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¿Por qué Monk cruzó la carretera?

Guitar Army. Rock y revolución con los MC5 y «The White Panther Party»

John Sinclair

Munster, 2013

ISBN: 978-84-616-1392-2

393 páginas

19,95 €

Traducción de Carmen Espina

Fran G. Matute

Hace ya unos cuantos años tuve la “suerte” de presenciar un espectáculo perfopoético (de hecho, esa palabra no existía aún) de John Sinclair. A Sinclair lo conocía, sobre todo, por su colaboración con los míticos MC5, uno de los grupos más contestatarios y contundentes de finales de los 60 y que, de alguna forma, abanderaron la escena rockera de Detroit junto a los Stooges, Alice Cooper, Bob Seger y un largo etcétera. Pero Sinclair no estaba allí para dar una lección de historia musical sino para recitar algunos de sus poemas, la mayoría soflamas de alto contenido revolucionario. Y es que Sinclair -con independencia de su conexión con el mundo del ‘rock’- fue, en realidad, un agitador de masas, un movilizador de conciencias, un ‘hippy’ de verdad, de esos de comuna, droga y sexo libre.

La cuestión de fondo es que a Sinclair le vino Dios a ver el día que lo arrestaron por pasar dos porros de marihuana y lo condenaron a diez años de prisión, en 1969. Un caso que se convirtió rápidamente en noticia por la desmesura del castigo y que propició un cambio legislativo en los EE.UU. que reclasificó el cannabis de narcótico a sustancia controlada. Y de ahí, al cielo. Sinclair, tras años de lucha activa y provocación, se encontró metido en un huracán mediático que lo transformó, de la noche a la mañana, en un mártir del sistema y en alguien a quien había que escuchar. Desde el exterior, numerosas personalidades se movilizaron para exigir la libertad de John Sinclair -de Jane Fonda a John Lennon, de Allen Ginsberg a Jerry Rubin- culminando la campaña “Free John” en un concierto multitudinario que tuvo lugar en Ann Arbour (Michigan) el 10 de diciembre de 1971 y que provocó la liberación del poeta a los tres días de celebrarse.

El caso es que allí estaba yo, cuarenta y pico años después del Festival de Ann Arbour, escuchando la versión vetusta de John Sinclair que aún conservaba cierta prestancia en esa pose de ‘hippy’ trasnochado que gasta, con su voz carrasposa, sus andares de provecto buenrollista, que ofrecía sus recitados con pasión a un público que, sinceramente, dudo que supiera realmente quién era el anciano ese que no paraba de hablar y al que no se le entendía ni jota. Pero en un momento de la exposición, un poema en concreto llamó la atención del respetable. Se trataba de una suerte de ejercicio vocal libre en el que el texto se ofrecía intercalado, de forma sonora y sincopada, por el exabrupto “Monk”. Para el que sepa algo de ‘jazz’ es fácil imaginar que Sinclair no estaba arremetiendo contra los cartujos sino que ofrecía un sentido homenaje al pianista y compositor Thelonious Monk. Pero con independencia de lo anterior, la escena tornó en cómica rápidamente y la platea comenzó a contagiarse de esa risilla ridícula que le entra a uno cuando no está entendiendo absolutamente nada. “Monk!”, gritaba Sinclair al micro. Y así, cada dos o tres estrofas, “Monk!”, “Monk!”, “Monk!”…

Cuesta comprender, pasado ya tanto tiempo, la importancia relativa de un personaje como John Sinclair. Sus “hazañas” nos llegan casi en forma de leyenda y teniendo en cuenta lo denostado que ha quedado el asunto contracultural de los años sesenta no es fácil defender el activismo de Sinclair. Pero detrás de esa barba asilvestrada, esos quevedos tan demodé, los ropajes psicodélicos y el uso de un vocabulario realmente irrisorio (lo de “hermanos y hermanas” puede tener un pase, pero eso de fumar “el sacramento”, vivir en “la nación del Arco Iris” y referirse a su país como “Amerika” y al enemigo como “cerdos convencionales”, no cuela ya) hay un mensaje concienzudo y enfocado. Y esto lo comprobamos rápidamente al sumergirnos en las páginas de su obra de referencia Guitar Army. Rock y revolución con los MC5 y “The White Panther Party” (1971), el dietario ideológico de John Sinclair, que ahora recupera Munster con todo lujo de detalles en una edición primorosa que incluye, además, un interesantísimo CD.

Guitar Army recoge una selección de artículos, ligeramente editados, que Sinclair fue escribiendo entre 1965 y 1971 y se dividen en dos secciones claramente diferenciadas: “Textos desde la calle” y “Textos desde la cárcel”. La primera sección, quizás la más interesante desde el punto de vista cultural, ahonda en una serie de reflexiones sobre el impacto del ‘rock&roll’ en la vida civil y política americana. Una música que Sinclair considera el verdadero motor revolucionario de la década de los sesenta por cómo las generaciones venideras fueron absorbiendo la fuerza expresiva y los aires de cambio que introdujeron aquellos locos rebeldes que rompieron con todos los moldes de la anquilosada sociedad norteamericana de mediados de los años 50. Para Sinclair, ningún cambio social o político hubiera ocurrido en Estados Unidos de no haber existido Chuck Berry o Little Richard. Y, bien pensado, no resulta muy descabellada dicha afirmación. 

