RAFAEL ROBLAS CARIDE | Frecuentemente los alumnos me desarman: “Maestro, es que los libros de poesía amargan… ¡no hay quién entienda a los poetas cuando se ponen a decir esas cosas tan raras!”. Muchas veces lo he pensado y, finalmente, tengo que darles la razón. Y es que, con habitual frecuencia, en la historia literaria olvidamos el repetido axioma de que menos es más y tanto creadores como críticos terminamos aplaudiendo formas y estilos tan rebuscados que desprecian uno de los elementos más sagrados del milagro que alienta la auténtica Literatura: el lector.
No en vano, puede que no sea sólo un hecho casual la constatación de que, tras las dos grandes revoluciones líricas que se dan en el discurrir de la Literatura en español, se encuentren dos poetas que abogan por la claridad y sencillez en sus formas y por la naturalidad de la expresión en sus versos. En efecto, Garcilaso y Bécquer -cada uno en su época- son dos ejemplos bastante elocuentes de ese apartamiento hacia todo aquello que represente un amaneramiento verbal, que poco a poco va alejando a la poesía de las grandes masas y la acerca, inevitablemente, a la órbita de esa élite que Juan Ramón denominó “la inmensa minoría”.
En este punto, me permito traer a colación la anécdota de un amigo poeta a quien, en cierta puesta de largo de uno de sus libros, se le acercó una señora felicitándolo efusivamente por su nueva obra, al tiempo que razonaba el más que favorable dictamen de la misma con el siguiente argumento: “Enhorabuena, don X, ¡por fin encuentro un libro de poesía que leo y entiendo!”. Y no nos engañemos -amén de malabarismos barrocos, retruécanos magistrales, metáforas maravillosas o simbolismos imposibles- el arte poético forma parte de un acto de comunicación y, cuando esta comunicación falla porque no se entiende la propuesta,.. malo.
Todo esto, y un poco más, pensaba el otro día cuando caía en mis manos un ejemplar de Frecuencia modulada, último título de Víctor Jiménez, ese insólito poeta sevillano que, tras la senda de los Bécquer, Machado, Cernuda o Montesinos, apuesta sin disimulo por la naturalidad del verso y reconcilia al lector ocasional con la poesía. ¡Albricias -exclamé como la señora de mi amigo poeta- al fin un libro de poesía que leo y entiendo! Pero el amable seguidor de Estado Crítico merece un poco más de detalle sobre los pormenores de mi lectura, por más que mi exclamación resuma coloquialmente mi opinión favorable sobre el presente poemario que, todo hay que decirlo, resultó galardonado recientemente con el Premio Paul Beckett.
Una de las características esenciales de los libros de Víctor Jiménez es la cuidada ordenación temática de los poemas en torno a un argumento unitario. Si La mesa italiana seguía, tanto en su disposición como en los títulos, el hilo que le sugería el mundo del cine, los poemas de esta Frecuencia modulada nacen a partir de citas de canciones más o menos clásicas, más o menos conocidas, que el poeta rescata de su memoria y que van sucediéndose conforme avanza el libro suscitando la glosa -ahora en sonetos, ahora en versos asonantados, ahora en verso blanco- que sustenta una historia de amor cualquiera. ¿La nuestra, quizás, también? Desde Los Beatles a Miguel Bosé, desde Serrat a Amaral, desde Dani Martín a Rocío Dúrcal, los poemas desfilan ante nosotros, colándose por las rendijas de nuestra memoria como en esas sesiones prolongadas de patinillos abiertos cuando la radio del vecino del cuarto machaca inmisericordemente la tranquilidad de la mañana.
