CAROLINA EXTREMERA | Empecemos con la verdad por delante: no sé nada de Pasolini. Mi escaso conocimiento de su vida y de su obra como cineasta se debe a la crónica que viene al final de este libro, que me he leído con el fin de documentarme para escribir la reseña. Me suena de él que hacía películas controvertidas y no sé qué de la virgen María, que la canción de Morrissey You have killed me comienza con las palabras “Pasolini is me” y que era italiano. Ni siquiera tenía muy clara la época exacta en la que se estrenaban sus películas hasta que no leí que escribió los ensayos que componen La carretera de arena como un encargo de la revista Sucesso para publicarlos por entregas antes de la primera de ellas.
¿Comienza esta reseña con uno de esos textos en los que la autora habla de uno de sus defectos con cierta condescendencia, fingiendo que pide disculpas pero orgullosa en el fondo? Es posible, no lo descarto. Reconozco que me gusta pensar que este desconocimiento de la cinematografía de Pasolini se debe a mi edad. A estas alturas de la película, está bien cualquier cosa que te hace sentir relativamente joven.
De modo que, cuando abordé este libro, no lo hice llevada por ningún tipo de mitomanía ni por ningún deseo de llegar al fondo de la mente de un director de cine admirado, sino por mi amor incondicional por Italia a pesar de Ryanair, y no buscaba referencias a la vida de Pasolini ni datos sobre otros conocidos suyos, sino solamente un retrato del paisaje, de la costa, de un viaje por carretera. Créanme si les digo que encontré todo eso y quedé fascinada. Encontré pasajes como este: “Cae la noche: las bandas de música tocan en los bares frente a un ejército de sillas; la arquitectura modernista se ilumina con el fuego sagrado de las noches de estío que no han tenido ningún Proust y comienza el endemoniado paisaje bajo las palmas de paseo marítimo” y encontré las trazas de un recorrido junto al mar en el que no se dan demasiados detalles, solo pinceladas que son suficientes para respirar la belleza, la paz, el ambiente de las playas y el espíritu de la época.
Así, descubrimos los atardeceres, los amaneceres, las playas desiertas, las abarrotadas por turistas alemanes, las chicas impresionadas por los extranjeros, los chicos que quieren ser Teddy Boys americanos, los pescadores, los paseos marítimos, los guijarros, la arena, Catania, Nápoles, Sicilia, Trieste, el Circeo. En apenas ciento cuarenta páginas se despliega ante nuestros ojos una sensación de tranquilidad y belleza que cala muy hondo a personas como yo. “La Spezia está desierta. Es domingo. Los marineros encanecen. Todo el mundo está en la playa, en el golfo. Empieza uno de los domingos más bonitos de mi vida”.
A veces, Pasolini nombra actrices conocidas y directores como su amigo Fellini o recorre alguna ciudad de la mano de una estrella internacional. Sin embargo, al contrario de lo que sucede cuando se lee un libro de Patti Smith, a la que siempre se acaba envidiando su círculo de amistades, aquí nos da igual todo lo relacionado con los amigos famosos del autor. No tiene la más mínima relevancia que Visconti lo lleve a dar una vuelta por Isquia o que recorra Siracusa con Adriana Asti. Da igual. La evocación está ligada a otros nombres, viene como si la trajera el viento a lomos de patronímicos como Maratea, Anacapri, Posilipo, Ravello, Amalfi, Riccione. Yo leí estos breves ensayos como en una burbuja de languidez y olor a mar, ignorando lo que sucedía a mi alrededor. ¿Quién quiere a Pasolini cuando puede tener Italia?
“De ser capaz, me gustaría describirlo para aquellos lectores que nunca han salido de su pueblo, de su ciudad, salvo para hacer algún breve viaje por la provincia, y que sueñan con Capri e Isquia como yo he soñado con ellas, como un niño. Necesitaría un libro entero, porque no ha ocurrido nada: solo han ocurrido las cosas que pertenecen tan solo a la vida y que, al cabo de cinco minutos mueren. Roma. Un temporal azul como la muerte, agua desencadenada. En Ostia es noviembre. El mar es del color de un caldo frío”.
La larga carretera de arena |Pier Paolo Pasolini Traducción de David Paradela López| Ensayo| Editorial Gallo Nero | 150 páginas | 17€