No obstante lo anterior, Sinclair advierte: “no soy ninguna especie de “radical” o manipulador “político” que esté intentando “infiltrarse” o “adherirse” en la escena del rock&roll con el fin de “radicalizarla” o “politizarla”, o alguna sandez como esa. Crecí con la música de rock&roll. Llevo implicado y enganchado a la música toda mi vida, bueno al menos desde que tenía 11 años, y todo lo que aprendí sobre América lo he aprendido implicándome e inspirándome con esta música.” (páginas 265-266). Extraemos estas palabras de uno de los artículos más interesantes, quizás el que mejor unifica las reflexiones sobre el binomio rock-revolución, titulado “Trayendo todo de vuelta a casa” (junio-julio 1970) en referencia al mítico álbum de Dylan. En dicho artículo se introduce una mirada crítica a los inicios de la revolución contracultural (c. 1965) para repasar lo que se había construido hasta la fecha y calibrar su impacto, tanto en lo positivo (se consolidó, claramente, un cambio de conciencia social a todos los niveles) como en lo negativo (Sinclair se lamenta de la comercialización que sufrió el ‘rock’ a mediados de los sesenta que, tras la firma de los jugosos contratos discográficos, provocó la pérdida del carácter reivindicativo de muchos grupos de la época). Y hasta aquí llega la parte intachable, intelectualmente hablando, que ofrece Guitar Army. Luego vino la cárcel y el grueso del análisis “político” de Sinclair empezaría a tomar forma.

Debe ahora recordarse que cuando mis amigos y yo salimos del evento lo hicimos imbuidos del espíritu “Monk!”. Como un mantra que nos hubiera calado hondo, que no nos abandonaría nunca. Y así fue, durante meses mantuvimos la interjección “Monk!” como parte integrante de nuestro vocabulario diario. Lo utilizábamos para todo. Todo el mundo era Monk. Todo era Monk “¿Has quedado con Monk?”, “¿Me pasas el Monk?”, “¿Cuántos Monk has comprado?”, “¿Por qué Monk cruzó la carretera?”… Convertimos así una ‘performance’ contracultural en una puta parodia. Pero ¿es realmente paródico lo que propone Sinclair? ¿Es un chiste? No podemos negar que el paso del tiempo hace difícil establecer paralelismos óptimos entre la movilización social tan pasional que vivió Sinclair y la que hoy día pudiera desarrollarse con cierta seriedad. Pero hay grandes mensajes dentro de la parafernalia ‘hippie’ que resultan tremendamente vigentes o, al menos, planteables. Al margen de considerar el ‘rock’ como la plataforma definitiva desde la cual formar al ejército revolucionario, Sinclair propone también el control de los medios de comunicación como cuestión esencial para llevar la revolución a buen puerto. A este respecto nos ha interesado mucho, por ejemplo, la relevancia que Sinclair otorga al texto Informed Sources (1970) de Williard Bain -que desconocíamos-, una suerte de análisis post-mcluhaniano sobre los ‘media’ con un fuerte calado contracultural. Y luego está el activismo político cuyo brazo armado fue el partido de las Panteras Blancas, creado a imagen y semejanza de los Panteras Negras de Huey P. NewtonBobby Seale y Eldridge Cleaver.

La publicación de Guitar Army de John Sinclair entronca directamente con una curiosa ola de recuperación por parte de editoriales españolas de textos contraculturales asociados a los años 60 en los Estados Unidos. Ahí quedan Do it! (Blackie Books) de Jerry Rubin, Una autobiografía (Capitán Swing) de Assata Shakur o Yippie! Una pasada de revolución (Acuarela & A. Machado) de Abbie Hoffman, como botón de muestra. Quizás debamos buscar en estos textos ya legendarios respuestas al actual estado de la nación. Y dado que nunca vamos a contar con una música tan potente como la de los años sesenta por lo menos que acudamos a los textos que dieron forma a una conciencia revolucionaria que si bien no llegó a triunfar sí que creó una cultura fascinante, tan vigente que cincuenta años después todavía estamos descubriéndola. Y ahora sí, terminamos esta reseña con lo que todos estáis, en verdad, esperando… ¿Por qué Monk cruzó la carretera? Evidentemente, para cruzar al otro lado…

admin

8 comentarios

  1. Si a un crítico se le pide que controle la materia de la que habla, no conozco a ninguno mejor que Fran Matute para tratar este tema. Formidable reseña (tanto en el análisis como en su dimensión narrativa). Sólo una duda: donde se emplea el adjetivo «contrarrevolucionario», ¿no debería decirse quizás «contracultural»? Contrarrevolucionarios son libros como ‘El puño invisible’ o ‘Rebelarse vende’, donde se desmitifica, la mayor parte de las veces con motivo en mi opinión, los movimientos contraculturales. ¿Ha querido decir Monk eso o se le ha ido la pinza como a Abbie Hoffman?

  2. Por lo que comenta el crítico, el libro tiene varias capas de lectura; no sé si un lector más inexperto, digamos tipo zarigüeya, sería capaz de llegar a alguna. Por lo que he oído, en este tipo de volúmenes tan especializados a veces incluso se encuentran mensajes ocultos que ni siquiera un lector avezado, como parece ser el crítico, alcanza a descifrar. Nada más por mi parte.
    Larga vida al blog y a todos sus colaboradores sin excepción.

  3. Excelente reseña, amigo Matute! Desde luego que dan ganas de leerlo y enterarse.

  4. Entonces… insinúas que el día de aquel recital que cuentas John Sinclair no era el blanco calvo? Siempre pensé que el que decía lo de «Monk!» era Nick Hornby… #PostureoSpokenWord

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