el teléfono, dejando a medio marcar el número del manicomio.
A mí me gustan –relativamente- los poemas de Vilas y he visto –más o menos- interesantes y divertidas sus novelas (al menos, hasta comprobar que todas son idénticas), pero francamente se repite más que el ajo; debería ir cambiando su repertorio –creo que es un autor que tiene algo que decir, pero está todo el rato diciendo lo mismo- o se irá convirtiendo en el Chiquito de la Calzada de la literatura española. Un abrazo.
Joder, pues si se convirtiera en Chiquito de la Calzada para mí este muchacho ganaría muchos enteros.
No sé el libro, pero me gusta la reseña. Sólo por la frase final valdría la pena pillarse el libro.
Quizás solo merecía la pena el libro titulado «España», el mejor de los tres últimos. Estos dos recientes son una espantosa repetición de un cliché cansino y resobado por parte del autor.
Es cierto que tiene chispazos, pero hasta llegar a ellos hay que atravesar no sé cuántas tonterías sin sustancia.
«Magia» estaba bien, y creo que debería haber parado tras «España», estoy de acuerdo con lo expuesto arriba: se repite como el ajo. Me reía más con «Celebrities», pero cada uno hace lo que puede. Muy buena reseña.