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Pecadora de la pradera

Sara Mesa entra en el confesionario de Estado Crítico para hacer públicos sus siete pecados capitales como lectora, cerrando así esta serie de reseñas especiales que hemos ido publicando con motivo de nuestro V Aniversario. Siempre se nos hace de rogar, pero cuando se pone… Balzac, Svevo, Fitzgerald, Pynchon, Mann (otra vez), Bolaño (otra vez)… ¿Qué hacemos con esta pecadora de la pradera? ¿La absolvemos o la condenamos al infierno para siempre? ¿¿Te da «cuen»??

Sara Mesa

Cuando este año se propuso como tema central de las reseñas aniversario que los estadistas confesáramos con qué clásico incontestable «no habíamos podido», me desmarqué del proyecto en un primer momento (y un segundo, y un tercero…) por varias razones: primero, porque a pesar de mi ya legendaria contumacia, cuando «no puedo» con un libro termino dejándolo, y a ver cómo se argumenta eso, qué mayor ejemplo de falta de criterio que juzgar un libro que no se acabó; segundo, porque si me ponía a ello, había no uno, sino varios clásicos con los que «no había podido», y eso me obligaría a sonrojarme varias veces en esta plaza pública; tercero, porque no nos poníamos de acuerdo respecto a la definición de «clásico», y mucho menos de «clásico incontestable», así que no sabía bien por dónde tenía que tirar; cuarto, por pura pereza: ¡con lo que me gusta hablar con entusiasmo de los libros que me atrapan, para qué perder el tiempo con aquellos con los que no me consigo comunicar!

Y sin embargo, más adelante, creo que di con una posible orientación para enfocar el asunto. Al fin y al cabo, he estado refiriéndome todo el tiempo a libros con los que «no he podido», no con libros que me parezcan malos o de los que no reconozca su valor. Y aunque ese «no poder» -la sensación de desbordamiento, de incomprensión, de ajenidad o como queramos llamarlo- pueda parecer más respetuoso, lo que en realidad implica es un estrepitoso fracaso como lectora. Hablar de todo esto, es innegable, también supone generar controversia, que te tilden de torpe, o de tener poca sensibilidad y pocos matices, o directamente de ser imbécil. Y como ese puede ser justamente el lado divertido de la cosa, he decidido finalmente entrar en el confesionario con una lista de algunos de mis pecados, ya que si el año pasado confesé mi admiración adolescente por Isabel Allende, por qué no seguir ahora metiendo un poco más el dedito en la llaga.

Así que, hela aquí, una relación de mis siete pecados capitales -o fracasos imperdonables-. Como verán, la lista es bastante heterogénea. Su único punto de unión es, en realidad, su absoluta falta de justificación. Pero es que eso de justificar los pecados está feo.

El gran Gatsby1. El gran Gatsby: Perdón, perdón, Moraga, ya sé que tú eres fan incondicional de esto, tú y otros muchos, pero no sé qué me pasa con este libro, porque lo he empezado varias veces y nunca lo he acabado. Siendo además tan corto, lo sé, es imperdonable. Pero así es. Soy incapaz de dar (ni darme) ni un solo motivo que explique esta desidia, lo juro.

0672. La conciencia de Zeno: De este sí. De este puedo dar el único y más demoledor motivo que existe: el aburrimiento. El planteamiento me parece lo más (con lo que me gustan a mí las novelas circulares, obsesivas, que no conducen a ningún lado…), pero eso de dejar de fumar, y sí, y no, y sí, y no, y las posibles simbologías que conlleva… no sé. El interés no me duró más de unas cien páginas. Y sin embargo, como con el anterior, intuyo que merecería la pena un intento (o varios) más.

