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Que Dios nos coja concentrados

La mañana es lo que peor llevo. El ritmo de cualquier tiempo. Salir entumecida del sueño. Y saber que el mundo de nuevo sucede. La lengua en los dientes y el cuerpo de los olores. Cosas en este día te están pasando. Pensé en ti. En ti. En tus ojos al despertar pensando ¿hoy qué es lo que pasa?

CAROLINA EXTREMERA | Recuerdo un día, hace bastantes años, en el que estaba de vacaciones y me puse a leer The Ambassadors, de Henry James. Estaba en un momento de concentración excelente, así que hasta decidí intentarlo en inglés. Todo iba fenomenal hasta que, cuando no había llegado ni a la página sesenta, pasó algo. Un amigo mío pasaba por un momento difícil y su situación, de repente, absorbía toda mi atención. Le daba vueltas a la cabeza y, aunque es una constante para mí utilizar la literatura para, precisamente, evadirme de la realidad, era la primera vez en la que la realidad me evadía totalmente de la literatura. Aquellas frases tan largas, el vocabulario complejo, las sutilezas. Adoro a Henry James pero nunca llegué a terminar el libro. Cuando lo dejé por imposible y me decidí a releer Harry Potter y el cáliz de fuego, se acabaron los problemas de evasión. Si hubiese vivido una situación similar a finales de este mes de agosto, cuando leí Una chica es una cosa a medio hacer (Impedimenta, 2020), auguro que habría sucedido exactamente lo mismo y me habría perdido algo muy interesante.

Eimear McBride escribió esta novela a mediados de los años noventa, pero no consiguió editorial para que se publicase hasta 2013. Cuando por fin salió al mercado tuvo una recepción impresionante. Escritores de la talla de Anne Enright la calificaron de genio y, por supuesto, esa calificación generó polémica y esa polémica más ventas. A pesar de ello, aquí se no se ha publicado hasta 2020, con lo que nos llega muchísimo después de que ella la terminase. Me gustaría saber el por qué de esta tardanza, muy similar a la que han experimentado también las traducciones de las novelas más interesantes de Ali Smith y no creo que sea casual que ambas autoras manejen un lenguaje de difícil traducción.

Porque, efectivamente, se trata de una novela difícil, narrada en fragmentos, en hilos de pensamiento. Este es el inicio: “Puesto que. Tú pronto. Pronto le pondrás nombre. Suturada en la piel llevará tu crónica. ¿Mami yo? Sí tú. Brincas en la cama, diría. Diría que es lo que hiciste. Luego te tumban. Te abren un tajo. Hora y día y espera”. Ese tú al que se dirige no es el lector ni tampoco la propia protagonista, como tantas otras novelas escritas en segunda persona, sino que se corresponde directamente con su hermano mayor, que queda con el cerebro dañado tras ser operado por un tumor cerebral que tuvo antes de nacer ella.

La novela cuenta la infancia, adolescencia y primera juventud de la chica a través de su propio pensamiento y su percepción y nos guía por el camino que recorre ella tras una infancia de violencia, religión y miedo a la enfermedad de su hermano. Así, asistimos a la inmensa ira de su adolescencia, exacerbada por el fanatismo de su madre y su confuso paso por la universidad, donde utiliza el sexo indiscriminado y violento y la bebida para lidiar con su dolor. La mente de la protagonista – que no tiene nombre – está totalmente fragmentada en parte porque todas las mentes lo están cuando piensan y en parte a causa de tres cuestiones fundamentales que son el eje de la novela: la enfermedad de su hermano, el fanatismo religioso de su madre y la familia de su madre y el abuso sexual por parte de su tío. Toda la narración está hecha en el mismo tono que, contrariamente a lo que estamos acostumbrados a llamar “flujo de pensamiento”, no se caracteriza por la ausencia de puntuación sino por todo lo contrario. Esto es, Joyce suponía que el pensamiento es acelerado y sin pausas, y Eimear McBride lo ralentiza y trocea para mostrarnos ese dolor, esa dificultad de avanzar que sufre una joven que está a medio hacer. Por ejemplo: “Sorbo mi. Sorbo trago y bebo. Pienso en ser mí misma. Aquí. En este piso bajo de un desconocido. Ese. Remolino. Sube un tipo”. Este tipo de lenguaje, que no solo compromete la sintaxis sino a veces también el vocabulario, es lo que convierte la experiencia de leer Una chica es una cosa a medio hacer en una travesía complicada, aunque he de decir que más al principio. Luego, el lector se acostumbra y, de alguna forma, entra en el idioma del libro y lo va dominando, haciéndose todo más sencillo. Destaco aquí la labor de Rubén Martínez Giráldez en una traducción que me parece impecable.

Lo más difícil para mí, sin embargo, ha sido la dureza de ciertas escenas de sexo y violencia, que son bastante abundantes en la novela hasta un punto en el que daban ganas de cerrar los ojos y dejar de ver. No digo que sobren estas escenas, porque hay mucha verosimilitud en esa abundancia, pero sí que pueden ser costosas de soportar en tanta cantidad. Cada persona deberá acudir a esta novela bajo su cuenta y riesgo. Desde mi punto de vista, es una obra verdaderamente original que merece la pena.

Porque colgamos de los tobillos. ¿Cuándo caeremos ella tú yo? Creo que me pasaré la vida volviendo. A casa. Allí de nuevo. Los trenes pasándome como dientes por la cabeza.

Una chica es una cosa a medio hacer (Impedimenta, 2020)|Eimear McBride | Traductor: Rubén Martínez Giráldez | 272 páginas|20,75€

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