EDUARDO CRUZ ACILLONA | Sólo (yo voy a seguir escribiéndolo con tilde) quería bailar. Como muchas niñas a lo largo y ancho del escenario mundial que aspiran a ser una de las elegidas para levitar sobre la niebla que nace del lago de los cisnes, inundando la platea del teatro de suspiros emocionados y de sonrisas entusiasmadas…
Pero la protagonista de Solo quería bailar se ha chocado contra varias barreras a la hora de intentar interpretar sus sueños. Son trabas en la vida, son sillas en el escenario, son papeleo en la tramoya. Y Pili, que así se llama, reacciona como todos los que han pasado por semejante tesitura quisieran hacerlo y no se atreven: con pie firme, nada de medias tintas, sin un paso atrás.
Y qué suerte de que esa Pili haya dado con alguien como Greta García para contar su historia. Es imposible encontrar mejor fórmula que la media ponderada que transita entre Panza de burro de Andrea Abreu y Vozdevieja de Elisa Victoria. Y dando un paso adelante más, lo que en ballet se denomina “Avant”, para construir un personaje potente, sólido, creíble y, sobre todo, querido. Empatiza. Cuanto más lees, más te identificas con Pili, más la quieres, más la entiendes, más la secundas. Al final, no lo dudes, la haces tuya.
Y todo ello con la autenticidad del relato escrito sin pervertir el origen. Que no sólo no pasa nada por decir “Casi toas están por la droga y la mayoría son pobres que entran y salen to el rato por alguna chuminá”. Que no sólo no pasa nada por decir “Poh claro, y yo también. ¿Quién no mira por su culo? To el mundo lo hace. Incluso aquí dentro una puede mirar pa otro lao”.
Seguramente sea uno de los grandes aciertos de la novela: darle al personaje su sitio, su forma de expresarse, su lenguaje. No es nada fácil dar con la tecla. Y Greta García lo consigue. Con creces. Su texto tiene música, suena. Y logra que empatices con el personaje, que te lleve a su terreno, que lo quieras. Y si al final descubres que… (evito el spoiler), te identifiques de tal manera con ella, con Pili, que acabes lamentando no haber podido ayudarla.
El manejo del lenguaje, el ritmo de la trama, el descubrimiento de nuevos perfiles del personaje principal, la forma de engancharnos a la narración… Todos esos aspectos que un lector tiene en cuenta, aunque sea de manera inconsciente, Greta García los resuelve con absoluta solvencia, con originalidad y con una mano izquierda en el oficio que más de uno y de cien quisieran para tratarse de una primera novela, hasta el punto de, en forma de respeto, ejecutar un grand-plié (o, al menos, un demi-plié) como reconocimiento.
Desconozco si, de aquí en adelante, Greta García seguirá escribiendo plantada en sus zapatillas de ballet, las de la punta recta que sólo mitigan el dolor metiendo en el extremo trozos de carne… Pero si, como ella misma asegura en Instagram, le llaman “Grieta”, creo que tenemos por delante a una autora que va a hacer más que un destrozo, y para bien, en la literatura contemporánea.
En la editorial Tránsito tenía que ser, claro.
Solo quería bailar (Tránsito, 2023) | Greta García | 200 págs. | 18,00€