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Pim pam pum, ya

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ILYA U. TOPPER |“El nuevo fenómeno en la literatura para mujeres”. Así dice la publicidad con la que la editorial Planeta difunde la novela Loca, de la escritora británica Chloé Esposito. Evidentemente fui corriendo a pedirme el libro. Ustedes me conocen: soy de natural curioso. Y descubrir que en siglo XXI todavía se detectan en el biotopo europeo ejemplares salvajes de la especie llamada chick lit (del slang inglés chick, de chicken, pollo, para referirse de forma despectiva a una chica), me hace sacar los prismáticos de cazatrofeos. Es verdad que la especie parece ser nativa de España, donde el primer avistamiento se produjo en 1990, bajo el título Cómo ser una mujer y no morir en el intento, de la gran Carmen Rico Godoy. Cinco años más tarde se registró en la sabana británica un  extraño caso de mimetismo que experimentó una explosión demográfica y se convirtió en la plaga trasfronteriza conocida hasta hoy con el nombre de Bridget Jones. Pero en la última década, la selección natural parece haber actuado de oficio, sin ncesidad de fumigaciones, y nos creíamos a salvo. Pero he aquí que según Planeta ha vuelto a surgir un especimen. Literatura para mujeres. Esa división celular del reino literario en dos mitades sexuales. Extraño.

Así que ahí tienen ustedes a su explorador, armado con toalla, cerveza fría y gafas de bucear, amén del susodicho libro, encaminándose hacia la playa. Sin bañador, porque las tres sherpas que me acompañan son categóricas: las únicas áreas aptas para poner campamento son las nudistas, así estemos en Turquía, dicen ellas, y yo hago caso a la gente que sabe.

Vamos allá. Dos hermanas gemelas de esas gemelas-gemelas. No es que la autora haya escogido un planteamiento exigente, pero puede valer. Una mala y pobre y la otra buena y rica. La mala vive en Londres en unas condiciones que ningún autor español se atrevería a atribuir a una inmigrante ilegal explotada en un piso patera. Recuerden lo más desgarrador que le han visto a Ken Loach y considérenlo clase media, comparando con Alvina Knightly, su empleo y su piso compartido.

O también puede ser, claro, que Chloé Esposito simplemente exagere, y ya.

La rica vive en Sicilia, concretamente en Taormina, donde se desarrolla casi toda la novela, y eso me viene muy bien, porque así puedo colar esta reseña en M’Sur, que allí imponen un estricto límite geográfico a las investigaciones.  Biología mediterránea y eso; si no es autóctono ya te miran mal.  Aunque, la verdad sea dicho, si Esposito ha estado alguna vez en Sicilia, se ha esforzado para que no se note mucho. No, no hay fallos: cuando una tiene la precaución de hacer transcurrir todo dentro de la villa-chalé-palacete de la hermana rica (Elizabeth) o, como mucho, en las tiendas pijas de la ciudad, no hay mucha posibilidad de errar el tiro.

Aunque yo, si fuera mafioso profesional – sí: sale un mafioso profesional en el libro – no sé si elegiría precisamente la ensenada de Isola Bella, con todos sus ressort y hoteles, para hacer desaparecer un par de cadáveres troceados con la motosierra. La verdad.

Resignémonos: a Chloé Esposito le da simplemente igual si lo que cuenta es verosímil. No pretende que nos creamos la historia ni con buena voluntad. Simplemente fabula, inventa, exagera como un pescador de salmones, y por eso mismo no se preocupa en trazar una trama coherente. Porque la trama – la buena, Elizabeth, quiere matar a la mala, Alvina – se desinfla conforme leemos. Para que una hermana quiera matar a otra, un motivo potente tiene que tener (salvo Alvina, que para eso es mala). Y apilar, uno encima de otro, amantes, mafiosos, caravaggios y millones de dólares no basta: tendría que funcionar el engarzamiento.

A Esposito le da igual si funciona. Se ríe un rato de sus propias escenas, se lo pasa bien escribiendo, y ya. Que una veinteañera de Londres en el primer intento ya dispara mejor que un mafioso profesional, pim pam pum, todos muertos, ¿por qué no? ¿Que la mafia es todavía un poco más tonta y más chusca que en los libros? Qué más da? Que Alvina odia la chick lit que le gusta a Elizabeth, que adore a Shakespeare, Ezra Pound, Roald Dahl, pero luego llega a Sicilia y nunca haya escuchado hablar ni de la Cosa Nostra ni de Caravaggio… Igual las londinenses son así.

Es verdad que las escenas de sexo están muy conseguidas. Todas: las del dedo en la ducha, las del consolador, las corridas locas y los polvos queeeeé ¿ya?. Se agradece (mi favorita: “Te corres diferente. Claro, se refiere a que fingimos diferente”). Ahora bien, eso de correrse a gritos porque el tipo es muy macho y te folla a lo bruto me lo creo perfectamente, pero no es exactamente una base para elaborar un ideario feminista. Lo cual no importa; lo único que no hay que hacer es luego ir por ahí en las entrevistas diciendo que tu novela es feminista: no lo es ni falta que le hace. Por cierto,  también se agradece, en este aspecto y en todos los demás, la calidad de la traductura: una soltura y frescura dignas de mejor obra.

Porque el sexo divertido y desbocado no puede salvar la falta de literatura: no pasa de parodia del género. Britania tiene genios de la parodia –  la que Douglas Adams le metió a la ciencia ficción perdurará más que una resaca del pangaláctic –  pero si una no llega a genio, es mejor currárselo a la humilde manera de los anónimos del oficio . Esos que han alimentado la novela negra de tramas creíbles y esprit imperecedero. Esos y esas: una de las mejores era Phoebe Atwood Taylor.

Porque no es cuestión de sexos. Mis tres sherpas, aburridas bajo el sol del séptimo día en el Egeo, me reclamaron Literatura, y a las diez páginas apartaron la nariz como hace una gata cuando le ponen comida de ayer, se calzaban las gafas de bucear y se iban a ver pececitos. Yo me la terminé: ya saben, un explorador llega hasta el final. Me lo pasé incluso bastante bien, para qué negarlo. Pero si hay algún biólogo en la sala, que llame a Planeta para explicarles que no, que el concepto de Literatura para Mujeres es un fenómeno paleontológico. Un error de la naturaleza.

Loca (Planeta, 2018) | Chloé Esposito | 445 páginas | 19,50 euros | Traducción de Maya Figueroa Evans

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