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Quería una palabra para imaginar el fruto

Me he sentado en el centro del bosque a respirar.

Antonio Colinas

FLORA JORDÁN | El Gran Bosque de la poeta Marta López Vilar ha sido reconocido con el II Premio Internacional de Poesía Margarita Hierro. Estamos ante un poemario cargado de misterio y simbolismo. Un viaje intimista hacia el centro mismo del yo, que ahonda en la idea del otro con la cultura húngara como referencia. La idea de lo extraño y sentirse extranjero, el no hablar la lengua de los que te rodean, de repente se convierte para la autora en una oportunidad para experimentar con los límites del lenguaje y el pensamiento. Hay una obsesión filológica con el signo y el nombre en este poemario que vertebra cada uno de los paisajes exteriores e interiores de la voz de la poeta. Como se afirma desde Ferdinand de Saussure, “en el acceso a la lengua está el acceso al mundo” y desde esta premisa los poemas breves y muy breves se van tejiendo conformando una red donde se van entrelazando los distintos estados de ánimo y de conciencia.

Llama la atención la carga simbólica de los elementos naturales. Los pájaros, la nieve, el río y el bosque en particular parten de una experiencia propia que se va tornando universal en el viaje onírico que supone este libro para el lector. La contraposición Ciudad/Bosque de Shakespeare toma aquí otra dimensión. El bosque que en Sueño de una noche de verano representaba la huida, el placer, lo prohibido y lo salvaje tiene mucho que ver con este bosque cósmico que es a la vez según la autora “un lugar real en Hungría. A través del bosque comencé a canalizar un sistema nuevo de comunicación y de aceptación de lo que es ser extranjero”. De nuevo, la noción de la otredad para llegar a la esencia de individuo, la búsqueda incansable del ser. La Ciudad (con mayúsculas) y siguiendo con el concepto shakesperiano simboliza la civilización, la adaptación al medio y el recorrido de una arquitectura propia de nuevo externa e interna como en Machado: “Caminar. Girar la esquina y ver el Hotel antiguo. La Gran Iglesia. La panadería. Girar la esquina de nuevo. Dejar caer el frío como pequeñas agujas sobre mi cara. Saludar a alguien. Saber que he olvidado una nueva palabra más: algo parecido a una flor” («Itinerario», página 50).  Como se puede comprobar la repetición, el ritmo y la posibilidad de entender el mundo a través de la palabra queda reflejado en este fragmento.

La evocación de un territorio primitivo es otro de los pilares de este poemario estructurado en tres partes muy diferenciadas: Esto es la noche, La ciudad reconstruida y Epílogo y decir la nieve. A través de la repetición, la pausa y el ritmo Marta López consigue un equilibrio sublime que nos transporta, nos mece, pero al mismo tiempo nos hace estar alerta.  Es un libro de poemas en prosa entre la ensoñación y lo cinematográfico. Se trata, como ha señalado Manuel Rico, de una poesía meditativa y depurada.

También es interesante detenerse a analizar la ternura como concepto que se repite a lo largo del poemario, que desde mi punto de vista entronca con la tradición feminista y con la ternura como gesto  revolucionario. Son muchos los poemas donde podemos indagar en esta idea: «El pequeño pájaro» (página 23) “Aquel temblor fue igual que la ternura”, «Los vencejos» (página 34) “Nada quedaría del vencejo caído, sólo un viento abandonado en la ternura”, «El sueño (página 40) “Los pétalos son ternura”, «El rumor» (página 41) “Voces que parecen ser palabras, que pretenden hablar de esta ternura sin herirla” y en «Epílogo y decir la nieve» (página 58) “El Gran Bosque hace mi ternura, lentamente. Llegué a saberlo”. La construcción de lo femenino se completa aquí con el reconocimiento y tributo a través de citas de Blanca Varela, Nelly Sachs, Ana Blandiana y María Zambrano entre otras.

Tras la idea de la ternura en un mundo a veces hostil e inhóspito donde el ser se diluye, aparece un poema conmemorativo de una fuerza expresiva muy poderosa. Se trata de «Botlatóko», placa metálica situada en las puertas de las casas como recuerdo a las víctimas del Holocausto (página 46), un poema que resalta la importancia de la memoria histórica y el compromiso. De nuevo el nombre y el lenguaje como base del recuerdo y el conocimiento del pasado para intentar comprender el presente.

En definitiva El Gran Bosque de Marta López Vilar es un lugar de pertenencia y también la trama de lo colectivo. Es el bosque húngaro y a la vez el de Antonio Colinas, el de Shakespeare y el de todos nosotros. Háganse paso entre el ramaje.  

El gran bosque (Pre-textos, 2019) | Marta López Vilar | 68 páginas | 12 euros

admin

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