2215453. Los Buddenbrook: Sin embargo con este no creo que haya más oportunidades. Me declaro oficialmente inútil para abordarlo y acepto la pérdida que podrá suponer en mi vida no haber sido capaz de terminarlo. Es posible que aquí pesaran las condiciones de la edición (una de bolsillo, con un tamaño de letra diminuto), pero me temo que, además del número de páginas, me superó el detallismo, el ritmo demorado, la lentitud de la trama. Y tampoco es que eso en sí mismo sea un impedimento para mí (¡he leído con gusto a todo Proust!) pero sé que jamás reuniré  la voluntad necesaria para volver a dejarme los ojos en el intento. A mi edad, me sigue subiendo la miopía, y no es plan.

papa-goriot4. Balzac: No sé qué me pasa con Balzac. A mí llevarme un novelón francés decimonónico a la piscina me gusta más que a mi querido Sancho (que en paz descanse) una loncha de chopped. Pero aunque sólo he leído Eugènie Grandet y El padre Goriot, cuyas tramas ahora no soy capaz de poner en pie, sí recuerdo bien el placer de pasar las páginas… solamente por saber que ya me quedaba menos para terminar. No, Balzac no es para mí. ¿Para qué lo leía entonces? Por empeño, supongo. Mira que a veces nos gusta torturarnos.

97884339759115. Los cuentos de Bolaño: Ahora vamos con un clásico moderno. El clásico moderno más intocable, sin duda. Por supuesto, Los detectives salvajes y 2666 son dos NO-VE-LO-NES que disfruté como la que más, pero los cuentos, sinceramente, no le llegan ni a la primera página del prólogo. No diría que son malos. Más bien… que me dejan fría. Y precisamente por ser de Bolaño, me sobreviene esa profunda sensación de fracaso al leerlos… ¿por qué no me convencen? ¿quizá no los estoy leyendo como se merecen?

images6. El arco iris de gravedad (a ratos): Este sí lo he acabado, y además muy recientemente, y además con gusto. Pero viendo que en los últimos días algunos de mis compañeros estadistas no han tenido problema en cuestionar obras americanas posmodernas (Matute el Submundo de DeLillo y Martínez Ros al Foster Wallace de La broma infinita) me siento legitimada para decir que me aburrí soberanamente en muchas páginas de este arcoíris tan desigual, y que más de una vez me vi resoplando y deseando acabar para hincarle el diente a… no sé… a los cuentos de Grace Paley (en la que veo, por otro lado, un aire pre-pynchoniano). Aunque el balance final con El arco iris fue positivo, tuve la sensación de haber «invertido» demasiado tiempo en él, cosa que no me ha pasado jamás con, no sé, Faulkner, Bernhard, Beckett, Gaddis y otros autores no menos dificilillos de leer.

m121d7. Stoner: Si con lo anterior no he levantado aún suficientes odios, creo que lo voy a hacer ahora. El fenómeno Stoner es sorprendente, y lo traigo aquí un poco a vuelapluma, porque con ese libro no es que «no pudiera» (de hecho me cautivó su sobrecogedor final), y es sin duda un buen libro que recomendaría una y mil veces por su sencillez y elegancia. Con lo que quizá «no puedo» es con el culto, a mi parecer excesivo, que se ha extendido en torno a él. Un buen libro, sí, este de John Williams, pero no una obra maestra como oigo decir frecuentemente por ahí. Se me ocurren bastantes mejores títulos dentro de esa tradición norteamericana de profundidad y limpidez narrativa, la verdad.

Y con semejante y osada opinión, salgo ya del confesionario. Ahora, ustedes decidirán si merezco la absolución o la condena. O si quieren, lo hablamos en los comentarios…

admin

10 comentarios

  1. Comparto, con idéntica vergüenza, el desapego por el Gatsby. y también me he preguntado por qué, cuando los ensayos de Firzgerald me encantan. ¿Es la época, que no me camela nada, el escenario, la poca gracia que me hacen los personajes…? Con Balzac también debo admitir que -diría Borges- «fui derrotado». Dicen que, algual que Mann, es una lectura para la edad madura. Pero me voy acercando a esa edad y sigo sin verlo. Tal vez con ‘La piel de Zapa’ nos fuera mejor… Los cuentos de Bolaño no me aburrieron, pero tampoco debieron de impresionarme mucho, porque soy incapaz de recordar uno solo. Con Stoner, que aún no he leído, me he quedado con las ganas de más explicaciones. Quienes lo canonizan, ¿qué dicen? ¿Y en qué no estás de acuerdo? ¿Qué le impide llegar a obra maestra? En cuanto a Svevo, creo que se pone de manifiesto que nunca ha fumado ud. O que lo ha hecho apenas un par de meses. Es decir, que no sabes el reto formidable que es dejar de fumar cuando eres un fumador severo, y de qué modo esto ocupa todas tus fuerzas, todos tus pensamientos y todas tus simbologías.

