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Picando algo en la cuerda floja

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En busca de la verdad

Thomas Bernhard

Alianza, 2014

ISBN: 978-84-206-9162-6

422 páginas

24 €

Traducción de Miguel Sáenz

 

 

Sara Mesa

A estas alturas no vamos a hablar de la grandeza de Thomas Bernhard, uno de los escritores más peculiares que nos dio el siglo XX, el gruñón, ácido, durísimo y también muy divertido Bernhard. Uno puede volver a leer sus novelas periódicamente y nunca saldrá defraudado -aunque sí, quizá, algo tocado-, pero cuando se quiere un poco de variedad -y solo un poco, porque después de todo Bernhard nunca puede dejar de ser… Bernhard-, hay también interesantísimas obras para bucear en su mismo universo aunque sea enfocado desde otro ángulo. Me refiero, por ejemplo, a su correspondencia con el editor Siegfried Unsel (Cómplices, 2012), al volumen que recoge las entrevistas que le hizo su amiga Krista Fleischmann (Tusquets, 1998) o el conjunto de textos de Mis premios (Alianza, 2009), libros todos ellos en los que no deja jamás de mostrar su cara más desvergonzada y tocapelotas: la del escritor que no tiene pelos en la lengua, el provocador audaz, ese gran maleducado que, sin duda, podía permitirse ser.

A este tipo de libros «secundarios» pertenece En busca de la verdad, un volumen que recoge materiales dispersos, algunos de ellos inéditos hasta ahora o de muy difícil acceso, conjunto que parece destinado más a los conocedores de la obra de nuestro mordaz austríaco que a los lectores que se estén adentrando por primera vez en su mundo. Más allá de esto, si bien carece de la entidad y cohesión de los otros que he mencionado arriba, En busca de la verdad no deja de ser un título curioso, jugoso y muy, muy disfrutable. Ordenados cronológicamente, desde un breve homenaje a Rimbaud de 1954 -escrito cuando tenía 23 años- a una carta abierta datada en 1989 -a tan solo tres días de su muerte-, el libro reúne artículos, entrevistas, discursos y cartas de variado tipo que nos descubren siempre a un Bernhard que, ante todo, nunca dejó de desempeñar el rol de su propio personaje.

Aquí aparecen los temas clásicos: su odio a Austria (y especialmente a Salzburgo), la crítica despiadada ante los festivales de música y teatro, sus ideas -en el fondo vitalistas- sobre la muerte (“esa parrilla en la que todos acabaremos asándonos”), la orgullosa pero cínica visión de sí mismo, la ferocidad con que atacó al academicismo y el arte subvencionado, sus filias (Georg Trakl, Whitman, Pascal) y sus fobias (Thomas Mann, Heidegger), su pesimismo no exento de humor ante la política, la cultura o las relaciones sociales. Según se avanza en la lectura, asistimos a la formación de su voz, esa expresividad reconocible por las repeticiones -formales, temáticas- marca de la casa y su continuo afán por desconcertar y escandalizar. A los amantes de las curiosidades y las anécdotas se les hará la boca agua con algunos de los textos aquí reunidos, desde el famoso discurso de aceptación del premio nacional de literatura -que acabó con la salida de la ceremonia de un indignadísimo ministro de Cultura-, a otros menos conocidos como una reacción ante una crítica negativa (“Por favor, haga que critique mi próximo libro un chimpancé o un mono aullador”) o la carta de renuncia presentada a la asamblea de escritores de Graz (“una reunión de imbéciles sin talento”). Otros textos memorables son su escrito de alegaciones ante el secuestro judicial de su novela Tala (uno de sus antiguos protectores se sintió vejado por su encarnación en el repugnante personaje Auersberg), las respuestas al cuestionario que era costumbre hacer a los galardonados con un premio literario de Bremen (“P: ¿En qué trabaja ahora?, R: En mí mismo, naturalmente”) o el brillante discurso “Tras la pista de la verdad y de la muerte”, que preparó para la entrega de otro premio y que nunca llegó a pronunciar por estar inmerso entonces en el escándalo de su desencuentro con el ministro.

Pero sin duda, los mejores momentos de la lectura se encuentran en las entrevistas. Bien es sabida la aversión que Bernhard tenía ante ellas, una situación que, en palabras suyas, se asemejaba a estar atado de pies y manos a un árbol, sin capacidad de reacción y dispuesto para ser ametrallado. Sin embargo, o precisamente por ello, los diálogos que se produjeron en estas entrevistas tienen un valor innegable, en tanto que ofrecen el retrato más social del escritor. Su falta de empatía no era siempre producto de la mala educación o la desgana: también debieron de pesar la timidez, el desconcierto, la incomprensión ante preguntas que no tenían ningún sentido para él y la incapacidad de adaptarse a las absurdas exigencias de la promoción literaria. Sea como sea, el resultado produce muchas veces carcajadas, sobre todo cuando Bernhard se despacha a gusto jugando con el entrevistador hasta acorralarlo. Es el caso de la entrevista que le realizó André Müller, centrada en su idea del suicidio, que se convierte en una especie de conversación beckettiana por su deriva hacia el absurdo. Otra de las entrevistas que no hay que perderse es la realizada -en este caso con bastante más inteligencia y finura- por Jean-Louis de Rambures, en la que, entre otras perlas, Bernhard dejó dicho que, si bien le fascinaba lo monstruoso, nada de lo que escribía era inventado.

El libro contiene además unos anexos que contextualizan las circunstancias de aparición de cada texto, aportando incluso una selección de las reacciones que generaron. Obviamente, tal como afirman los mismos editores, el material es casi inabarcable teniendo en cuenta el gran polemista que fue Bernhard, siempre caminando por la cuerda floja de la provocación. Precisamente esta imagen, la de la cuerda floja, aparece al menos dos veces en el volumen, una cuando afirma que “Todo es cómico. Lo mismo que en mi prosa, nunca se debe saber exactamente: ¿hay que reírse ahora a carcajadas o no? Lo divertido es bailar en la cuerda floja”; la otra cuando, para referirse al tema de la enfermedad mental -tan presente en obras como La calera o Trastorno– asegura que lo que le gusta es “sencillamente, andar por una cuerda floja psíquica; tender la cuerda cada vez más arriba es naturalmente un gran placer”. Como podrán apreciar los bernhardianos de pro, nada de lo aquí expuesto, incluida esta imagen de la cuerda, es radicalmente nuevo, y nada nos sorprende demasiado, así que en cierto modo podríamos decir que lo que aporta este libro en el conjunto de la bibliografía de Bernhard es más de lo mismo. No obstante, a esta afirmación siempre se podría continuar con la siguiente: más de lo mismo, sí, pero más de un producto gourmet. Esto último lo entenderán y degustarán, sin duda, los adictos a las delicatessen bernhardianas, que aquí encontrarán, si no una cena, al menos sí un delicioso picoteo.

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