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Predilección por las antologías

TOMÁS HERNÁNDEZ | Creo que tengo por ahí, en la invisible papelera del ordenador, un artículo fallido sobre la poesía y sus lectores. Comentaba en él, me parece, dos frases muy repetidas: “No leo poesía” o “no entiendo la poesía”.

La poesía, como tantas cosas en la vida, requiere su aprendizaje. Es un lenguaje distinto, donde los significados se aprietan uno contra otro, crean un nuevo tiempo, simultáneo, simbólico; más que decir, el poema sugiere y su reino es la verdad y la belleza. Eso pensó John Keats mientras miraba una urna griega. Mi aprendizaje sobre ese nuevo lenguaje lo hice en las antologías. Por eso, entre mis libros hay tres o cuatro estantes dedicados a las antologías. Desde la de Gerardo Diego, donde supe de Salinas, de Guillén, de Cernuda. En otras posteriores conocí a los Panero, Leopoldo y Juan; los versos frescos y llenos de hondura y sensaciones, de Luis Rosales; los Salmos de José María Valverde, de los que aún recuerdo algunos versos. Faltan en esos estantes tres antologías que perdí o regalé. Compartir libros es un acto hermoso y nunca me he arrepentido de perder algunos. Pero aquellas tres antologías, sí las echo de menos. Poesía social, Poesía amorosa, Poesía cotidiana.

Por eso, por mi predilección por las antologías, me hace feliz escribir esta mañana sobre Distopía [en femenino].  La antóloga es mi tan querida Pepa Merlo, que lleva años estudiando y publicando la literatura silenciada de mujeres del 27 y alrededores y publica ahora cincuenta y dos voces, los poemas de cincuenta y dos mujeres, que son “una única voz con cincuenta y dos matices dispares”, como ella dice. La editorial El Envés recoge sus poemas en su colección “Inanna” de poesía y una esmerada edición. Los retratos de Juanfran Cabrera son una maravilla, un acercarnos al rostro que escribe.

Abren esta Distopía los poemas de Julia Uceda, “Alguien que yo solía ser”, una brillante exposición del ser enamorado, “los que no te soñaron nada saben / de ti”. María Victoria Atencia escribe de lo cotidiano, lo rutinario trascendido (“Godiva en blue jeans”). “Y luego, de vuelta del mercado, / repartirá en la casa amor y pan y fruta”. Juana Castro, en un magnífico inédito, habla sobre la mayor de las maldades, la guerra, y si es entre hermanos, es sangre de tu sangre. Pero, en la dureza de la época, la posguerra española, hay algo tierno, y no es resignación, una extraña belleza: “Ahí detrás versos, / libros, / las novelas / prohibidas de la siesta, la voz / declamatoria, adolescente, la voz virgen / ahí detrás / de los cristales, la besana, el sembrado, la dehesa”.

Guiado por estas tres maestras fui anotando los temas más frecuentes en el libro. Quizá lo leí demasiado influido por estos poemas de apertura, pero el amor, el compromiso con los demás seres humanos y la intrahistoria secreta del vivir diario, son motivos recurrentes también en esta Distopía. Hay muchos títulos de poemas rodeados por un círculo a lápiz, versos subrayados, notas. De todos estos poemas hablaría y citaría los versos subrayados. Concha García y su poema de “una intensa presión de amor” y la inteligencia, como filtro.  “Matar al dragón», de Amalia Bautista, habla de los miedos, “de la culpa y el dragón del espanto”.  Aurora Luque canta un rap en la romería de Steve Jobs: “Los ardientes devotos van como en romería, / sus fieles dan tres vueltas a la Quinta Avenida”. Katy Parra, que al leerla recuerdo, no sé por qué, a Celaya: “Vivir es naufragar mil veces por segundo, / aprender a nadar con los ojos cerrados, / en vaqueros, sin playa, una noche cualquiera / en la barra de un bar… y resistir: / vivir para escribirlo”.

Y así, voz tras voz, los asuntos de siempre, los motivos esenciales, como decía Borges, permanecen, aunque otras sean las voces que los cuentan. La “Disociación” de Nuria Barros y su intensa escritura telegráfica. La mirada compasiva sobre la pobreza de Isabel Pérez Montalbán: “Mira, amor, estos niños de ojos grandes, / de una sola comida cada día”. “Muy raramente sueño con los otros” escribe Ángela Vallvey en un poema de amor, “Un mundo feliz” que acaba en guiño irónico, creo yo.

De amor escribe Concha González-Badía Fraga, Marga Blanco cuenta un día de clase y Olalla Castro nos advierte: “Cada golpe de voz / anuncia un fin del mundo. / Escucha: siempre hay algo quebrándose / en la lengua”.

Desde poéticas distintas, lenguajes diferentes, como lo son sus experiencias del mundo, se reúne en este libro una muestra de la poesía más reciente escrita por mujeres y sus maneras de enfrentarse a este oficio de interpretar el mundo.

Tomás Hernández, reseña invitada en Estado Crítico, es poeta.

Distopía [en femenino] (El Envés, 2023) | Pepa Merlo | 244 págs. | 18€

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