    • ¿Ni siquiera últimos amaneceres en la tierra? ¿O Vagabundo en Francia y Bélgica? Contento me tienen, señoras y señores estadistas.

  2. De todos los libros que aquí nombro, sin duda el mayor de mis errores está en Svevo. Es más, de aquí a nada lo estoy leyendo. Y te cuento. Tengo muchas, muchas ganas de que me cautive.
    En cuanto a «Stoner», creo que pesa bastante el hecho de que cuando se publicó en 1965 pasó bastante despercibida, y nos gusta mucho eso de recuperar «obras maestras». De ella dijo Vila-Matas: «Impresiona el modo de contar de John Williams, su fuerza inusitada para los dramas minúsculos y para el recuento cotidiano de nuestras resignaciones y decepciones, y sorprende que Stoner, siendo la obra maestra que es, haya podido ser ignorada durante tanto tiempo. Quizás despistó a más de uno por su aparente sencillez». Todo esto es verdad, pero esa sencillez es tan frecuente en la literatura norteamericana -quizá con la figura de Sherwood Anderson como referente- que entonces tendríamos muchas obras maestras, y esto, como es sabido, no puede ser así. «Stoner» es un libro de moda -entiéndase ese «de moda» entre un círculo de lectores exigentes- pero no es una genialidad y, sobre todo, no aporta nada que ya no hubieran hecho otros…

  3. No seré yo aquel que condene ni absuelva a nadie, peores pecados – agunos confesos por aquí, otros no, he cometido-, pero, sinceramente, lo de Gatsby no lo entiendo. No que no te guste, sino que no pudiste acabártelo. Si me lo dices de «Hermosos y malditos» (para mí su mejor novela) lo entendería, porque es un libro en el que no hay trama, más allá de la evolución de la relación de la pareja protagonsita. Pero El Grant Gatsby, si te lo empiezas y no te mola la elegancia de la prosa, ni los personajes tan currados, pues te lo lees en clave de novelita negra o de intriga y, antes de que te des cuenta ya se ha acabado, porque, además, es bastante breve. Ya digo, yo también he dejado a la mitad «obras maestras», pero de esas digresivas y más espesitas que un mantecaíto estepeño/ario tomado en estas fechas a las tres de la tarde en mi paradisíaca playa de Matalascañas.

  4. Pues no recuerdo algo magnífico que se quedó sin acabar, pero alguno que, sacrílegamente, ha pasado sin pena ni gloria sí. Recuerdo ahora «Muerte en Venecia» y «Bartebly el escribiente» y «Aura», que también son muy cortos y que me dejaron con una sensación de «¿y eso es todo, amigos?»

  5. Bueno, pues acabo de leer la crítica a Muerte en Venecia y estoy de acuerdo punto por punto. No así con lo que se dice sobre La montaña mágica: ni pienso que sea verdad que nadie la ha leído, ni me pareció una montaña de papel indigesto. Todo lo contrario, la leí hace muchísimo tiempo y me mantuvo en éxtasis todo el período de su lectura, que no fue largo teniendo en cuenta su extensión. Es cierto que contiene un montón de disertaciones y que es bastante estática porque se localiza en un sanatorio, pero aparecen personajes de lo más variopinto, interesantes, tiernos y que hacen sonreír. En cuanto a la acción, lo que se ahorran en movimiento físico lo realizan con la mente. A mí me pareció muy amena, divertida y sabia. Nada que ver con la otra.

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