Así transitan ante nosotros los tres capítulos o momentos en que se estructura el libro -con citas previas de Rosales, ¿otra casualidad?-, desarrollando al compás de la música el romance que protagoniza el poemario, desde los ilusionantes inicios, como se advierte en este espléndido soneto en el que el lector se contagia de la esperanzada incertidumbre que viven los amantes:
“Me he pasao la noche en vela
como la vez primera…”Me dices que no sabes qué te pasa,
que no duermes muy bien últimamente,
que empiezas a notarte diferente
y andas como una extraña por tu casa.Que lo mismo la duda te traspasa
que la ilusión te lleva en su corriente,
que no estás… y pareces como ausente
y que harías con todo tabla rasa.Y, aunque callo, no pienso en otra cosa
porque también me pasa y ando así.
Y, entre las suaves sábanas inermes,te imagino desnudamente hermosa,
pensando en mí como yo pienso en ti
cada vez que me dices que no duermes.
pasando por la plenitud gozosa de la vivencia del amor vivificador:
“Perdón, quisiera bajar las estrellas
para regalarte una de ellas”¿Te sentiste tú acaso,
una tarde, una hora…,
tan vivo como ahora
que se acerca el ocaso?¿O tal vez se dio el caso
de encontrarte, a deshora,
contándole a la aurora
tus sueños paso a paso?Y todo, porque ella
te ha bajado una estrella
hasta entonces perdida.Una estrella que alumbra
con su luz la penumbra
que nublaba tu vida.
hasta llegar, inevitable, al momento de la zozobra provocado por las dudas y la erosión del tiempo que pasa por encima de la pareja:
“No hago otra cosa que pensar en ti.
Por halagarte y para que se sepa…”No dejo de pensar en ti. No puedo
pensar en otra cosa que no sea
ese mar de tu cuerpo, esa marea
donde perdió mi corazón el miedoa naufragar. Aunque me voy, me quedo,
para que el tuyo siempre así me vea,
encendido de amor como una tea,
de un amor insondable como un credo.Te has ido, sola, al sur. Yo, solo, al norte.
Y un abrazo sirvió de pasaporte
para aquella sombría despedida.Fue muy triste el adiós. Fue triste, sí.
Pero estás y estarás ya siempre en mí
por más que nos olvide, al fin, la vida.
Mas esta es una relación extraña que sobrevive en una atmósfera personalísima donde los límites se confunden, donde la realidad y el sueño se solapan sumiendo al poeta en la duda de lo que existe o se ha soñado, como recalca Jiménez en el terceto que remata el poemario: “Y ya no sé si todo ha sido un sueño, / si fue verdad, si sucedió mañana / o pasará, tal vez, en el pasado”. ¿Ecos de Bécquer? ¿De Borges?
Formalmente, en Frecuencia modulada brilla con luz propia el soneto (¡hasta veintitrés!), esa sonora estrofa de la que Jiménez se ha convertido experto alarife. Sin embargo, como ya se ha anticipado, también se alterna la sonetería con otros cauces estróficos de diversa naturaleza. Hay romances, alejandrinos o endecasílabos asonantados, poemas construidos en verso blanco e, incluso, una deliciosa décima que, en su pícaro estrambote, recuerda lo mejor de la producción de Montesinos o de Salvago:
“Me perderé en un momento contigo
por siempre.”Si no lo impide el olvido
y la ausencia nos respeta,
te daré la más secreta
razón de amor que has vivido.
Seré tu amante bandido
o seré lo que tú quieras.
Qué suerte que ayer vinieras
a darme lo que me das.
Los acordes y el compás
que amansan todas mis fieras…Y despiertan lo demás.
Del mismo modo que Víctor Jiménez se mantiene fiel a sus formas estéticas, también se repiten en esta Frecuencia modulada los símbolos más personales del autor: los trenes, las estaciones, las playas. También a los recursos más característicos de su oficio poético, perfeccionándose aquí aspectos tales como las rimas consonantes -tan naturales y certeras- o los juegos de palabras construidos en torno a expresiones hechas (“Me pregunto / justo cuando las sombras dan en punto…”, pág. 34; “… abrazándome / contigo por los sueños de los sueños”, pág. 44). No obstante, los poemas, lejos de enmarañarse en giros metafóricos imposibles, van directos hacia el corazón del lector sin titubeos y, aparentemente, sin alardes técnicos. Sin embargo, me gustaría recalcar ese adverbio “aparentemente” porque en el arte no hay nada más complicado de conseguir que la sencillez. Ya lo decía el gran Lope con aquello de “oscuro el borrador, el verso claro”, y en este libro de Jiménez se vuelve a cumplir. Sencillez y naturalidad, pues, vistos como un logro, que no como un demérito como quieren ver algunos.
