ALEJANDRO LUQUE | Digamos, de entrada, que este es un libro temerario. De alto riesgo. ‘Pa habernos matao’, que diría un castizo. Una mezcla de memorias perezosas, así como a vuelapluma, y de inútil protesta contra el fastidio de envejecer, no parecen componer a priori un cóctel precisamente irresistible. En manos de otros, habría resultado tal vez un desastre. Pero Óscar Tusquets tiene algo que me anima siempre a leerle.
El viejo empeño por parte de la clase media de despreciar o ridiculizar a los pijos me parece un tremendo error. El prototipo de borjamari al uso es detestable, sí, pero yo he conocido a pijos muy bien criados, con un nivel cultural elevado y que ya tenían mucho mundo cuando la mayoría no había salido del terruño. Tusquets es uno de ellos. Y además, guste más o menos su obra arquitectónica, plástica y hasta literaria, de una charla con él siempre se aprende algo, siempre tiene un punto de vista curioso, una ocurrencia con chispa. Tanto más cuanto más viejo se va haciendo.
Este nuevo libro suyo, Vivir no es tan divertido, y envejecer, un coñazo, empieza tirando a mal. Una diatriba sobre la gestión de la pandemia, por parte de alguien tan bien y tan mal informado sobre el asunto como cualquier ciudadano, no era lo que más necesitábamos después de un confinamiento. Lo mejor que se puede decir de esa parte es que es breve, misericordiosamente breve.
Pasamos a continuación a una “sucinta y anecdótica autobiografía”, en la que Tusquets manifiesta de entrada: “Tengo muchos años, he vivido un montón de experiencias y, para las lejanas en el tiempo, tengo muy buena memoria”. Prometedora afirmación que, como decía al principio, se somete al rubro de sucinta y anecdótica, acaso respondiendo a esa idea según la cual es mejor dejar al personal con ganas de más que empacharlo.
Nada le hubiera importado a ese personal, sin embargo, que el autor se explayara algo más en algunos relatos, como sus estudios, su amistad con los intelectuales barceloneses de la época –en particular aquellos maravillosos fotógrafos afines a la Gauche Divine– o su relación con Dalí. Que sí, que seguramente ha contado todo eso un millón de veces y le fatiga repetirlo una más, pero una cosa es dejar con ganas, y otra dejar con los dientes largos.
Y así, en unas pocas páginas, llegamos al peculiar De senectude de Óscar Tusquets, tan vehemente en su negación de cualquier ventaja de cumplir años que su actitud parece casi punk. Me vino a la cabeza aquella canción terrible de los Andanada 7 que decía: “Qué asco llegar a viejo/ no sirves para nada/ no se te empina el rabo/ ni asilos ni nada/ a cierta edad no se sirve para nada/ sois karroña, sois basura/ todo el día molestando, todo el día protestando…”
Tusquets no llega a tanto, pero casi. Pérdida de belleza, pérdida de deseo sexual, pérdida de amigos, pérdida de memoria… Todo es “un coñazo” para Tusquets, o algo peor, una inmensa desolación. Y, sin embargo, aunque algunos de sus comentarios sean fáciles de compartir y otros harto discutibles, es en este capítulo en el que sale lo mejor de sus escritura. Esa sensación de charlar con un viejo amigo cerca del Mediterráneo, con una copa de vino, en una noche estival. El amigo disparata, sí, pero también afina, saca la cita precisa en un momento, te hace sonreír en otro, y te sientes cerca de él incluso en la discrepancia.
Al final, en esa conversación imaginaria, sacas la carta que tenías escondida. Recuerdas las memorias de su hermana, la escritora y editora Esther Tusquets. Ese capítulo final en el que, cuando precisamente se sentía mayor, con la novela de su vida ya casi terminada, conoció el amor por última vez.
Y le dices que sí, Óscar, tal vez vivir no sea tan divertido, y envejecer, un coñazo. Pero algunos pensamos que lo mejor está siempre por llegar.
Vivir no es tan divertido, y envejecer, un coñazo (Anagrama, 2020) | Óscar Tusquets | 200 páginas | 17.90 €