Y tuve una especie de rabieta, lo admito; hice que los perros salieran corriendo y gimoteando a base de atravesarlos y hacerles soñar con un oso. ¡Por entonces podía hacer esas cosas! ¡Ahora hacer que un perro sueñe con un oso me resulta tan imposible como invitar a nuestro joven y silencioso amigo aquí presente a cenar!
CAROLINA EXTREMERA | En España, se empezó a hablar de George Saunders a partir de su libro de relatos Diez de diciembre, que publicó Alfabia en 2013. Enseguida, en 2014, reeditaron Pastoralia, otro volumen suyo escrito diez años antes con historias de altísima calidad que ya destacaba por su experimentación con el lenguaje. Sin embargo, con el salto a la novela y el premio Booker de 2017 ha pasado a formar parte del elenco de una gran editorial, en este caso Seix Barral. Saunders competía con grandes figuras como Zadie Smith (que no estaba en su mejor momento), Paul Auster (que sí que lo estaba) o Ali Smith (que siempre está en su mejor momento y por la que yo apostaba) y, sin embargo, se alzó con el galardón en un año nada fácil. Una vez que he leído Lincoln en el Bardo me he dado cuenta de que no podría haber sido de otro modo.
La novela transcurre en una sola noche que Lincoln, el presidente de los Estados Unidos, pasa en el cementerio de Oak Hill, donde han enterrado a su hijo. A esta escena asistimos mediante las voces de los espectros que todavía permanecen allí sin haber continuado hacia el lugar que les corresponde después de haber vivido, esto es, espíritus que siguen en El Bardo, el lugar en el que los muertos transitan antes de pasar al más allá según la cultura tibetana. De esta forma, lo que más sorprende al hojear el libro es que está escrito a base de lo que parecen citas pronunciadas por algún personaje o citas históricas de obras de la época. Algunas de estas citas históricas son reales, otras no, y es muy recomendable no entretenerse en tratar de distinguirlas, sino disfrutar del hecho de que van formando un cuadro perfectamente legible y de que a veces se contradigan las unas a las otras, como si se cuestionase desde un principio el concepto mismo de testimonio.
Los fragmentos pronunciados por los espectros son aún más interesantes. La variedad de voces es tan rica que en el formato audiolibro participan ciento sesenta y seis actores y cada personaje tiene una forma particular de expresarse a partir de su origen. Todos estos espíritus existen concentrados en el lugar de su enterramiento negando su condición utilizando una jerga especial para hablar de la muerte y de la vida, de su situación actual y la anterior, con expresiones que no quiero desvelar porque en esta novela, cada descubrimiento mínimo que el lector va haciendo es un gozo absoluto. Me limito a consignar que el vocabulario es fascinante, a veces con palabras inventadas o compuestas de otras y que el uso de las mayúsculas, como siempre en Saunders, enfatiza ciertas palabras convirtiéndolas casi en términos empresariales. Un ejemplo: “Y me dio la impresión, tras cavilar sobre el Asunto, de que no nos interesaba realmente involucrarnos, dado que dicho Asunto no tenía nada que ver con nosotros y podía incluso Amenazar nuestra Libertad misma y cargarnos de Obligaciones Nocivas”.
Y luego, está Lincoln. El presidente que acude a llorar a su hijo. Gracias a ciertos trucos muy fáciles para un espectro o para un escritor podemos seguir en ocasiones sus pensamientos, los de ese hombre que duda de todo ahora que su hijo de once años yace en una cripta. En ese sentido, es muy conmovedora su visión de la paternidad, muchas veces dejada de lado en la literatura para plasmar la mucho más rentable maternidad, que está llena del recuerdo de los gestos del niño, de pequeños detalles de su carácter, de dolor por la pérdida y culpabilidad por lo no hecho o no expresado. Como si por fin alguien hubiera decidido romper la cáscara fría de un padre del siglo diecinueve y llegar al lugar donde se aloja algo tan atávico como el amor por la propia descendencia.
A pesar de toda esta artillería estilística, Lincoln en el Bardo también tiene una trama, unos momentos de clímax y de pequeñas revelaciones. Rebosa compasión por los desposeídos, por los pobres, compresión para los pecadores y cuestiona en todo momento el concepto de gloria militar que no es más que violencia disfrazada de honor. Aunque las traducciones de Ben Clark para Alfabia eran auténticas muestras de virtuosismo, tengo que ensalzar también la labor que ha hecho aquí Javier Calvo, teniendo en cuenta el complejo vocabulario saunderiano.
El otro día vi en mi librería de confianza un libro titulado Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición, a Jonathan Franzen y la vida tal y como la conocemos (Jake and Jill, 2019) y me imaginé a un George Saunders gigante, como Godzilla, aplastando a un pequeño e insignificante Jonathan Franzen. Fue una fantasía bonita.
Lincoln en el Bardo (Seix Barral, 2018) |George Saunders |Traducción de Javier Calvo| 440 págs. | 21€
El libro me pareció deslumbrante en un primer momento; la construcción del relato, muy apegada a este tiempo de voces igualadas por el ruido de nuestra época. Me conmovió la visita de Lincoln a la tumba de su hijo, no sin antes ver el mundo de la alta sociedad vivir paralelamente a esa escena, como si Robert Altman estuviera subiendo escaleras por la casa. Luego pensé que Saunders usaba el silencio inexistente de los muertos y el entrecortado de los vivos para construir esta novela que has reseñado con mucho tino y originalidad. Como siempre. Un saludo.
Gracias por leerla. Y sí, lo que dices del silencio es muy acertado.