Así habrá que considerar este Frecuencia modulada como un libro de consolidación, de plena madurez formal y expresiva de un poeta que, poco a poco, ha ido agrandando su sombra sobre el espectro lírico nacional y al que aún no se le ha dado la importancia que se merece. A lo mejor una de las razones sea esa: que sus versos son demasiado comprensibles y huyen de la ininteligibilidad que predomina en la poesía contemporánea. Si es por eso, salen ganando mis alumnos, que ya no se me amargarán ante esas cosas “tan raras” que dicen los poetas. Y la Poesía con mayúsculas.
Frecuencia modulada (Fundación Valparaíso, 2017), de Víctor Jiménez | 60 páginas | 10 euros
Pues sí, en cierto modo, me recuerda a Bécquer y creo adivinar unas pinceladas de Quevedo.
Deliciosa la décima que se cita y magnífica la reseña que, ciertamente, da lugar a que se acrecienten las ganas de leer «Frecuencia modulada».
¡Enhorabuena!
Estoy totalmente de acuerdo con esta crítica y con la valía de Víctor Jiménez. La poesía para mí es la perfecta conjunción de musicalidad, sentimiento lúcido y comunicación. Al autor le sobra de todo esto. Y el maestro que analiza sus versos posee el talento de explicar de maravilla su opinión con estas breves pinceladas. ¡Bravo por los dos!
Muy de acuerdo que la sencillez en los poemas de Victor Jimenez expresan sentimientos que tocan el alma.
Según el comentarista habria que renunciar a la poesía hermética, a la poesia que se mueve entre sutilezas, lejos del espíritu comunicativo de esos ejercicios para adolescentes donde predomina el lenguaje de sentido común, más allá de la posibilidad de expresar, significar o construir otros mundos, distintos a la realidad calcada, esa que nos venden a diario los medios de comunicación. Para leer estos poetas solo hay que formarse como lector de periódicos y cantar las canciones de Arjona o seguir el ritmo del reguetón; mucho más cercano al espíritu juvenil y al escaso interés por la poesía. Habría que olvidar a Guillén. Yo prefiero a Juarroz y a quienes deciden seguir esa línea que no le tiene miedo al lenguaje y por eso desconfía de que la realidad sea ese ladrillo que se adquiere en los talleres de literatura como en las boticas o farmacias cuando se va en busca de soluciones rápidas y fáciles.
Querido Julio:
Supongo que es cuestión de gustos . Realmente, el hermetismo en poesía -como en tantas otras cosas- no me va demasiado, pero no se debe confundir nunca sencillez y naturalidad con mala calidad o falta de elaboración. Escribir con sencillez no es fácil. Me gusta Guillén, pero me enamoran más Garcilaso, Bécquer o Machado. Ojo, que no he nombrado a Marwan, por ejemplo. Como digo, cuestión de gustos.
Para mi la poesía es la inspiración y expresión de los sentimientos según la poca o mucha instrucción que se tenga. Tan poesía es lo que siente y expresa quien apenas sabe leer y escribir, como la del intelectual metido en las normas que rigen la expresión poética y que hacen, alrededor de esta, élites que se atribuyen determinar lo que es poesía y lo que no. Un pequeño niño sólo necesita un pincel y pigmentos para expresarse y que, ¿lo que hace no es pintura? Expresa tu alegría, tu tristeza, tus pasiones y tormentos, tu gusto por la vida, lo que sientes y lo que no; como puedas, como quieras o como sepas. Para mí será poesía aunque no la entienda.