Reportajes
Joe Sacco
Reservoir Books, 2012
ISBN: 978-84-3972-511-4
168 páginas
20,90 €
Traducción de Marc Viaplana
Alejandro Luque
Responda a esta sencilla pregunta: ¿Estaría ud. dispuesto a leer un cómic como si fuera un periódico o una revista? Es decir, ¿aceptaría un periodismo servido en viñetas? Tengo la sospecha de que la inmensa mayoría de los participantes en esta encuesta responderían que no. Y la razón principal, sospecho también, sería la suma de un prejuicio –los tebeos como género menor, cuando no como divertimento de niños– y de una convicción muy extendida, según la cual la fotografía o la prosa periodística merecen toda nuestra credibilidad, mientras que el dibujo es un medio potencialmente mentiroso.
Quienes así piensan se olvidan de que, muchos antes de la difusión de la fotografía, los periódicos y revistas se nutrían esencialmente de dibujantes. Hasta hace apenas una década, quizás menos, el propio ABC seguía ilustrando muchas noticias con dibujos, casi siempre retratos de personalidades. Quienes así piensan se olvidan de que también una imagen fotográfica puede mentir, y de que un texto es, por naturaleza, una elaboración literaria más o menos fiel a los hechos. Quienes así piensan, en fin, no han leído a Joe Sacco.
Estos Reportajes, aparecidos en medios diversos y felizmente reunidos por Reservoir Books de Mondadori en una impecable edición, pueden ser una inmejorable puerta para adentrarse en la obra del autor estadounidense nacido en Malta. El volumen empieza, la verdad sea dicha, con poca fuerza, con trabajos menores como Crímenes de guerra –cobertura del proceso contra el genocidio de los Balcanes– o Una mirada a Hebrón y La guerra subterránea en Gaza, dedicados a una zona que Sacco ha abordado ampliamente en proyectos magistrales como Palestina o Notas al pie de Gaza.
Sin embargo, apenas comienza el capítulo dedicado al Cáucaso, los ecos del gran periodismo empiezan a retumbar por las cuatro esquinas del papel. Una mirada a un tiempo atenta a los detalles y preparada para abrir el foco en cualquier momento, capaz de atender al contexto histórico como al drama personal, es de entrada un atributo envidiable para cualquier profesional de la información. Tomarse el tiempo y el esfuerzo para contrastar fuentes, para consultar las versiones oficiales y patearse luego los escenarios y ver con los propios ojos, resulta casi una excentricidad en la era de la información «light», hecha de comunicados y las ruedas de prensa sin preguntas. Si a eso le añadimos una mano excelente para el dibujo, tanto de arquitecturas como de personas, dotada especialmente para expresar emociones, se entenderá por qué los fans de Joe Sacco empezamos a ser legión.
También parece encomiable el interés del autor por asomarse a la realidad de los grandes perdedores, de las víctimas de todas las guerras, de aquellos que rápidamente pierden sus nombres y sus rostros para pasar a ser un número, una estadística. La invasión de Irak (genial el relato sobre la instrucción de irakíes por parte de los marines), la muerte de los emigrantes africanos en el Mediterráneo o la miseria de la India son algunos de los asuntos que Sacco aborda con una dedicación extraordinaria, como si temiera –y no faltan razones para temerlo–que en el momento en que el periodismo se olvide de algunos pueblos, nadie se molestará en ocuparse de ellos.
Luego hay otros puntos que pueden ser discutibles. Por ejemplo, Sacco gusta de retratarse dentro de la noticia, algo que no todos los periodistas defienden. En su caso, sin asomo de narcisismo, es un modo de subrayar un hecho central: estuvo allí, habló cara a cara con los personajes –es decir, las personas– de su relato, pasó calor y frío, se sentó en jergones inmundos, percibió el olor del moho en un refugio checheno, del azufre en las escaleras del campamento estadounidense o el de los cigarrillos de dos entrevistados en un hotel de Times Square.
Otra cuestión controvertida es la objetividad. Cada vez que concluimos la lectura de uno de sus trabajos, creemos saber si Sacco toma partido por uno u otro bando. Él mismo lo reconoce: «Si un bando dice una cosa y el otro bando dice otra, ¿acaso la verdad radica necesariamente en “algún lugar entre los dos”? El periodista que dice “He conseguido cabrear a los dos bandos, así que debo de ir por el buen camino”, probablemente se engaña. La ecuanimidad no debería ser usada para encubrir la desidia», afirma. Y concluye: «El periodismo tiene tanto que ver con “lo que dijeron que vieron” como con “lo que yo mismo vi”. El periodista debe empeñarse en descubrir qué pasa y contarlo, no castrar la verdad en nombre de la neutralidad».
Hago hincapié en este hecho porque, en tiempos de profunda crisis de los medios, el propio público debería hacer una seria reflexión crítica sobre la información que consume y los canales que se la proporcionan. También para eso sirven los cómics de Joe Sacco.
¿Debe el público dejar de hacer una seria reflexión crítica sobre los comics de Joe Sacco? Porque el narcisismo de este señor salta a la vista, y el hecho de que los consumidores de comics están abiertos a determinados discursos y bien cerrados a otros, no desarrollan precisamente el sentido crítico sino más bien reafirman el prejuicio y la simpleza. Sino siempre, a menudo.
Un saludo,
Jorge Martín
Discúlpeme pero, más allá de que se retrate a sí mismo en sus viñetas, no veo que salte tan a la vista el narcisismo de Sacco, (no veo la autocomplacencia de, por ejemplo, un Jon Sistiaga, enfatizando continuamente lo experto que es y el peligro que corre), y tampoco entiendo lo de estar abiertos a determinados discursos(los dos mayores consumidores de comics que conozco, Luis ALberto de Cuenca y José María Conget, tienen discursos de lo más diferentes). En todo caso, le agradezco su comentario.
Lo de presentar la verdad como la media aritmética entre dos comunicados de prensa se va haciendo cada día más sangrante (ejemplo típico: En la manifestación hubo 8.000 personas según Interior y 150.000 según los organizadores). Es de agradecer que haya periodistas, dibujantes o no, que se empeñen en aclarar una verdad, la que ellos mismos comprueban, miran, verifican.